Lectura y reseña de
Cuentos de un soñador, de Lord Dunsany, ed. Alianza.
Marcos Santos Gómez
He terminado de leer
Cuentos de un soñador, de Lord Dunsany, ed. Alianza. Aunque tengo el magnífico volumen en pasta dura de la colección Gótica de la muy punky editorial Valdemar, volumen que reúne cinco de sus libros, he preferido abordar solo esta obra, en la más manejable edición de Alianza. La lectura hace años de una antología de cuentos que me hicieron conocer a este curioso autor, tuvo su reflejo en la elaboración de uno de mis relatos publicados. Al principio, su obra me resultó extraña y en exceso fantasiosa, pero en un segundo abordaje me impactó con fuerza. Hallé, y he vuelto a hallar estos días, un peculiarísimo estilo de género fantástico que despliega la pintura de una bella ensoñación, de lo que uno podría imaginar en una duermevela o en un manso estado febril, con un gusto dulce, mágico y muy grato. Los cuentos son deliciosos, de una imaginación desbordante que crea un mundo alternativo, con sus mapas, ciudades y ríos, con su gente, con sus dioses y demonios, por el que vuela más alegre que triste la fantasía.
En ellos, causa todo un efecto de irrealidad que sin embargo se asume como tal; es decir, que se asume conscientemente el engaño, se acepta y prepara dicho engaño con lucidez. No es profecía ni mito, sino la esencia de algo así como lo que Shakespeare llamó “sueño de una noche de verano”. A ratos es exuberante, divertido o, en alguna otra ocasión, se demora demasiado. Es producto de una voluntad post-mitológica de soñar, de tornarse conscientemente primitivo en una suerte de empeño creativo de mitógrafo exiliado. Esta literatura quiere ser como los mitos, sin que cuele, porque hoy esas exuberantes mitologías a plena luz ya no cuelan (cuelan los mitos tratados de otro modo). Este carácter voluntarista, de engaño enfático y consciente, es lo que priva de profundidad a estos cuentos, que solo con un poco más la tendrían (ese poco más es Borges). Quiero decir que todo se queda en una superficialidad narrada, bellamente inventada, pero sin la trascendencia ni la potencia de un verdadero mito o profecía (como sí las hay en las ensoñaciones del poeta Blake).
De todos modos, los relatos ostentan algo poderoso, porque andan rondando la cabeza tiempo después de que se los ha leído y llegan a influir en autores del calibre de Borges o Lovecraft. Su prosa es luminosa, pulida, equilibrada, a ratos dulzona, y desde luego no tiene nada que ver con el tono siniestro y grandilocuente de su discípulo de Providence. Lo que traza Lord Dunsany es la elaboración de una realidad paralela, con todos los detalles, a gusto del soñador, para solazarse en mágicas aventuras que tienen bastante de escape, de deseo, quizás incluso de inconsciente que late medio oculto. Pero todo bastante suave y amable, también en las aventuras con horrendos crímenes, porque llega a relatar el horror y la tortura con una atmósfera de opio (elemento que se halla en Poe en El pozo y el péndulo), como algo que no niega la calma y un plácido bienestar. Este efecto es una clave para la conformación de lo siniestro en otros autores, pues es algo que posee el doble y paradójico sentimiento de ensoñación y placer, por un lado, y angustia por otro. A veces estos sueños aspiran a ser fisuras en la realidad y por eso pueden tender a la pesadilla, aunque en el caso del escritor irlandés en general se cuidan de excederse en lo macabro de un modo macabro.