La primera, mi nueva entrega en El Tribú. Voy avanzando poco a poco en mi peculiar diccionario filosófico. Ahora me detengo en el amor.
La segunda, la entrevista que me hace Ignacio Peyró sobre La mermelada sentimental.
22384 temas (22192 sin leer) en 44 canales
La primera, mi nueva entrega en El Tribú. Voy avanzando poco a poco en mi peculiar diccionario filosófico. Ahora me detengo en el amor.
La segunda, la entrevista que me hace Ignacio Peyró sobre La mermelada sentimental.
Los interesados en asistir a la presentación del libro La mermelada sentimental han de inscribirse en la
Me preguntan en una videoconferencia qué es exactamente un trabajo en equipo, cómo debe estar organizado y cómo se evalúa. Respondo que las preguntas son fáciles de contestar y que creo, además, que todos estarán de acuerdo con mis respuestas. Para entender qué es un trabajo en equipo no hay más que imaginarse a uno mismo en un quirófano, siendo operado a corazón abierto y teniendo a tu alrededor un grupo diverso de personas.
El trabajo en equipo es una actividad con un fin claro que para llevarse a cabo con éxito necesita la colaboración de varias personas con competeencias diferentes pero complementarias.
Debe de estar organizado jerárquicamente. Alguien ha de tener la última palabra y ha de asumir la mayor reponsabilidad.
Cada uno sabe exactamente lo que tienen que hacer. Nadie puede escaquearse. Un trabajo en equipo es una cadena. Si un eslabón se rompe, la cadena es inservible.
Se evalúa por su resultado (no es una tertulia de amigos). La nota es la salud del paciente. Todo lo demás es accidental.
Creo que, efectivamente, se han mostrado de acuerdo pero, sin embargo, me ha parecido ver en sus caras como una decepción.
Días de lectura intensa. He releído la Ética de G.E. Moore, que reeditó la editorial Avarigani el pasado mes de marzo. Me ha costado menos que la primera vez, pero he vuelto a sufrir porque ahora me ha parecido más compleja. Cuando me hablan del placer de la lectura siempre objeto que depende. Hay libros con los que hay que pelear a fondo y en los que cada página es un tropiezo. Tienes que volver atrás una y otra vez para recuperar el hilo que no sabes muy bien donde has perdido. 189 páginas de duro esfuerzo. Y, sin embargo, todo el libro no es más que un comentario del Eutifrón de Platón (cosa que Moore se cuida mucho de decirnos).
He comenzado Nihil desencadenado, de Ray Brassier (Materia oscura, 2017), libro que se abre con una cita de Thomas Ligotti que es una claro aviso para navegantes: "No hay nada que hacer y no hay lugar a donde ir. No hay nada que ser y nadie a quien conocer". Me parece un libro importante con el que ya veo que no voy a estar de acuerdo. Pero que, como trata cuestiones que me son del mayor interés, leeré con la atención que se merece y me merezco. Algún día les contaré que me hice conservador cuando descubrí que sólo el conservadurismo está en condiciones de defender el mundo de la vida frente a sus demitificadores. Otra cosa muy distinta es que los políticos conservadore estén por la labor.
Esto es lo que me cuenta B.:
"Alors ce matin, nous étions une douzaine d’éclopés, avec chacun une ou deux cannes, et deux kinésithérapeutes pour nous encadrer. Il faisait très beau, les avenues de ce quartier sont larges et ombragées, et notre groupe semblait plus vaillant que celui de Breughel. Au bout quelques dizaines de mètres, je me rends compte que je prends un léger retard. Et puis, à mesure que nous avançons, la distance entre les autres et moi augmente de façon inexorable: 100m, 200m..... Une des kiné s’en aperçoit et m’attend, puis me fait asseoir sur un banc et me fait prendre un raccourci pour revenir plus facilement. J’étais honteuse, même si je sais qu’il n’y a pas de quoi, et mon ego, si petit soit-il, en a pris un sacré coup".
Así como existen las afinidades electivas, existen también las simpatías telepáticas, para las cuales la distancia geográfica no es nada. Yo ayer estuve todo el día renqueante, con las rodillas quejosas -o, más bien, temerosas-, como si su consistencia interna se hubiese reblandecido y ya no tuvieran capacidad para aguantar mi cuerpo. He dicho y repito que ser viejo es estar más pendiente de tus rodillas que de las de la vecina. Y para esto no hay paliativo que valga. Cuando el ser se vuelve genuflexo, la metafísica que importa es la del suelo.
