Tantas veces nos equivocamos y tantas veces de no habernos dado la posibilidad de tomar una decisión valiente pagamos con creces un tiempo perdido. No es fácil reconocernos en un tiempo que dejamos de encontrarnos con nosotros mismos y nos alejamos de los otros. Si la duda nos detiene también nos acaba golpeando contra nosotros mismos.
Indecisos nos escondemos en una meditación metafísica ajenos a los demás paralizados sobre el hacer , vivir, actuar, sentir .. Eso es perder el tiempo. Ese sentimiento de habernos engañado con aquello que hemos dejado de decidir nos ha impedido por años a veces estar atentos a los más cercanos de nosotros. El peor engaño es el autoengaño , ese que premeditadamente uno se deja arrastrar para someterse a la tiranía del ego como personaje misterioso que le alcanza y le cobija en sus miedos, sus inseguridades y sus recelos. Vivir en una virtualidad con los otros no nos ayuda para nada para encontrarnos a nosotros mismos. Y es que el peor abandono es el de uno mismo , aquel que sufre del espejismo de la coartada para venderse a los otros como algo que uno nunca es y nunca ha sido. El drama se presenta pues cuando eso ajeno a lo que uno se refugió sólo ha sido una falacia de la propia sinverguenza para con uno mismo. ¿Quién soy yo atrapado por la falta de compromiso? Alguien ajeno al otro y cercano al nosotros porque precisamente siempre ese ser que a uno le parecía cercano ha permanecido tan lejos de lo que uno es que nunca fue ni ha sido suficientemente próximo. Por eso en el autoengaño existe un encuentro irresuelto con el tiempo perdido, con el vivir sesgado, con el peor maltrato que es hacia uno mismo. De eso se aprende , se descubre uno cuando finalmente ha creido que vivir no es más que una práctica ajena a los demás y cercana a uno mismo que nunca nos debería someter a figuras proyectadas ni ha futuros imposibles ni ha formas sin contenido ni ha vacíos perecederos tan lejanos desde el primer día y tan cercanos a quienes siempre tuvimos con nosotros , quienes abandonados supimos que en nuestro adiós más distante sólo se encontraría un día la única verdad sobre lo equivocados que estábamos de creer en los otros y olvidarnos de quienes siempre fueron y están cercanos como nosotros.
Lamentarse sin embargo lo convierte a uno en cómplice de sus mentiras y en incapacitado para hacer frente a sus verdades . Eso ajeno debió detenerlo uno hace ya mucho tiempo sin dejarse atrapar ni obsesionar por los ataques que a uno le vienen y le van creyendo que salva el mundo . Es mejor apearse uno del barco que nunca salió de ningún puerto o del molino que nunca sirvió para los sacos de harina ... Si el olvido nos sirve de algo como platónicos empedernidos cobijamos en el presente los recuerdos que nuestra alma dejó por el camino , porque nada hay más triste con uno mismo que darse cuenta que nunca debió tomar aquella senda para desprenderse de las manos que cercanas le decían ven con nosotros .