Siempre fueron buenos tiempos para los sofistas. Ya no solo porque de facto, en el mundo real, hayan venido ganando sistemáticamente la partida, sino porque incluso el discurso filosófico de las últimas décadas viene a reivindicar su figura frente a la del decadente Sócrates. Es este uno de los temas que habitualmente ocupa las primeras clases de Historia de la Filosofía en segundo de bachillerato. En esto andábamos estos días, comentando cómo la oratoria y la retórica ya no bastan para persuadir. La imagen es hoy, para lo bueno y para lo malo, uno de los principales vehículos de comunicación. Bien lo saben los publicistas (y por cierto, justo ayer me enteraba de la publicación de un nuevo libro didáctico en esta linea: Pensar (en) imágenes. Filosofía en la publicidad, pero también los comunicadores, periodistas, abogados, empresas y, como no podía ser de otra manera, los políticos. Vivimos de imágenes. Su prestigio y valor social convertiría a un sofista de las palabras en un mero principiante. Alguien con aspiraciones, pero poco más. Con todo, no basta sólo con la imagen: de un tiempo a esta parte la red ha irrumpido en nuestras vidas de un modo determinante: ser es hoy, y de un modo primordial, ser en la red. Hasta el punto de que quien no está deja de existir en cierto sentido.
En la red se juega hoy el poder y el dinero. Por eso está tan en boga esa expresión inglesa que vemos por doquier: community manager. Si los sofistas enseñaban cómo ser un ciudadano influyente en la Atenas de hace 2500 años, el “gestor de la comunidad” es hoy un ingrediente indispensable para cualquier tipo de campaña. La oratoria y la retorica han pasado al segundo plano frente a la vigencia de la imagen y de la creación social de opiniones y tendencias. Las clases de bachillerato afrontan desde hace décadas una pregunta: ¿quién es el sofista hoy? Y la respuesta del 2015 tiene que incluir, de una forma u otra, al community manager: poco importa cómo sean las cosas en realidad. Lo que realmente cuenta es cómo eso se extiende en la red, cómo se valora y qué se opina al respecto. Esta virtualidad nuestra que es tan real, en cuanto a sus efectos, como el mundo material que veníamos llamando realidad, tiene sus propias reglas y el dominio de las mismas nos sitúa en nuevas luchas de poder, en las que el posicionamiento en google va de la mano con los “me gusta”, los RT y los FAV. Esa vieja virtud que pretendía enseñar los sofistas se reviste hoy de trending topic, meneos, y comentarios en la web. Los cursos y masteres varios difícilmente podrán esquivar la tendencia sofista que se esconde detrás del oficio.
La propia expresión de “gestor de la comunidad” tiene sus propias connotaciones y trampas. Da por supuesto, por ejemplos, que los incautos internautas somos miembros, voluntarios o no, de una comunidad que necesita ser gestionada. La misma red que se nos vendió en su día como un espacio para la libertad termina transformada en un nuevo contexto para la manipulación. Community manager, nos dicen en un inglés que nos deslumbra. Pastor de ovejas, puede ser la forma rústica de interpretarlo. Todas ellas con su teléfono inteligente y su tableta, sus cuentas en cuantas redes sociales que en el mundo han sido. Pero ovejas al fin y al cabo. Sujetos que no necesitan que nadie los dirija, miembros de una comunidad que idealmente no requiere de lideres ni mecanismos que nos dicten qué pensar, qué decir. Quizás sea otro punto de vista, el de empresas, asociaciones, partidos políticos o instituciones, el que precisa de este enfoque, el que se aprovecha de que existan infinidad de trucos para subir en posicionamiento, para ganar protagonismo. En definitiva: para imponerse y ofrecer una imagen que quizás no siempre se ajuste a la realidad. En este mundo que cada es menos real, la sofistería se mueve como pez en el agua, e incluso logra presentarse como una actividad necesaria para quien se precie y quiera existir en la red. Protágoras y Gorgias nos darían buenos consejos, sin duda, sobre cómo gestionar nuestra comunidad.