Tarde larga, dedicada a la declaración de hacienda (¿habrá actividad más penosa que esta en todo el año?) y a echar miradas de reojo al buzón, a ver si B. me contaba algo de la excursión colectiva de contusionados varios por su barrio. Ha llovido un poco, lo justo para darle el tono adecuado a mis cuentas: "monotonía / de lluvia tras los cristales."
Con la curiosidad que acompaña a la salida de un nuevo libro he ido a echar una mirada a Amazon. Me he llevado dos sorpresas. La primera por las categorías en que han clasificado a La mermelada sentimental. Y la segunda, por el lugar que ocupa en ellas:
Hemos salido esta tarde a caminar por la montaña. Mi mujer se encontraba en plena forma, lo que significa que, como yo iba detrás con la lengua afuera, ella, en cada bifurcación elegía el camino más empinado. Incluso se ha animado a dejar el camino y ponerse a subir monte a través. Me he acordado de mi abuelo Federico, que siempre aconsejaba no abandonar nunca camino por senda. Nosotros hemos abandonado camino por selva. Ha habido un momento que he pensado que estábamos completamentte perdidos, pero entonces he encontrado en un claro una bolsa de plástico, que me ha parecido una luminosa señal de civilización. Por allá había pasado gente. He llegado a casa con las rodillas machacadas, pero ella, mi Agente Provocador, es una mujer biónica y me mira sin entender mi cansancio. ¡Los hombres de mi generación no fuimos educados para esto!
Aquilino Duque cuenta en Mano en Candela que en una ocasión Camilo José Cela y Fernando Quiñones, paseando por la ciudad de Cadiz, fueron a parar a la plaza de la Candelaria, donde toparon con la estatua de Castelar. "Al llegar ambos ante el monumento, comentó Camilo: Ahí donde lo ves, le quitó un amante a mi tía la Pardo Bazán."
Le conté la anécdota a Julia Escobar reconociéndole que no tenía ni idea quién pudiera haber sido el amante. Ella contactó inmediatamente con bibliotecarios y archiveros, concluyendo que "según los rumores de la prensa satírica ¡se trataba de Lázaro Galdiano! con quien doña Emilia "engañó" a su por entonces amante titulado, don Benito Pérez Galdós".
¡San Fermín bendito, un navarro! Pero parece que sí. Resulta que el mismísimo Presidente de la Primera república, don Emilio Catelar -para sus enemigos, "Doña Inés del Tenorio"-, andaba por la cincuentena cuando conoció a Lázaro, treinta años más joven. Un producto notable de su relación fue la revista La España Moderna. Y hay que reconocer que don Lázaro era un magnífico ejemplar de Navarro moderno:
Reconozcamos igualmente que nuestro tan denostado siglo XIX fue mucho más complejo -y libre- de lo que habitualmente acostumbramos a suponer.
Magnífico encuentro virtual con dos jóvenes con muchas ganas de estudiar, promovido por la admirable Fundación Corazonistas.
Uno, Agustín, vive en Perú, en la región de Yurimaguas, es decir, en el alto amazonas.
El otro, Yusuf, nació en Guinea Conakry y, tras atravesar Malí y Argelia, llegó a Tánger, y de aquí pasó clandestinamente a España.
Cuando habla Agustín, nos acompaña el canto de un gallo, de fondo. Cuenta que no es fácil vérselas con las matemáticas o comprender un texto complejo cuando sólo comes una vez al día. El estómago vacío es muy mal pedagogo. Añade que tampoco facilita las cosas tener que recorrer varios quilómetros por la selva y atravesar un río causaloso para llegar a la escuela cada día. Pero él ha conseguido ser maestro.
Yusuf comienza asegurando que "mi sueño era estudiar, ir a la escuela". Para lograrlo tenía que escaparse de casa, porque su padre lo quería ver trabajando en el campo. Al regreso de la escuela, le esperaba fatalmente una paliza, por desobediente. Cuando llegó a España no sabía ni que existía un país con este nombre. Pero se quedó aquí y consiguió, venciendo un sinfín de dificultades, hacer FP de grado medio. Alguien le pregunta qué diría a los jóvenes españoles que no valoran la escuela. "Yo no tengo mucho que decirles... Si acaso... que vean que hay muchos como yo". Yusuf se está preparando para hacer FP de grado superior.
Cuando me han preguntado lo que opinaba sobre Agustín y Yusuf sólo he podido recurrir a la pedantería para sobreponerme a la profunda impresión que me han causado los relatos de sus vidas. He recordado aquellas palabras de Kant: "No se madura jamás para la razón si no es por medio de los propiops intentos". Lo demás es cuento.
