En el barrio había dos familias muy conocidas por su forma de vivir: la familia Libertina y la familia Segura. La primera, de los libertinos de toda la vida, estaba convencida de que la mejor forma de crecer y educarse era en un entorno lo más abierto posible. En esta familia, era inconcebible adscribir a los hijos a religión alguna. Ellos mismos deberían decidir, cuando fueran mayores, si querían ser o no mayores. La alimentación de los niños se basaba en la verdura, para no interferir en el derecho a decidir de cada cual qué es lo que llena su estómago. Sólo a partir de los 16 años estaba permitido, bajo declaración pública ante toda la familia, el comer embutido, filetes, pescado o huevos. Tampoco se practicaba la escolarización. Desde generaciones los libertinos se habían educado en casa, y de hecho en las paredes de la casa colgaban los retratos de los primeros libertinos, que tuvieron que pagar incluso con la cárcel lo que hace solo unas décadas se consideraba un desafío a la sociedad. Así que los libertinos crecían libremente, sin horarios fijos, aprendiendo en cada momento lo que deseaban y jugando con lo que les apetecía. Costumbre que, en más de una ocasión, les había llevado a suspender las pruebas ministeriales, pero esto era sin duda otro síntoma más de libertad: las elecciones de cada cual llevaban al aprobado o al suspenso.
En el hogar de los libertinos jamás se escuchaba una sola melodía: cada cual podía y debía decidir cuál era su favorita, y por eso a partir de los 11 años todos tenían un reproductor de mp3. Una última peculiaridad de los libertinos: no se podía hablar de poltica en presencia de menores, para no influir sobre sus posibles ideas, y un día a la semana se compraba obligatoriamente cuatro periódicos distintos, para que los niños pudieran elegir cuál de ellos querían leer. Medida que, por otro lado, no servía de mucho, pues habitualmente los niños se dedicaban a destrozar los periódicos. Con cierta guasa, algún libertino adulto decía, en conversaciones vetadas a los niños, que eso era lo mejor que se podía hacer con la bazofia de periódicos que se publicaban.
Los vecinos de al lado eran los segura, que sonreían con cierta superioridad cuando veían en qué condiciones crecían los niños libertinos. En contraposición a ellos, a un niño Segura jamás le faltaría una creencia religiosa. Ya se encargaban los mayores de encargar el rito de iniciación correspondiente en el credo familiar. Los niños Segura crecían fuertes y sanos, alimentados por la carne y el pescado que compraban puntualmente en los supermercados. A partir de los tres años acudían al establecimiento educativo más afín con las ideas de los padres: la selección del colegio había sido siempre una decisión crucial para los Segura. Las horas de juego estaban limitadas, así como los juguetes destinados a cada cual. Disciplina, disciplina y disciplina: así se formaba a un ser humano auténticamente libre. Por ello, tan sólo era posible leer un periódico en casa y siempre se veían las noticias del mismo canal. Las conversaciones políticas debían ser escuchadas por los menores: aunque no prestaran mucha atención, es más que posible que algo les fuera calando poco a poco. Ciertos estilos musicales y ciertas películas estaban vetadas en casa.
Libertinos y Seguras. Seguras y Libertinos. Compartiendo escalerilla y ascensor a lo largo de las generaciones. Ambos dos convencidos de estar comprometidos en la mejor educación posible para sus hijos. Y lo más importante: las dos familias pensando que están formando seres humanos libres. ¿Quiénes son más libres, los hijos de la familia Libertino o los hijos de la familia Segura? ¿A qué modelo se acerca más tu propia familia? ¿Existen modelos intermedios? ¿Qué decisiones pueden y deben tomar legítimamente los padres sobre el curso de la vida de sus hijos?