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Educación y filosofía
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Homero, de C. M. Bowra.
Marcos Santos Gómez
He terminado de leer Homero, de Bowra, autor del que disfruté en sumo grado hace unos años su excelente La Atenas de Pericles, libro éste que me parece altamente recomendable, de muy grata escritura, una buena síntesis de enorme rigor y que yo leí en pleno apogeo del 15 M cuando mi interés por estudiar y pensar la democracia era, en medio de tantas asambleas y como para muchos entonces, bastante elevado. Queda pendiente mi lectura, que promete ser muy entretenida, de su Introducción a la literatura griega.
El libro sobre Homero se trata, al parecer, de una obra póstuma, no del todo acabada, y que quizás por ello adolece de cierta mayor monotonía en el texto, en especial en la primera parte. Creo que este estupendo estudioso podía, y seguramente lo habría hecho, haber compuesto algo bastante mejor planteado sobre, nada menos, que el padre de Occidente, el gran, enigmático y controvertido Homero, del que se duda incluso, como es sabido, su existencia. Homero se estudia como un mitógrafo, es decir, como alguien que fijó o por lo menos recogió y sistematizó y compiló una tradición oral sobre la religión y los mitos. En su caso, al parecer, aunque fijó el texto, Bowra habla más bien de la tradición oral en torno a las leyendas que relata y que en cualquier caso quedaron tal como hoy las conocemos y como las cultivara Grecia y las posteridad, en el siglo VIII a. C.
Homero se refería en gran parte a unos mitos heroicos de un mundo que, señala nuestro autor, cultivaba los valores y era transmitido por la educación entre la clase de guerreros que en su época, en el siglo VIII, y en los restos que habían llegado del mundo micénico muy anterior, constituían la clase gobernante. Era un mundo, el del siglo VIII, ya no tanto de reyes, cuyas monarquías de tipo micénico habían entrado en decadencia, sino de una casta de señores que vivían en palacios rurales, en un contexto de casas y granjas en el campo que prácticamente no era todavía el universo urbano de las ciudades estado posteriores, y que vivían de sus tierras y de los botines de guerra y el pillaje. La guerra, encuentro explicado en varios libros que he manejado sobre historia antigua, sobre todo tenía el atractivo, por cierto, de la riqueza. Era un negocio muy lucrativo y por eso Roma conquistó Italia, señala, por ejemplo, Mary Beard.
Así que estos señores, como los que retrata la Odisea que demandan a Penélope en matrimonio en la larga ausencia de Ulises en la isla de Ítaca, ocupaban grandes fincas rurales, con numerosísimos esclavos y empleados (muchos menos que en época micénica), que junto con el ejército y las profesiones especializadas, constituían la sociedad y la economía de la época en Grecia. En Jonia podía haber influencias algo diferentes de tipo asiático, pero en la Grecia europea, el tipo de mundo del siglo VIII era éste. Aunque los textos homéricos se estudiarían en las escuelas y en los centros cultivados de la Grecia posterior urbana e ilustrada, justificándose por su valor educativo, lo cierto es que, según matiza Bowra, no fueron textos para educar masivamente a los griegos, sino a esa pequeña parte que constituía la élite, al menos cuando fueron escritos. Ellos, los señores, sí verían retratados y ensalzados los modelos que trataban de regir su comportamiento, el del mundo heroico. Un mundo que Jaeger dirá que se extrapolará, sin embargo, al nuevo mundo y a las clases nuevas que cultivarán el heroísmo en el siglo V tanto en la escultura como en el deporte, por ejemplo. El deporte, de hecho, de gran prestigio y valor educativo para la Grecia clásica, será un remedo del mundo heroico de la antigua nobleza del siglo VIII e incluso micénica. Esto sustenta la idea que venimos intuyendo en este blog, a lo largo de los más recientes posts sobre la paideia griega, de que la educación clásica tendría su más primario y antiguo modelo en el mundo de la aristocracia. El conocimiento acabaría siendo una suerte de gimnasia para el espíritu y la educación deportiva sería el intento de regular el cuerpo para lograr esa vieja y envidiada excelencia del mundo heroico, para encarnar la virtud que ya no sería de la sangre, sino que sería el producto de la voluntad por adquirirla y del esfuerzo. Es, sin duda, lo que da origen a la pedagogía y lo que todavía hoy la caracteriza. Se trataría de emular a una aristocracia que era admirada y vagamente recordada, en el contexto de las polis, siendo tan solo realmente el modelo espartano el que habría logrado la plena “democratización” de este ideal de la sangre noble, como ya consideramos y estudiamos en el post oportuno.