Tengo hambre de rutinas, de las zapatillas que me esperan al pie de la cama al despertarme, de mi ducha, de mi armario de ropa limpia, de la luz que entra por la ventana de mi cuarto, del café de la Plaza de Ocata, de mis dos cerezos y sus cinco cerezas, de mis libros, de estas calles de mi barrio, de mi sofá, de las mil pequeñas cosas que dan forma a mi hogar.
Hoy aparece en El Subjetivo un artículo mío defendiendo la dimensión social del conservadurismo.
Me han escrito de Hornachuelos. Tras puntualizar algunos detalles que ya tenía asumidos, me dicen: "Si aún persiste en su solicitud... tendrá la puerta abierta, por supuesto".
Ayer fue un gran día. La Presidenta del gobierno de Navarra me hizo entrega de la Cruz de Carlos III el Noble de Navarra. Estas fueron las palabras que pronuncié al recibir el galardón:
"Vaya por delante mi más sincero agradecimiento por la concesión de esta Cruz, que recibo como si el mismísimo rey Carlos III me diera con ella el espaldarazo que me arma caballero del Reino de Navarra. Resalto esto porque recibo, sin duda, un privilegio, pero también un deber: el de permanecer el resto de mi vida a la altura de lo que el gobierno de Navarra ha creído ver en mí.
Esta Cruz posee el valor intrínseco que le concede su procedencia, pero también el valor añadido de las personas con quienes la comparto. Gracias por colocarme, si no a su altura, sí en su compañía.
En estas circunstancias es inevitable ser agradecido y dedicar un recuerdo a algunas de las personas que tiraron de mí hacia arriba, contra la inercia.
A mi padre, fallecido cuando yo tenía cinco años, pero cuya cercanía nunca, ni un día, he dejado de sentir como un estímulo.
A mi madre, recordando especialmente aquellos momentos que, en el recogimiento de nuestra humilde casa, cogía mis manos entre las suyas y mirándome a los ojos, me decía: "¡Hijo mío, estudia, para que puedas presentarte en cualquier sitio". Lo que me quería decir es: "¡Fórmate para relacionarte con el humilde sin prepotencia y con el encumbrado sin servilismos". No he conocido mejor definición de educación.
A mis hermanos, que me enseñaron el cabal significado de una palabra que forma parte del patrimonio moral navarro, la de "falso". Gracias a ellos sé que el pundonor siempre sale a cuenta. Añadiré que debo agradecer a mi hermana algo que seguramente ella no sabe. En lo alto de una estantería de su casa, en Sangüesa, allá donde no podíamos llegar los niños, había un libro inalcanzable que, por eso mismo, era para mí una tentación irresistible. Finalmente me hice con él y lo leí de cabo a rabo sin entender palabra, pero con la expectación de descubrir en la siguiente página el misterio de su hermetismo. Yo tenía 11 años y aquel libro, el primero que leí en mi vida, era La dama de las camelias. Desde entonces, leer ha sido para mí una intensidad.
A don Ramiro Layana, médico de Azagra, mi pueblo, que un día de 1964, cuando yo tenía 9 años, se presentó en casa y le dijo a mi madre: "Gloria, tu hijo sirve para los estudios", creándonos así un importante e inesperado problema económico. Gracias a don Ramiro he entendido lo que significa ser un buen maestro: "Ser el amante celoso de lo mejor que puede llegar a ser un niño".
A mis hijos y nietos quiero decirles que, si bien he fracasado estruendosamente en mi intento de imbuirles más afición por el Osasuna que por el Barça, espero que esta Cruz les ayude a tener presente que quien pierde sus orígenes pierde identidad.
Y, obviamente, a mi Agente Provocador, mi mujer, navarra nacida en Lecumberri y criada en Abárzuza, por compartir su vida con alguien que siempre está en otra parte, perdido en remotos parajes eidéticos, es decir, en Babia.
Permítanme, para acabar, asegurarles que no sólo saldré de aquí con la sensación de haber sido armado caballero, sino que mi lema será el de los infanzones de Obanos: "Pro libertate patria, gens libera state".
Muchas gracias".
Aparece hoy en el Diario de Navarra la crónica de la conferencia que di el miércoles de la semana pasada en Pamplona, en el Centro cultural de la Fundación Caja Navarra. El cronista no anda parco en elogios: "Gregorio Luri encandiló a los presentes con ese tono llano tan suyo, cuajado de anécdotas y dobles sentidos con trasfondo". Me ha dejado el ego tan satisfecho.
