Gracias a un alumno del curso pasado, me encontré por Twitter con esta frase: “Si repites una mentira durante 2000 años se convierte en religión”. La frase tiene un punto de provocación innegable, pero hay varios aspectos que bien pueden merecer un comentario desde la filosofía. Hace ya varias semanas que lo estuve hablando por twitter, pero no quiero dejar de traerlo aquí. Y es que a la provocación se le puede siempre “contraprovocar”: si repites una mentira durante 2000 años se convierte en ciencia. Así ocurrió, por poner un ejemplo, con el geocentrismo: prácticamente 2000 años vigentes dentro de la ciencia. A la mecánica de Newton le costó menos, aunque también fue menor su vitalidad: apenas dos siglos después Einstein nos mostraba una nueva forma de mirar el universo. La tesis tuitera nos recuerda que la verdad tiene una dimensión histórica y social, y que una mentira que reciba un amplio respaldo social a lo largo del tiempo puede llegar a convertirse en verdad. Una verdad, habría que añadir, histórica y social. Y de fondo, parece darse por supuesto que hay una concepción “magna” de la verdad, quizás la de correspondencia, que está muy por encima de cualquier otra visión de la misma. Por eso algo que “no corresponde” con la realidad puede sin problemas recibir respaldo social a lo largo del tiempo.
Son tantos los presupuestos, que no basta un solo tuit para profundizar un poco en el asunto. Empecemos por la contraprovocación: si algo nos enseña la filosofía de la ciencia, especialmente desde Kuhn, es que la ciencia es también una actividad humana social e histórica, sujeta a los mismos vaivenes que otras actividades similares, como pueden ser el arte, la religión o la filosofía. El geocentrismo no alcanzó el éxito del que gozó por su valor como “espejo” de la naturaleza, sino por toda una maquinaria social y educativa que lo sustentó. Y así ocurre con tantas y tantas teorías: estamos cansados de ver cómo reciben el Nobel “eminencias” cuyas teorías han sido silenciadas durante décadas, pues no contaban con el beneplácito del factor decisivo en ciencia, que no es la naturaleza, sino la comunidad científica. Dicho de otra forma: la verdad en ciencia es una construcción social e histórica, del mismo modo que lo es en religión, y la pretensión de mostrarnos la ciencia como una descripción de hechos ha sido superada hace ya décadas. Es todo mucho más complicado que eso. Y sin perder de vista que la verdad científica y la religiosa son totalmente distintas, pero no por su carácter histórico y social. Dejo apuntada una diferencia crucial: en ciencia hay más espacio para el pensamiento crítico, para el cuestionamiento de lo que se considera verdad y su contrastación por medio del experimento.
El gran problema de la frase es el de todo twitter: nos obliga a simplificar tanto que terminamos empobreciendo el pensamiento. Obligando a que la gracia que provoca, el “deslumbramiento” instantáneo ante una frase original, sea más importante que la discusión y la argumentación. Una mentira repetida durante 2000 años. ¿A qué tipo de mentira nos estamos refiriendo? ¿Con qué concepción de la verdad podemos poner en relación esa mentira? La verdad como correspondencia o adecuación tiene las alas muy cortas como para dar el salto a cualquier saber humano. Ni la ciencia, ni la historia, ni mucho menos la filosofía, la religión o el arte, pueden presumir de “describir” el mundo tal cual es. Más aún: aquellas verdades que son vitales, las que para cada cual tienen un peso mayor, difícilmente se pueden enmarcar en los estrechos límites de la correspondencia y la objetividad. Para tomar conciencia de todas las sombras que rodean ese concepto que creemos tan “luminoso” como el de verdad, basta fijarnos en el derecho: categorías como “culpable” o “inocente” no describen hechos, sino que en cierta forma los “reconstruyen”, y todos conocemos casos dolorosos, en los que aquello que parece haber pasado no llega a demostrarse. E introducimos aquí, otra variable más que dinamitan el concepto de verdad: la apariencia. Algo de lo que puede presumir twitter: estar lleno de apariencias de verdad, cuando esta idea le viene enormemente grande.