“-Imagina una cueva subterránea, adquirida a bajo precio como suelo rústico, recalificada por el ayuntamiento como espacio dotacional y posteriormente privatizada con sus comisiones correspondientes. Años después del choriceo, terminó la cueva convertida en garito, con fiestas frecuentes y ofertas diarias de 2×1 en toda bebida que no fuera agua o refrescos. Luces de neón cegadoras y música a todo volumen. Un piso por debajo de la barra, y construida sin licencia ni las correspondientes salidas de emergencia, una sala de baile donde se reparte de todo y llena de reservados, en los que es posible comprar cuerpos a bajo precio. El local, en el que ha invertido el concejal de urbanismo, no tiene licencia para servir alcohol ni organizar fiestas por la noche, pero en realidad funciona como un after hours. Allí acuden en manada cientos de prisioneros cada día, que bailan, beben y se divierten como si no hubiera mañana.
-¡Qué extraña escena describes, y qué extraños prisioneros!
-Iguales a nosotros - proseguí - porque….”
(Platón, Red púnica, Libro VII, pasaje mundialmente conocido como el mito de la taberna)