A partir de una lectura de Alejandrías (antología 1970 – 2013) 2 ª edición aumentada, de Luis Antonio de Villena. Ed. Renacimiento.
Marcos Santos Gómez
Cuando uno ha leído muchos textos, se da cuenta de que todos son versiones de unos pocos originarios. La emoción que puede sentirse cuando se escucha recitar o se leen los primeros versos de la Ilíada, es la de reconocernos en ellos por encima de distancias y tiempos que, sin embargo, no han pasado en vano. En esas distancias se han ido contando a manera de variaciones musicales sobre un tema los pocos versos e historias en que consiste el hombre. No es posible vida ni humanidad sin relatarse, sin relato, sin poema. Y por eso es eternamente posible y urgente acudir donde tantos han acudido y repetirlo como algo nuevo. Esto es leer y escribir. Y existir. Un manso estanque a medias sombrío y luminoso, donde parecen danzar reverberaciones infinitas de aquello que una vez se dijo.
Podemos arañar aquellos primeros vestigios y para ello aprender esforzadamente el griego antiguo o el latín, para, aun habiendo conseguido el casi pleno dominio de estas lenguas, descubrir que sigue quedando algo sin decir, sin poderlo evocar y a lo que apenas se vislumbra. Pero se da la regocijante paradoja de que somos en lo que se ha perdido. Somos lo que habiéndose perdido, es en nosotros y permanece. Somos en el resto entre aquel tiempo originario y nosotros. En esta fuga es donde se da el tiempo del hombre y la historia o, esa palabra desvirtuada: la tradición. Me refiero a la distancia entre aquellos primeros versos de la Ilíada y el modo en que hoy estos laten por doquier en una extraña eternidad en la que son de otro modo. Y en estos vagos y móviles asideros prolifera lo poético, en estos vacíos y exaltaciones. En esta melancolía es posible explicar lo inadmisible: que sigan componiéndose sonetos o todavía alguien desee leer a Catulo en su lengua. A estas alturas…
Son reflexiones que acuden y me han sido suscitadas por la magnífica poesía de Luis Antonio de Villena. En sus impecables versos, serenos, ajustados, con ritmo y cadencias elegantísimas, pero, al mismo tiempo, actuales, valientes en los temas y asuntos, con palabra viva y contemporánea, he sentido esta cercanía y a la vez extrañeza de lo latino, de lo clásico, de lo originario de nuestra tradición. Tiene hoy sentido volver a lo latino y lo helénico, para un poeta, exactamente en el modo que lo tiene en la poesía de Villena. No huele el latín a rancio, porque es buen latín, hoy, es decir, buen castellano en el que late y refulge la nobleza, que decía Borges, del latín, la nobleza a la que aspiran todas las lenguas.
La antología de Villena es una magnífica muestra de sus extraordinarios poemas, de las etapas en las que ha ido forjando sus variaciones y que nos enseña el valor perenne de aquella cultura y lengua que él tanto y tan bien sabe venerar. Sin leer latín, en su español he sentido a menudo que leía a Horacio o Catulo, en los versos de este poeta. De ahí este sabor algo melancólico de lo pasado que es a la vez eterno, del carpe diem que ha sabido poetizar a lo largo de toda una vida no menos poética, cabe vislumbrar, que su poesía. Todo, aun lo sórdido, llama e invoca al latín en que se salva, o, mejor dicho, a la sombra de un latín al que por mucho que demos la espalda, nos debemos y en el que nos justificamos. Si no hubiera eso… puede soportarse la pérdida de Dios, pero no la pérdida de eso que revive en los poemas de Villena, es decir, de la fuente viva de donde procedemos. Perder el origen sagrado y mundano que late en estas lenguas y tradición resulta incomparablemente más insufrible. Si hay Dios, también procede de esta fuente, es decir, del poema que nunca se dijo pero al que todos los poemas aspiran. Quizás Dios, su sombra, su imaginación, sea ese poema perdido e inalcanzable.
Podemos detestar el agua de la fuente, pero no podemos vivir sin ella. El día que la humanidad abandone el recuerdo de lo que es en profundidad, y estamos ya casi en ello, será el comienzo de un tiempo ruin. Si quitamos al hombre su materia, lo habremos perdido.