Me han propuesto de una editorial catalana escribir una pequeña introducción, de 60 páginas al pensamiento de Leo Strauss. La entrega es para finales de año. Voy a ver si puedo organizarme la agenda. Me apetece, pero mis apetencias no cuentan con la solidaridad inquebrantable del tiempo. Además, tengo más proyectos en mente. En cualquier caso la propuesta ha abierto una especie de compuerta en mí y me he puesto a escribir aforismos de un marcado tono estraussiano. 10 páginas de una tirada. Veremos si puedo continuar a buen ritmo y ya decidiré lo que hago con lo que salga.
Me he vuelto caprichoso y eso tiene algo bueno, que hago lo que quiero, pero no estoy seguro de que me ayude a disciplinarme. A veces hay que querer hacer lo que se debe.
Quizás les soprenda saber que he escrito al monasterio cisterciense de Santa María de las Escalonias, en Hornachuelos, pidiéndole al superior que me acoja durante una semana. Escribiendo el libro sobre El recogimiento en el Siglo de Oro descubrí que los caminos más diversos me conducían una y otra vez hasta Hornachuelos, exactamente hasta el convento franciscano de Santa María de los Ángeles, situado en un lugar tan agreste como espectacularmente hermoso, lleno de encanto, misticismo y misterio. Aquel monasterio fue abandonado y ahora está convertido en seminario diocesano, pero en Hornachelos varios monjes del navarro Monasterio de la Oliva fundaron en 1986 el monasterio cisterciense a cuyas puertas acabo de llamar. El azar amigo me puso en contacto con uno de los monjes, fray Antonio, que habló con el superior y me entreabrió las puertas. Ahora estoy esperando la respuesta al mail que le he enviado a este último. No estoy muy seguro de que a mi mujer le haga mucha ilusión que pase una semana en un convento de clausura y, la verdad, algo de inquietud me provocan sus dudas.
Aparece hoy mi colaboración en El Tribú, que en este caso, se centra en una palabra: la amistad. Es el broche oportuno a unos días vividos con intensidad en Pamplona en los que la primavera y la amistad se han hecho muy presentes.
Ayer, en la vuelta a Ocata, tras pagar un breve tributo a la melancolía con un brevísimo viaje a mi pueblo, Azagra, me dirigí al pueblo de Arbeca, en las proximidades de Lérida. Llegué con tiempo suficiente para darme el placer de volver a recorrer, despacio, la distancia que separa este lugar (y su magnífico poblado ibérico) de Vallbona de las Monjas. Al llegar a Maldà la carretera discurre dulcemente por el fondo de un pequeño valle -la vall del Maldanell- que conduce, primero a Llorens de Rocafort y, después a Vallbona. No me voy a entretener describiendo las delicias de este paisaje. Solamente diré que se entromete con frecuencia en mis sueños, como curioso fondo de diferentes vivencias oníricas. Bueno... añadiré también que, visto el rápido proceso de despoblación de la comarca, quien quiera disfrutar del geométrico cuidado con el que el hombre ha ido moldeando la orografía natural en terrazas para favorecer los cultivos, ha de apresurarse. Todo un mundo agrícola está desapareciendo, desvaneciéndose mientras nosotros miramos a no se sabe muy bien dónde. A las 19:30 comencé mi conferencia en el teatro de Arbeca. Al finalizar, dos horas después, el alcalde me hizo entrega de este valiosísimo obsequio:
Llegué a casa cansado, pero ese cansancio me ha proporcionado la dicha de dormir nueve horas de un tirón. Ahora me dispongo a ir a desayunar al Petit Café de la plaza de Ocata.
Vuelvo a leer lo escrito. Durante esta semana han pasado muchas cosas pero lo que de manera espontánea aflora a mi memoria son los paisajes, convertidos en decorado sentimental de un viaje. Y bien está que sea así. Se quedarán conmigo.
¿Por qué la glesia de san Agustín? Se suele decir que este era un santo especialmente grato al neófito. Pero yo sospecho que, siendo esto cierto, hay otra razón: aquí Garcilaso de la Vega fue armado caballero de Santiago, el 11 de noviembre de 1523.
Tras la ceremonia, hablaron de la posibilidad de que Ediciones Jerarquía, dirigida por Laín, Rosales y Vivanco, editara el Epos de los destinos… de cuya primera edición tengo un ejemplar en mi biblioteca.
Hace años leí en no recuerdo dónde que un hombre de Waterburg, en Connecticut, se enfrentaba a un divorcio después de que su esposa descubriera que había estado 60 años fingiendo que era sordo sin serlo, para no escucharla. En aquel momento la noticia me hizo gracia. Pero han ido pasando los años y cada uno de ellos se ha llevado un poco de mi capaciad auditiva. Con lo cual en las conferencias, tras dejar claro que yo "oigo poco, pero mal", me permito el lujo de contestar lo que me da la gana a las preguntas que me hacen, las entienda o no. Lo mismo hago con los periodistas y con la gente que se sienta a mi lado por las mañanas en la terraza del Café de Ocata interrumpiendo mi lectura.
