Aristos social club. La idea había surgido entre las risas de algunos y la indiferencia de la gran mayoría. Nadie querría participar en un club donde te exigían pagar por lo que era gratis para todos. Empezaron con servicios sociales básicos: educación, sanidad, desempleo, jubilación. Pero muy pronto tuvieron excedente de dinero, porque el estado ya cubría todo esto. Así que con una cómoda cuota mensual (o al menos así lo vendía el anuncio) fue creando toda una red de centros deportivos, y de actividades culturales. Destinadas, por supuesto, solo a los socios. Los que no lo eran tenían que pagar bien cara su entrada. El negocio fue cobrando fuerza en lo que inicialmente era una organización social, y los balances positivos se sucedían año a año. No obstante, la gran mayoría de la sociedad lo seguía viendo como una rareza: para qué pertenecer un club que ha sido creado para ofrecer los servicios propios del estado.
Sin embargo, 133 años después de su creación, se generó una junta extraordinaria de Aristós. Tal y como astutamente habían previsto los padres fundadores, el estado ya no daba más de sí, y había llegado el momento de invertir todo el dinero en los fines propios del club: sanidad, educación, subsidios. En un primer momento, se utilizarían los fondos ahorrados a lo largo de los años y solo si era necesario se comenzaría a vender las diversas propiedades adquiridas, renunciando a actividades que se habían convertido en señas de identidad de Aristós.
En el transcurso de la asamblea, surgió una cuestión inesperada: qué ocurriría con los familiares de los socios. Prácticamente todos los socios tenían hermanos, primos, sobrinos o nietos que no pertenecían al club. En opinión de algunos, deberían ampliarse las coberturas, para que también ellos tuvieran acceso a los servicios básicos. En tiempos de pobreza como los que se avecinaban, la solidaridad era una actitud imprescindible para la sociedad.
No obstante, el presidente no lo tenía tan claro: si se ampliaba el número de beneficiarios, se tardarían muy pocos años en agotar todo el capital de Aristós, que bien gestionado podría llegar para las necesidades de todos los socios actuales durante al menos tres décadas, tiempo más que suficiente para la reconstrucción del estado. Además esa ampliación obligaría a vender inmediatamente instalaciones deportivas y centros culturales que aún eran viables para los socios si se hacían las cosas bien. Había, en último lugar, un argumento legal: los estatutos contemplaban que solo los socios serían beneficiarios de las prestaciones. Y todo el mundo sabe de sobra lo que cuesta cambiar unos estatutos. ¡Pero esos estatutos se escribieron hace 130 años, cuando la situación actual era absolutamente imposible de predecir! ¡Aristós nació para la protección de las clases medias, y toda la parafernalia deportivo-cultural había sido posible solo por la sobreabundancia de recursos! Esto es lo que decían las voces críticas. Tras mucho debatir se acordó someter a votación la propuesta: ¿Debía Aristós social club ampliar sus coberturas a los hermanos, primos, nietos y sobrinos de los socios?