Ando en estos días sumergido por los párrafos de /ajedrez-y-ciencia-pasiones-mezcladas-drakontos/">Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, libro más que recomendable de Leontxo García, periodista especializado en ajedrez y uno de los grandes divulgadores de este deporte en nuestro país. Su enfoque es totalmente didáctico y nada especializado: no hace falta dominar las aperturas o las defensas para entenderlo. Revivía gracias al libro aquel enfrentamiento peculiar entre Kaspárov y Deep blue, el mastodonte informático montado por IBM con la única finalidad de derrotar al campeón del mundo. Y vaya si lo hizo: en un torneo programado a seis partidas, el resultado final fue de 3,5 a 2,5. A favor de la máquina, claro. El perdedor, como no podía ser de otra manera, tuvo una reacción tremendamente humana. Criticar furibundamente a IBM, y denunciar públicamente que la competición no había sido justa, acusando veladamente de que hubiera un humano detrás de la máquina, a lo que se añadía la asimetría en las condiciones iniciales, pues no se le habían facilitado las partidas de preparación de ordenador, para poder estudiar sus movimientos. Seguramente mañas de mal perdedor que, dicho sea de paso, son impensables en una máquina.
La miga filosófica que tiene todo esto de fondo es, como se puede imaginar, el tema de la inteligencia artificial. De hecho, en su repaso por la historia del enfrentamiento entre el hombre y la máquina, Leontxo García alude también a Turing, nombre familiar dentro de la filosofía, como uno de los precedentes del programa de IA. El ajedrez ha sido un estímulo y un desafío, y quizá una de las aproximaciones más mediáticas de la lucha entre ambas inteligencias: la del ser humano y la de la máquina. Según nos cuenta Leontxo, el combate (la propia expresión es ya significativa) contra Deep blue, significaba también salvaguardar la dignidad y la superioridad humana. Malo sería, para nuestra autoestima como especie, que nos fuera a ganar una máquina al ajedrez. De fondo, hay una cuestión que no se puede dejar nunca de lado al abordar la Inteligencia Artificial: las máquinas son productos humanos. Que Deep blue, o cualquier otro artefacto tecnológico, logre vencer al campeón mundial está muy bien, por todos los beneficios, sociales, técnológicos y culturales que se pueden derivar de ello. No es Kasparov jugando contra una máquina: es Kasparov jugando contra los mayores expertos mundiales en informática y en ajedrez, que han juntado lo mejor de sí mismos para enfrentarse al campeón ruso.
Estamos, en definitiva, ante una cuestión de hermenéutica. No sé si por culpa del cine, pero estamos demasiado acostumbrados a ver las máquinas como monstruos mecánicos e inhumanos. Máquina es entonces sinónimo de competencia, desafío, desconfianza, o incluso caos, violencia, y desastres. Ese miedo hundido también en la literatura a que las máquinas se vuelvan en nuestra contra. Se ignora, sin embargo, que la máquina es una producción humana, diseñada durante un largo tiempo, fruto en cierta manera de un tipo de amor: el de aquel científico o ingeniero que desea hacer la vida mejor para todos. En definitiva: saber descubrir el rostro humano que hay detrás de la máquina, incluso aunque ésta no tenga rasgos antropomórficos. Nadie es tan ingenuo como para pensar que todas las máquinas pueden identificarse con esta segunda perspectiva, pero no menos cierto es que no todo artefacto es terminator. Deep blue contra Kasparov: un combate desigual, ciertamente. Porque de un lado hay una pandilla de genios que pretende ganar a otro genio, un campeón mundial de ajedrez. Ahí radica la desigualdad de la competición. Y ahora que se habla de coches que se conducen solos, creo que sería preferible dejar el volante de nuestro coche en manos de Deep blue, antes que en manos de una máquina elaborada por muchos humanos que ni siquiera es capaz de ganar al ajedrez al campeón mundial de este sano deporte.