Me gustaría ser capaz de cantar un peán a los pantalones que he tirado esta mañana al cubo gris de la basura. Un peán era un canto de victoria y aunque había algo de derrota en mi despedida de unos pantalones que tanto servicio me han prestado de forma tan callada y solícita, el hecho de que hayan resistido hasta casi deshilacharse con solo tocarlos, me parece que es una victoria sobre la obsolescencia programada de los productos de consumo modernos. Yo quería a esos pantalones. Llevaban varios años conmigo y ya estábamos hechos el uno al otro. Ahora tengo que ir domesticando unos pantalones nuevos para que se adapten sin rechistar a mis caprichos motores y posturales. ¿Si se entierran animales, por qué no enterrar una prenda a la que con el roce -nunca mejor dicho- le has cogido cariño? "Aquí yacen mis fieles pantalones, siempre a mano, que nunca defraudaron la promesa que me sugirieron al comprarlos".
Por lo demás, día de lectura, Del frente popular a la rebelión militar, el tristísimo libro de Diego Martínez Barrio, y de jardinería, sembrando "dichondria repens" en nuestro jardín lilipitiense... a ver si los mirlos no se zampan las semillas antes de que echen raíces.
Me nombran en La Razón.
A las 11:00, en la calle Marqués de Mondejar, al ladico de la plaza de toros de las Ventas, hemos organizado un congreso educativo para finales de año. Creo que ha quedado la cosa apañadita.
A las 14, comida con Martí Saballs, Paco González y Olga San Martín en el Martinete, en la plaza Marqués de Salamanca. Comida exquisita y compañía perfecta.
A las 16:30, café con Josefina Stegmann en la plaza de Santa Ana. Josefina ha tenido un día atareado, pero es una mujer fuerte.
A las 19:00 charla en la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno sobre La abolición del hombre de C.S. Lewis. Muy bien,
A las 21:00 cena con la noble gente de la Fundación.
Mañana vuelvo a casa, pero antes me espera un breve encuentro con una de las personas más especiales que conozco, Jaume Vives.
Otro día intenso.
Y satisfactorio.
He comenzado la mañana merodeando por un par de librerías de viejo, haciendo tiempo, porque a las 12:00 me esperaban en la Editorial Encuentro con La mermelada sentimental recién salida del horno. Estoy muy contento con este libro. Ha quedado bien. En Encuentro, una editorial que merece su nombre, se han esmerado.
Nada más comenzar la reunión ha llamado Josefina Stegmann, es decir, nada fuera de lo probable.
A las 13:00 he tenido que recorrer 50 metros para acercarme a la sede de The Objective, donde me esperaba sesión de fotos y entrevista. La mermelada sentimental recoge los artículos que he ido publicando estos años en El Subjetivo. Por lo tanto, era obligado que llevase un prólogo de Peyró. Ayer, alguien bastante más joven que yo, pero con buen criterio y fina inteligencia, dejó dicho con una copa de verdejo en la mano, en el hotel Urso, que "Peyró es el mejor de nuestra generación".
A las 14:30 me esperaban -a 300 metros de distancia- en la Fundación Botín, para ir a disfrutar de la comida casera a La Cocina de María Luisa. Comida tranquila, rica y cordial en la que no han faltado ni risas ni proyectos ambiciosos.
He vuelto caminando hasta el hotel, pero no tanto por hacer ejercicio (que también) como por husmear en otra librería de viejo, próxima a la puerta de Alcalá, a la que le había echado el ojo al pasar por delante de su escaparate con prisas.
En el hotel me esperaba otra entrevista -una curiosa y entretenida entrevista metafísica, sobre el yo- y, finalmente, el descanso.
Día largo.
A las 11:00 encuentro con Lluís Homar, Xavier Albertí, Ana Llorente y María Condor en la Plaza de Santa Ana.
A las 13:00 presentación de El recogimiento en el Teatro de la Comedia. Allí estaban, ente otros, el gran Luís Lizasoiáin y el entrañable Carlos García Gual.
A las 14:15 despedida de mi mujer, que regresaba a Ocata.
A las 14:45 comida filosófica con Javier Gomá.
A las 18:00 reunión educativa en las Cortes.
A las 20:00 charla, vino y picoteo en el hotel Urso.
