Como tantos otros centros educativos, celebrábamos a finales de enero el Día Escolar de la Paz y la No Violencia. El coordinador de convivencia puso en marcha este año una dinámica nueva: las 1000 grullas de la paz. Para quien no lo conozca (yo hace algunas semanas no tenía ni idea del asunto), dejamos aquí un video explicativo:
Y para quien no quiera ver el video (me molesta bastante esta tendencia que se extiende por la red de obligarte a ver un video cuando sería posible leer un resumen bastante más breve) pues lo contamos en pocas palabras: Sadako Sasaki, una niña japonesa, víctima de la bomba de Hiroshima, contrajo leucemia, y ya en el hospital una de sus amigas le contó que si se desea algo con intensidad y se construyen 1000 grullas de papel ese deseo se cumple. Sadako se puso manos a la obra, pero murió cuando había ya superado las 600 grullas. Desde entonces, la iniciativa de Sadako se ha convertido en un símbolo que se ha extendido por medio mundo y ha servido en muchos centros educativos para conciencia en favor de la paz. Hasta aquí la sustancia educativa. Ahora viene la parte filosófica.
El caso es que días antes de terminar con las 1000 grullas, un alumno de 2º de bachillerato me preguntó por el tema, planteando la siguiente crítica: “Y en vez de poner a todos los alumnos a hacer grullas, ¿no sería mejor darles una charla informativa de los muchos lugares del mundo en los que ahora mismo hay guerras declaradas? La pregunta es totalmente pertinente. Y se pueden dar tantas respuestas como se quiera imaginar. De partida, en esta cultura nuestra dominada por el logos, la alternativa parece más que razonable: montar una buena presentación, con imágenes que nos muevan, con datos objetivos, con argumentos que nos ofrezcan las claves explicativas de las guerras “en curso”. Todo ello condensado en algo menos de una hora, y con un mensaje claro: No a la guerra. Y la toma de conciencia subsiguiente. Frente a esto, el visionado de un video y la actividad frenética y casi mecánica de grullear, incluso durante las horas lectivas y con el beneplácito del profe de turno: todo sea por una buena causa. Al final, claro, objetivo conseguido: más de 1200 grullas que todavía cuelgan en algunos lugares del instituto. ¿Sabemos gracias a esto más sobre las guerras actuales, los intereses que los mueven y los responsables de las mismas? La respuesta es inmediata y rotunda: No.
Pudiera parecer, por tanto, que la propuesta del alumno crítico era preferible a lo que se hizo. Sin embargo, aparecen dudas también al seguir la crítica. Algo que se resume en otra crítica: ¿por qué va a “valer más” o “ser preferible” un discurso expositivo, lingüístico, que una actividad de índole artístico? Las palabras, se nos dirá, las entendemos todos, son ineludibles. La papiroflexia, sin embargo, acoge la ambigüedad y la falta de compromiso. Esta idea, sin embargo, es fruto del prejuicio lingüístico y de una especie de condena al arte por refugiarse en el terreno de lo simbólico. Parece que unos símbolos, las palabras, fuera mejores o preferibes a otros, los icónicos. Precisamente porque nos olvidamos de que también las palabras son eso: simbolos. No encuentro una sola razón por la que haya que preferir la palabra al arte, un símbolo al otro. Porque en último término hay experiencias y sentimientos que a un tipo de símbolos, las palabras, se le escapan completamente, mientras que otros, los artísticos, los expresan con una profundidad indudable. No sé si es mejor un discurso de Bertrand Russell, pacifista confeso, o ver el Gernika. Probablemente sean experiencias distintas. Vivencias distintas. Y no tiene mucho sentido, a mi entender, afirmar que una es preferible o superior a la otra. Los férreos defensores del lenguaje se atribuyen quizás una mayor superioridad intelectual, pero tampoco tengo muy claro si su mensaje cala. Acaso el alumno de 1º de ESO estará en la charla pensando en la chapa que le está cayendo, y deseando que aquello termine pronto. Algo que en el caso de las grullas no fue así: hay una mayor implicación en el proceso y un conocimiento directo de los motivos por los que eso se hace. En último término, en el fondo del asunto, hay otro aspecto terrible de este tipo de celebraciones: ¿Quién se verá afectado en algo por un discurso de datos o por la elaboración de grullas de papel? ¿Quién se acordará de una cosa u otra un mes después del señalado día? ¿Quién dejará de pensar en el examen de mañana, el entrenamiento de la tarde o la quedada del sábado? Rememorar para volver a la vida y dejar morir esa experiencia. Nada cambiar nada.
P.D: si alguien está interesado, puede ver las fotos de las grullas colgadas el pasado mes de enero.