Octubre es el mes de Platón: toca acercarse a uno de los más grandes de la historia de la filosofía. En los inicios es casi obligado hacer alusión a la polémica con los sofistas y a las duras críticas a la democracia que planteó Platón en su tiempo. No es difícil de resumir: siendo grandes maestros en el uso del lenguaje, los sofistas fueron capaces de presentar a Sócrates, el que para Platón era el más justo de los atenienses, como una peligrosa influencia para la juventud, capaz de promover la impiedad y de corromper las tiernas mentes de quienes se acercaban a hablar con él. La democracia, entonces, muestra toda su debilidad: aquel que domine la oratoria y la retórica logrará persuadir a los demás de que lo bueno es malo, de que la virtud es en realidad una degradación. Esto es lo que más detestaba Platón de este sistema político: no se basa en la verdad, sino en un turbio entramado de convicciones, creencias y opiniones, sujetos a la manipulación de quienes controlan sus mecanismos de formación.
Exponer estas ideas es difícil en tiempos como los nuestros, pues pensamos que la democracia, con todos sus fallos, es el mejor de los sistemas posibles. No hay comparación con la democracia ateniense: no vivimos en sociedades esclavistas, la ciudadanía se ha generalizado (salvo para los inmigrantes), y se han logrado importantes logros sociales en terrenos como la igualdad. Más aún, y esto es esencial: creemos que somos menos manipulables que en tiempos de Platón. Hoy somos más listos. Lo malo del asunto es que todas estas ideas empiezan a resquebrajarse cuando la realidad nos muestra ejemplos bien concretos que nos recuerdan que no vivimos tan alejados de esos mecanismos de persuasión y manipulación que en su día dominaban los sofistas. El último caso es relativamente sencillo: L glorificación y humillación de Rodrigo Rato.
No hace mucho tiempo, Rato transmitía seriedad, eficacia. A finales de los 90, se le responsabilizó del llamado “milagro económico” español: como ministro de economía logró que España entrara en el euro. Sólo años después nos dimos cuenta de lo que algunos avisaban ya en aquellos tiempos: que el crecimiento económico era engañoso, pues estaba construido principalmente sobre la burbuja inmobiliaria. Nadie hizo caso a lo que después fue una verdad dolorosa y traumática. Lo mismo ocurrió cuando se le nombró presidente del FMI: los medios más críticos mostraron una perspectiva sobre el exministro que fue silenciada por la gran mayoría. El asunto se termina de retorcer con su entrada en Bankia: la sustitución del entonces desconocido Blesa abría fisuras en el partido que gobernaba la comunidad, el PP, pero Rato fue la figura de consenso. Aplaudida, por cierto, por la mayoría de medios de comunicación. Sólo ahora descubrimos el otro lado del que hasta ahora era un “prohombre”. Sólo ahora nos damos cuenta de que la democracia de hoy sigue funcionando con procederes muy similares a los que criticó Platón. En su día, se podía mostrar al hombre más justo como el más perverso. En nuestros días es posible mostrar como el más justo y preparado a quien carece de los valores morales más elementales. Y siendo estos los que logran medrar en el sistema, ¿logra la democracia hoy salvar las críticas platónicas? Los periódicos nos dan una respuesta tristemente negativa.