A las 23 regreso al hotel.
Resumen del día: ¡Qué grande es una habitación de hotel cuando falta ella!
Dice mi mujer que hemos dado 22.845 pasos por Madrid. Pocos me parecen a mí, pero a ella le informa de estas cosas un reloj que lleva en la muñeca y ya se sabe que la tecnología siempre tiene razón. No sé cuánto supondrá esto traducido a quilómetros, pero una barbaridad, seguro.
Hemos comenzado la mañana en el Museo del Romanticismo, porque tenía yo el antojo de rendirle una visita a Paquiro, el torero:
Pero como no hay como ir a un sitio para encontrarse en otro, me he quedado sorprendido por estas dos maravillas de Alejandro Ferrant Fischermans, San Joaquín y Santa Ana (1884):
No estoy yo seguro de que Alejandro Ferrant sea un pintor romántico, pero eso es lo de menos. Lo relevante es su genialidad. Hay muchas cosas interesantes que reclaman la atención del visitante del Museo del Romanticismo pero yo he salido con la memoria totalmente ocupada por estas dos imágenes.
El cohete chino ha caído en el Océano Índico, pero como el cielo parecía decidido a descargar algo sobre Madrid, hoy nos ha dejado caer un chaparrón discreto que nos ha pillado saliendo del Café Gijón. El camarero que nos ha atendido no sabía quién era Ruano.
Primer día en Madrid. Sano y salvo. El cohete chino se ha convertido en una amenaza muy remota.
He pasado la mañana hablando sobre conservadurismo en la magnífica Fundación Conversación, que con tanta sabiduría dirige Armando Zerolo. He desarrollado tres ideas: que el conservadurismo es un reformismo, que el reformismo del conservadurismo hispano ha tenido desde Cánovas una dimensión decididamente social y que el conservadurismo se dice de muchas maneras (hay diferentes tradiciones conservadoras). He aprovechado la ocasión para proponer que el PP cambie su logo: debieran sustituir la gaviota por un berberecho.
En el ABC de hoy aparecen unas declaraciones que me arrancó la listísima Josefina G. Stegmann, que tiene la rara habilidad de llamarme siempre cuando me resulta imposible atenderla. Esta vez, cuando viajaba en el AVE que me traía a Madrid. Y, sin embargo, siempre consigue arrancarme alguna muela sin dolor. En esta ocasión quería que le dijerse mi opinión sobre la prohibición del lenguaje inclusivo en las escuelas francesas. Esto es lo que Josefina dice que yo le dije: "Los franceses no aceptan la degradación escolar del canon. Y eso signifoica que aman la escuela como el lugar en el que el niño se convierte en ciudadano gracias al acceso a una cultura común. Esa cultura no puede ponerse en desbandada ante los intentos de dinamitarla por parte de quienes quieren llevar la revolución al lenguaje. El lenguaje es la razón común, no la razón de parte".
Ha aparecido hoy en El Tribú la última entrega de mi Locutori.
Os podría hablar de la dulce serenidad del amanecer y de como los tonos pasteles se apoderan de las fachadas en el atardecer de Madrid, de las gentes que invaden las terrazas de bares y restaurantes, de lo hermosa y acogedora que es esta ciudad, que ha hecho de la inclusión su esencia. Pero estoy tan cansado,...
¿Y con que me encuentro?
Pues con un cohete chino que, según algunos medios, podría caer en Madrid.
Mail de B.:
"Je passe une heure par jour en salle de kinésithérapie. Nous sommes des dizaines d'éclopés, qui répétons à l’infini les mêmes petits exercices, tels de minables Sisyphes. Et au milieu de nous, un bataillon de kinés, jeunes et beaux comme des dieux et déesses grecs. C’est un spectacle intéressant".
Y aquí, en Madrid, con miedo al cohete chino.
Se acerca el lunes y están ustedes invitados:
Tengo ahora mismo, a las 16:00, una videoconferencia con Madrid que me deja sin paseo vespertino. Iré al grano.
El PP ha ganado con una amplia mayoría las elecciones de la comunidad de Madrid. La izquierda perpleja, se mira los bolsillos, volviéndoselos del revés, intrigada porque no cree que haya perdido las llaves de la que considera su casa, sino que se las han robado. No sabe qué ha pasado. Las buenas gentes de la izquierda -lo digo sin ironía- están convecidas de que son los únicos buenos y no entienden cómo el pueblo trabajador puede haber preferido a los malos.
Los malos son los que caben en el simplista esquema de espantapájaros con el que la izquierda ha esquematizadso a la derecha.
Daré mi explicación de lo ocurrido.
