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Educación y filosofía
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Algunas ideas a partir de La tragedia griegade Albin Lesky.
Marcos Santos Gómez
Frente a la idea de que el mundo es el lugar determinado y organizado por los dioses, en la tragedia, con gran fuerza en Eurípides, se vive lo contrario, la experiencia de un desorden metafísico y teológico por el que los dioses y el culto entra, sutilmente, en crisis ante un mundo que ya no pueden explicar. El desconcierto original del griego ante los eventos de su existencia que, también esto aparece y se reflexiona en la tragedia, son producto del capricho azaroso y envidioso de las divinidades, se multiplica cuando tampoco está claro el papel de éstas en algo en lo que interviene el hombre con sus errores, su hybris y sus miserias, o mejor dicho, su mezcla de miseria y de grandeza. La grandeza del hombre se cifra, por cierto, en un rasgo que precederá el elemento central del estoicismo, que es la capacidad de afrontar con aplomo un destino que en principio puede resultar contrario al hombre. En esta línea de disolución de las viejas explicaciones homéricas, Lesky define lo trágico como “la concepción del mundo como sede de la destrucción incondicional de fuerzas y valores, sin solución y que no puede explicarse por ningún sentido trascedente, destrucción de fuerza y valores que necesariamente están en pugna” (p. 30). El nuevo mundo inventado por los griegos es el de una permanente y constante crisis, por la que el hombre vive su existencia como un zarandeo, como una agitación, que será función del futuro estoicismo sosegar mediante su asunción, o la asunción de que después de todo, el mundo está o estará bien (Séneca, De Providentia). Así, más adelante señala Lesky, a partir de su interpretación de Antigona de Sófocles: “Lo que desde tiempo inmemorial parecía sólido y consistente, santificado por la tradición, no puesto en duda en su validez por ninguna persona honrada, debía ser probado ahora por la razón en cuanto a su solidez y fundamento. Solamente la razón había de ser juez de lo anticuado, que era arrojado al montón de los trastos viejos, la arquitecta de una nueva época, en la que el hombre se desembarazaba de las ataduras de la tradición para seguir su camino de perfección” (p. 130). Es la época, por tanto, del surgimiento de un nuevo poder que continúa su avance a través de este género que inventan los griegos y que significa, por tanto, todo un análisis existencial de la nueva situación del hombre. Añade más adelante: “La tradición ya no era ahora una obligación, pero tampoco podía servir de ayuda. Toda la carga de la propia decisión y responsabilidad recaía ahora en el hombre, colocado en medio de las antinomias” (p. 162). Todo lo cual llega a su más perfecta expresión con el último de los grandes trágicos, Eurípides, de cuyo Heracles afirma Lesky: “Reconocemos detrás de Eurípides la ilustrada crítica de los dioses efectuada por la sofística y detrás de ella su fondo primitivo en el pensamiento de los filósofos jónicos” (p. 193). En realidad, no es que se caiga, ni lo hace tampoco Eurípides, en un nihilismo religioso, pues los dioses siguen estando, sólo que, insinuando la crítica de un Jenófanes, éstos son buscados y redefinidos en función de la razón emergente. Lesky detecta en algunos pasajes de Helena de Eurípides que se trata “de motivos de la mitología separados de su propio suelo e insertados en nuevas relaciones sofístico-racionales, proceso que hizo escuela, como puede observarse todavía en las tragedias de Séneca” (p. 197). Y es en el contexto de esta disolución de la tradición heroica, para la que, recordemos, la virtud no puede ser enseñada (lo cual ya critica el moralismo hesiódico), que en Las Suplicantes de Eurípides constatamos el elogio de la educación, en cierto pasaje de la oración fúnebre de Adrasto, que señala cómo la virtud puede aprenderse y que por tanto es preciso educar bien a los niños, frente a la idea aristocratizante de Píndaro, que ya hemos visto en este blog. También se elogia la educación en Ifig. Aul. de manera que nos acercamos a la sofística y a Sócrates.
La educación, la paideia, por tanto, sólo se entiende en estos nuevos tiempos en los que se cuestiona el carácter o la virtud como productos de una herencia de la sangre. En realidad, este pathos aristocratizante es el que todavía vemos en los movimientos intelectuales que enfatizan el poder de una herencia que fatalmente no puede ser contradicha por una educación apropiada. Las tendencias más racionales y democratizantes irán en la línea de una educación que, en el otro extremo, se situará en una nueva hybris, como la rousseaniana, de la desmesura pedagógica que quiere superar incluso la herencia genética y para la que la naturaleza humana se fabrica en su integridad. Resulta lógico, pues, que tras la caída de la vieja religión emerja con fuerza una paideia que ya en la tragedia se ejercita, pues, como hemos sabido por Jaeger y su excelente libro Paideia, ésta es un requerimiento del nuevo mundo de la nueva razón que cuestiona y trata de discutir el mito y los valores del heroísmo homérico aunque muchas veces no los desintegre sino que, a mi juicio, los sublime y transforme, por lo que aquellos reaparecerán en el nuevo modelo de mundo y de existencia. Sobre todo en la elección de la educación y sus productos, su efecto en el sujeto, una educación que tiende al elitismo, como el origen de una nueva nobleza y de un punto de vista intelectualmente privilegiado del mundo, en la medida que obra desde la más aristocrática de las distancias.
Fuente:
Lesky, A. (1970). La tragedia griega. Barcelona: Labor.