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Immanuel Kant tiene fama de haber sido un excelente profesor, volcado con su docencia. Como parte precisamente de sus obligaciones estaba la de impartir algunos cursos sobre la materia Pedagogía que fueron rescatados por apuntes de algún alumno y que hoy conocemos como un opúsculo llamado precisamente así, Pedagogía, que tiene cierta fama en el área de la Teoría de la Educación. Se trata de unas pocas páginas que se leen en apenas unas horas, densas, casi telegráficas en algunos momentos, a las que la edición española de la editorial Akal que recoge la traducción de Luzuriaga, añade unos apéndices extraídos de otros lugares de la edición crítica de la Obra Completa del filósofo. De hecho, yo me voy a referir a esta versión: Immanuel Kant, Pedagogía, Akal, Madrid, 2003 (3ªedición).
Kant parte de la afirmación de que sólo el hombre puede ser educado. Si un hombre no fuera educado, hipotéticamente, tan solo desarrollaría su animalidad, señala, es decir, su parte instintiva. Así, el filósofo establece una separación tajante entre el hombre y el animal aunque no niega en ningún momento la animalidad existente en el hombre ni lo físico, que ha de ser objeto de crianza y cuidados y sometido a cierta disciplina. Básicamente, lo que establece esta línea divisoria es la razón, por lo que el texto de Kant sostiene un racionalismo que ensalza la cualidad por la que el hombre debe hacerse capaz (gracias a la educación) de asir las riendas de su voluntad, de razonar lo que hace, lo cual es sinónimo, dice, de actuar moralmente.
Éste es el mayor logro de la educación que pasa por momentos anteriores que son presupuestos por él pero que han de ser superados, que son preparatorios. Por ejemplo, la instrucción. Es decir, el niño debe aprender leyes, “civilidad”, comportamiento en sociedad, buenas maneras, pero sólo como paso previo al desarrollo de su razón, la cual le hará capaz de desear la ley (la máxima) por sí misma, independientemente de los premios o castigos asociados a ella o de la costumbre o las normas y convenciones sociales. Tanto es así que incluso a la religión se llega por la moralidad y no al revés. Es más importante una razón que establezca el amor y deseo de actuar acorde con una máxima moral (aunque dentro de su típico formalismo Kant apenas indica contenidos materiales morales) que el ser llevado a ello por la fe en un Dios. El movimiento en la religión es, como digo, contrario, en la línea de la religión natural ilustrada, que hace de Dios una especie de recurso para la razón y la moral, lo cual como es bien sabido, fue de hecho un tópico de la razón práctica kantiana.
En general la pedagogía kantiana no se entiende sin su sistema filosófico. Es necesario tener en mente, como señala Fernández Enguita en el prólogo de la edición que manejamos, su división entre fenómeno y noúmeno que pone éste último la base de la libertad humana y la moralidad, así como presupone a Dios y el alma. Es en los supuestos de la razón práctica y la antropología kantiana, con una fuerte y muy evidente influencia de Rousseau, como Kant elabora su pedagogía.
Mitiga el uso del castigo, incluso ironiza con las ciencias (Rousseau), refleja su ideal de progreso y de “especie” y bien común (vid. Ensayos sobre filosofía de la historia), concede importancia a los años tempranos y he detectado, recogido a través de Rousseau seguramente, la influencia del pensamiento estoico en algunos momentos, sobre todo en la idea de formar un carácter como paso previo a inculcar el bien. Es decir, no se trata de educar mecánicamente para que el hombre sea bueno, sino de crear una personalidad estable y equilibrada (diríamos hoy) en la línea descrita por un Séneca, por ejemplo (aunque él no lo nombra, pero es una permanente influencia en Rousseau). Leyendo Emilio, y como es bien conocido Kant se enfrascó en su lectura hasta el punto de llegar tarde a una cita, se aprecia esta línea estoica de la forja de un carácter, la constitución de un sujeto, su creación y constante puesta a punto en los avatares de la existencia, para ejercitarse y hacerse fuerte en la lucha, en la resistencia que requiere muchas veces el permanecer fiel a las máximas, al proyecto vital que uno ha escogido o a la mera supervivencia incluso. Me ha parecido que de un modo sutil, Kant tiene esto en mente y lo recoge en su tratadito en algunas frases y lugares muy rousseaunianos.
Así, Kant es un pedagogo racionalista y formalista, como era de suponer. Se le tacha, oficialmente, de idealista. Todo esto quiere decir que elude la materialidad en la ética, como hemos indicado, y constantemente está operando con un hombre ideal, adelgazado, reducido a sus componentes racionales, a su capacidad de actuar según máximas, que es lo que hay que perseguir y que por tanto constituye, obsesivamente para él, el fin de la educación, sin concretar ya más cosas. El formalismo moral del imperativo categórico late aquí como ideal pedagógico que hace hombre al hombre y que lo eleva sobre su propia animalidad. Es lo que para Kant más merece la pena en nosotros, lo que nos humaniza, lo que sin negar nuestro componente animal, nos distingue del mundo del hábito (vs Bourdieu) y el instinto. Esto puede incurrir en una negación de la materialidad, a pesar de todo, que como muchas filosofías posteriores han señalado, continúa operante en la inteligencia y la razón, sin que la superación o elevación que implican las mismas constituya una negación absoluta de lo anterior. Baste acudir a Zubiri, por ejemplo, para cuestionar esta hybris kantiana.
Kant tiene un ideal del hombre como alguien totalmente capaz de una voluntad casi omnipotente para autorregirse, en un plano moral por lo menos, pero también, progresiva y colectivamente, política e históricamente. Su tratadito sobre pedagogía indicaría muy someramente el camino en tamaño micro que ha de seguir el individuo para este proyecto ilustrado colectivo, que sería la educación. Tal vez en el fondo la pedagogía kantiana sea como si el paso por la educación fuera el necesario sacrificio que ha de hacerse a la materialidad que nos constituye pero para rápidamente olvidarnos de ella e ir más allá de la misma...
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