Viajo bastante a Madrid y siempre vuelvo sorprendido por el dinamismo de esta ciudad. Todo el mundo anda con planes, proyectos, ilusiones. Recibo más invitaciones de las que puedo responer y me siento, en cuanto llego a Atocha, como en casa. Pues bien, a los madrileños, que son conscientes de este dinamismo, la izquierda les ha estado diciendo que no hay nada de esto. Los madrileños no pueden decir que están bien y si lo dicen, saldrá algún izquierdista a rebatirlos, intentando persuadirles de que en realidad se encuentran no mal, sino muy mal, rematadamente mal, que viven en el sumidero de lo peor de España. Su conciencia del bienestar es sólo una conciencia cautiva, alienada, que necesita de los argumentos de un progre o, en su defecto, de un catedrático de metafísica, para descubrir su dolor.
Añadamos que si te consideras conservador es imposible reconocerse en la imagen vampírica que los socialistas y podemitas han proyectado de ti. Tú bien sabes que no eres nada de eso y, además, que no conoces a ningún conservador en Madrid que se aproxime si quiera a esa imagen fantasmal de una derecha que sería en realidad una ultraderecha filofascista, autoritaria, contraria a los intereses de los trabajadores, de la cultura, etc.
La manipulación ha sido tan grosera que, al final, el elector se ha guiado más por lo que veía directamente que por lo que le aseguraban que tenía que ver. Entre las cosas que veía estaba una mujer que siente orgullo de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Lo más curioso es que resulta claramente perceptible entre los vencedores como una liberación no tanto por haber ganado como por habrse quitado de encima a alguien -Iglesias- que intentaba denodadamente convertirlos en extranjeros de su identidad.
Mañana de trabajo intenso, preparándome varias conferencias que debo dar próximamente y leyendo con interés la biografía de Azaña de Emiliano Aguado. La sopresa del día me la ha dado el periodista húngaro Péter Heltai, redactor de una revista de Budapest, que me comunica que hoy ha publicado una entrevista que me hizo hace varias semanas. Me veo a mí mismo hablando en una lengua que me resulta totalmente desconocida y no me siento yo. De Hungría apenas sé nada. El primer nombre que me viene a la memoria es el de Béla Hamvas y su maravillosa Filosofía del vino. Después, enganchados a la filosofía, Lukács, Lakatos, Max Nordau, Agnes Heller....
He comido en el Petit Cafè, en la Plaza de Ocata. Y he vuelto a descubrir que la mayoría de la gente no guarda ninguna consideración con alguien que está leyendo. Al que lee se le puede interumpir con cualquier cosa, por ejemplo, con una muestra forzada de amistad, y tantas veces como apetezca. Cómo me gustaría aparentar que soy un misántropo y en el fondo no serlo, en vez de serlo a medias sin aparentarlo.
Esta tarde, paseo largo por la sierra de Sant Mateu, en Teià:. El Mediterráneo se ve diferente cuando se contempla desde la ladera, recuperando el aliento en un claro del bosque. Es como una huida del paisaje, una evocación de la aventura. Es la imaginación de lo posible desde la comodidad de Ítaca. En mi caso, comodidad relativa, porque mi Penélope sigue en Pamplona.
Leo mucho, a todas horas y, sin embargo, avanzo poco. A veces me ocurre esto: me obligo a leer determinadas cosas para asegurarme que no se me ha pasado nada por alto y cuando cierro el libro no he tomado ni una nota, aunque me haya entretenido en cuestiones marginales. He acabado con Ridruejo. Una decepción, porque posiblemente esperaba una obra importante de un mportante personaje. Creo que en él lo importante era su presencia física, su proximidad, su cordialidad. Me lo confirma Tono Masoliver, que lo conoció bien. Su poesía no me ha interesado nada (pero tengo que reconocer que él no parece que se hiciera muchas ilusiones como poeta) y en sus ensayos no me he encontrado ideas de esas que te hacen tropezar. Al final, me quedo con el Ridruejo viajero, el que, por ejemplo, pasea por Soria y describe con tan entrañable pulcritud el paisaje, los pueblos y las gentes. Ridruejo tenía, me parece a mí, un alma machadiana.
Recibo un mail de un gobierno autónomo. Me dicen que lo que me tenían que haber enviado hoy no saben cuándo me lo podrán enviar porque tienen un problema informático. ¡Ah, la informática! Nos hemos convencido de que la tecnología es moralmente neutra y que, por lo tanto, no hay que echarle las culpas de nada. Es como un nublado que arrasa una cosecha con una pedregada. ¡Qué le vamos a hacer! Lo más divertido ha sido el argumento final: "Lamentamos las molestiass ocasionadas por este retraso causado por nuestro deseo de innovar". Hace tiempo que vengo diciendo que lo nuevo ha ocupado el espacio que hasta hace poco teníamos reservado a lo bueno.
