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Cuando ya no queda nada del día, el día está en su plenitud.Maestro Eckhart, sermones.
Uno sobrevive más desangelado en la noche. Uno se mece en las horas huecas que lo desnudan, que lo van desvistiendo. Uno se resta día. La noche es una periódica sustracción, una merma. La noche es frío donde uno es más precariamente uno. Ésta es la revelación nocturna, el nudo delirio de los noctámbulos. Ser uno que se desliza. Ser cuando se va a la fiesta gregariamente uno. Uno a solas y multiplicado. Singular pero común. Reflejo.
Un prolongado resbalón. Uno abandonándose en la soledad de la noche. Sustrayéndose en el goteo del tiempo, cuando el hombre se torna único hombre, débil y desvelado, convaleciente de tanto día, de tanto sol agotador. Hay dos enfermedades que se llaman día y noche, pero que en realidad son la misma patología, el mismo pathos del vivir sin sustancia. Tras el desasimiento, en la larga noche invernal, sentimos, helados, que la rosa florece porque florece. Quizás ésa sea la sabiduría de la noche para quien sepa oírla. Su nostalgia.
La noche despoja. Es un sin vivir más preclaro y más sin vivir, en el que los dolores del día se hacen tan definidos como intangibles. Y caemos infinitamente desnudos. La noche arranca y roba las vestiduras. Hiela. Por eso hay una inefable ascesis en ella. Un nadeo, una red asfixiante, un despliegue de lugares comunes que son la noche, de tinieblas y de tópicos, de palabras rutinarias. Una ascesis de tópicos. Un raquitismo. Insufribles lugares comunes, pétreos. La noche es, ciertamente, una callada y tediosa lapidación.
Hay una explanada nocturna. Un horror bajo los tópicos que desnudan porque visten y revisten. La oscuridad es suave y terrible. Se diría que tierna y soñolientamente capturamos en ella lo que en el día se viste de disparates medidos, ordenados, de barniz cotidiano. La vulgar esencia. Lo muy repetido, lo duplicado, brilla silenciosamente de noche. Es preciso abandonar los tópicos del día para obtener en la noche una lucidez de tópicos. Ésa es la clave y la lucidez, saberse atrapado. Hundido en el tráfago de lugares comunes con los que hay que combatir, que son opio. Un combate eternamente perdido. Una música que irrita. Como los trapecistas, nos agarramos a cada trapecio rítmicamente, a cada uno de ellos a los que saltamos. Escasa y pobremente nos agarramos.
La noche, tan reiterada, es mito, y por eso es una nada que cansinamente nos golpea. Una previsible originalidad. Un renacimiento en otra parte igual. Uno escoge si vivir en la luz cegadora o en la luz que es sombra, que activa las repetitivas ensoñaciones y estrellas, en el no día del día retorcido y sublimado, destilado.
Vivimos en el tópico. Nos retorcemos en él. Lo albergamos y mantenemos como centro de nuestra vida.
Tópicamente podemos indicar que la vida y la noche son sueño. Disfrutamos de una mayor para-existencia leve como el sueño, cuando aparece la lucidez del frío y las sombras que agotadoramente son lo mismo que el día; una inversión del día que, por tanto, se sujeta al día, que es disimuladamente lo mismo. Por eso, la noche es triunfo y derrota. Perdemos la sobreabundancia de hechos, de sucesos previsibles del día. La noche es pérdida. Es el día fracasado. La lucidez del fracaso. Y su imprevisibilidad esconde una férrea previsión. Su realidad es ser impugnación falsa e imperfecta del día.
La noche es escasa en su trasiego. Es más que el día siendo menos. Pero la noche no sobreviviría sin la mañana, el mediodía y la tarde. La lucidez diurna de las horas desarticuladas, del no sentido, del estar porque sí deslumbra en su apagado contrario. Una duplicada trivialidad. Día y noche. La noche se nutre fatalmente de la claridad diurna y la exprime.
Puede florecer la noche como una breve flor silvestre. Es rara, es trivial, es sencilla, es común, es muchos. Como en el día, hay en la noche que enfrentar también un tedio de pálidos tópicos.