El texto es en sí un texto tan arcaico como rico y mejorado en relación con la épica anterior y muy posterior que se ha cultivado, también en la forma de grandes poemas, en distintas culturas (preparo con grata expectativa mi próxima lectura del Gilgamesh, del cual tengo una excelente edición en la editorial Akal, junto con otros textos sumerios, babilónicos y asirios). Su conocido verso, el hexámetro dactílico, es, dice Bowra, una específica invención griega, que copiarían los romanos, a partir de su tipo de métrica cuantitativa propia de las viejas lenguas indoeuropeas, basada en la alternancia de pies compuestos por sílabas largas y breves (que en nuestras lenguas actuales se ha sustituido por otros modos de la repetición o la simetría que está en la base de toda poesía, incluido el verso libre, por supuesto). La poesía pretende musicalizar o remusicalizar (¿quién sabe?) el lenguaje, para dotarlo de mayor potencia expresiva y dar densidad a sus partes. El lenguaje se concentra en su forma para que ésta sea parte activa en la expresión del contenido. En este sentido la poesía, también hoy, intenta reforzar o revitalizar el lenguaje, convertirlo en un instrumento expresivo más capaz y potente para designar elementos de la realidad (sí, digo bien, de la realidad, no se trata de fantasmas, salvo que comprendamos que la realidad también se compone de sus, o nuestros, fantasmas). Se intenta depurar nuestro modo de acceso a la verdad, podríamos afirmar en este sentido, la fuerza denotativa del lenguaje a través de lo connotativo.
Pues en tiempos de Homero esta musicalización de la palabra de gran fuerza persuasiva y denotativa (¡Sí, digo bien, “denotativa”!!) la hacían los aedos (en griego antiguo se suele nombrar con este término, cuya raíz está en el verbo “canta”, ya en el primer conocidísimo verso de la Ilíada, tanto a los poetas como a los músicos). La poesía, como la mayor parte de las tragedias, se cantaba y se cultivaba además una tradición musical muy elaborada y compleja de la que, por no escribirse, no nos ha llegado absolutamente nada. Esto era así en los tiempos de Homero, que con estos recursos embellecía fundamentalmente la guerra y el heroísmo. En la cultura del héroe, por ejemplo, se entiende la famosa “cólera de Aquiles” que era producto de un serio agravio infligido a los códigos de la moral consuetudinaria, no escrita, y las leyes que regían las relaciones entre héroes y su remedo mundano, entre los nobles. Se ensalzaba, pues, un honor y los modos de restituirlo en el que el mundo guerrero fundaba su conducta y sus relaciones, sus pactos y sus reconciliaciones, evitándose el excesivo derramamiento de sangre y las venganzas demasiado cruentas. Homero, de hecho, es bastante realista y toma elementos de, no sólo la tradición, sino del mundo que tenía ante sus ojos y del que podemos saber algo por pasajes tan elocuentes como la famosa descripción del escudo de Aquiles representando escenas corrientes de la vida de entonces (marcadísima, por cierto, por el pillaje y la guerra). Como dato curioso, la escritura apenas existe en la sociedad y periodo que nos pinta Homero (la llamada Edad oscura de Grecia, entre el desusado alfabeto micénico y la invención del actual alfabeto griego).
Como es obvio, el libro de Bowra abunda en otros muchos aspectos pero no deseo que mis posts se alarguen demasiado, además de que los voy componiendo de un modo selectivo, en función de aquello que más pueda interesar al estudio de la pedagogía y la educación en la Antigüedad que es la excusa, en realidad, para estudiar la educación en su más rabiosa actualidad.
Obra referida:Bowra, C. M. (2013). Homero. Madrid: Gredos. Edición original 1972.