Bajo la aparente tranquilidad del inicio de curso de la que se pavonean los responsables educativos, son unos cuantos l@s docentes que viven estos días con una inquietud poco habitual para las fechas en que estamos. Tradicionalmente en los meses de septiembre y octubre se iba organizando la programación de cada departamento. Este año el plazo de envío de se ha ampliado un mes, detalle de que quizás la normalidad lomciana de que se presume no es tal. Y es que la gran novedad es un artefacto conceptual que se ha dado en llamar “estándar de aprendizaje”. La idea es que los criterios de evaluación logren un nivel mayor de concreción ofreciendo pistas sobre cómo aplicar cada uno de ellos en el aula. En lo que se ha convertido es en una ristra de procedimientos de evaluación que, llevados a la realidad de aula, harían casi imposible cualquier proceso educativo: ahora lo importante es, por lo visto, evaluar. Mucho más que explicar o aprender. El tufillo de fondo es una amenaza que se cierne sobre el mundo educativo desde hace años: enfocar la educación como si fuera un proceso de fabricación, no sé si industrial, con indicadores de calidad que puedan llevarnos en último término, a evaluaciones externas, etc.
Ahora resulta que no sabemos enseñar o eso parece sugerirse. Varios años de experiencia no son suficientes si no se pueden concretar en los puntillosos estándares. Poco importa que l@s alumn@s salieran bien preparad@s o que los resultados fueran aceptables en pruebas como la PAU o la prueba de diagnóstico de segundo de secundaria. Los departamentos de idiomas vienen presentando estudiantes a las pruebas oficiales (FIRST, DELF, etc) desde hace años, pero en sus programaciones no aparecían los estándares. Y esta es una de las grandes novedades de esa ley que pretende mejorar la calidad y que pasará a la historia por ser la más breve y deficiente de nuestra democracia. Una ley aprobada por un partido que, según dicen por ahí, ni siquiera está de acuerdo con muchas de las medidas que ha introducido. Así que los buenos docentes, que los hay, ven cómo tienen que emplear su tiempo y esfuerzo es satisfacer las demandas legislativas y burocráticas de una administración educativa poco práctica y con cierto grado de hipocresía: la Consejería de Educación saca pecho cuando se publican los resultados de PISA, pues no dejan en mal lugar a l@s alumn@s de la comunidad. Llegan incluso a enviar cartas a los centros felicitando a l@s profesor@s. Y esta es la misma administración que parece cuestionar la manera de enseñar y que considera que el proceso burocrático administrativo ha de concentrar todos los esfuerzos y atención durante los dos primeros meses de curso. Imposible dedicarle más tiempo a la programación, pues todo parece indicar que la ley que incorpora esta gran aportación a la historia de la educación puede ser derogada a finales de diciembre.
No obstante, todo marcha mientras las clases sigan adelante. L@s docentes, como es sabido, no tiene motivo de queja: ya se sabe que trabajan pocas horas semanales y que además las vacaciones justificarían todo tipo de exigencias burocráticas. Y así está la cosa, con una cantidad nada despreciable de trabajo que no se ve, pero que la administración exige y revisa y que en último término se tiene en cuenta en diferentes momentos del curso. No es la primera vez que una reclamación de una nota llega a buen puerto por “defectos de forma” de la programación, aunque a todas luces la argumentación de la reclamación atacara los mínimos criterios del sentido común. Enseñar y aprender es algo que difícilmente se refleja en porcentajes y criterios, como para dejarse llevar por esta obsesión positivista y soñar mundos en los que educar se convierte en algo prácticamente mecánico. Todo ello sin dejar de lado otra crítica que no se puede olvidar: más idiotas somos l@s profesor@s que elaboramos curriculums imposibles de asignaturas, con decenas y decenas de criterios y estándares que en ocasiones están totalmente alejados de un aula de secundaria. Es lo que tienen los “equipos de expert@s”: a veces saben tanto que se olvidan, si es que alguna vez lo supieron, de a quién están dirigidas las asignaturas. Así están las cosas y no nos queda más que una opción: elaborar nuestra programación. Un material que más de una vez he publicado por aquí, y que no tengo inconveniente en volver a compartir: no para que haya algún cara que se conforma con copiar y pegar. Pero sí para echar una mano a compañer@s que puedan estar ahora inmersos en el proceso y puedan tomar una referencia para, en la medida de lo posible, mejorarla y adoptarla a su centro. Por compartir, que no quede…