Largo paseo por las viñas de Alella. 9 km en 2 horas con un tiempo espléndido. Un sol imperial pero sin estridencias y una brisilla serena. No había nadie trabajando en las viñas y sólo me he cruzado con un caminante y su perro.
La primavera sigue su curso. Lo anuncia la flor del acanto, que ya insinúa sus colores:
Y lo confirman los tonos suaves del paisaje y las francicanas florecillas de los lindes.
Los racimos insinúan el milagro de cada año. Cada brote nuevo es una victoria de la cultura (como agri-cultura) sobre la naturaleza, un canto a la capacidad domesticadora del hombre. En algún lugar del mundo dentro de un par de años alguien beberá el vino que aquí nace.
El suelo estaba blando, el aire limpio, el campo desierto, el silencio era completo.
Me he recorrido estos lugares muchas veces y cada primavera me sorprenden porque (me) parece que me estaban esperándome. En todo caso, son un regalo que, al caminar en soledad, tienen algo de exclusivo.
Esos cipreses -árboles de Afrodita- llevan aquí muchos años, poniendo sobre las laderas una pincelada toscana. Cada vez que hago este recorrido me detengo a admirar esa insisencia suya por romper la horizontalidad dominante del paisaje...
Al fondo, Barcelona, como un espejismo. Me imagino que la mayoría de barceloneses no tienen ni idea de lo cerca de sus casas que está este oasis de paz. Mejor que siga siendo así, desde luego.
Los pámpanos parecen poseer una luz interior que los empuja a creceer.
Otra cosa: En el número de mayo-junio de la revista CLAVES hablamos de la familia: "evolución de una institución imprescindible":
Parece que sale el sol. La mañana ha sido insípida, destemplada, con lluvia intermitente y un cielo confuso que no acababa de decidir con qué gris quedarse. Ahora las nubes, contundentes, navegan a su antojo bajo un cielo azul pálido y de vez en cuando dejan paso a la reconfortante luz del sol.
He salido a eso de las 11:00 a dar una vuelta por el pueblo con el paraguas. No me apetecía quedarme encerrado en casa. El suelo estaba húmedo e iba palpando su consistencia con los pies, con un caminar de braille pedestre. Sabes que eres viejo cuando no puedes contar con la fidelidad de tus piernas traicioneras. El resbalón es algo más que una amenaza, es una insinuación a cada paso, especialmente en este pueblo con tanta cuesta.
En el paseo veo desde lejos a la mujer más sosa del pueblo. Blanda, sin cuello, regordeta, camina con pasos pequeños a un ritmo constante. Me ha visto y viene, directa, a por mí. No desaprovechará la portunidad de contarme uno de sus insípidos chistes. La caridad bien entendida debiera comenzar con la sinceridad con el palizas, porque si te haces el complaciente, ya no te lo quitas de encima. He caído. Es decir, he reforzado su vicio.
Dice Ambrose Bierce que la Tierra tiene forma esférica para que no podamos echarnos de la misma unos a otros a empellones. En Bierce he pensado cuando la mujer ha descargado sobre mí su insipidez.
Creo que me voy a dar una vuelta por la playa y posiblemente me llevaré a Ravel conmigo. Es primero de mayo.
Sigo de Rodríguez, así que hoy me he preparado para comer una hamburguesa, gulas y un huevo frito encima. Delicioso. ¡Y la salsilla del fondo...!
Esta mañana me ha llegado esto:
El próximo día 10 de mayo lo presentamos en el Teatro de la Comedia a las 13:00. Están ustedes invitados. Si quieren acercarse, estarán en compañía de los monstruos Lluis Homar y Xavier Albertí. He dicho lo presentamos y debiera decir "los" presentamos porque se presenta también este otro libro, de María Condor.
Son los dos primeros volúmenes de un proyecto ambicioso de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y se pondrán a la venta en el mismo Teatro de la Comedia por 3€.
Acabo de decidir, mientras me ponía a escribir esto, que me voy a hacer para comer una tortilla de patatas con cebolla. Creo que ha sido la decisión la que me ha producido la apetencia. Así que voy a abreviar. Sólo dos cosas.
La primera: Mi artículo de hoy en El Subjetivo trata de un filósofo carabinero que leía a Heidegger en la frontera franco-española de Dancharinea... y de alguna cosa más.
La segunda: He comenzado a leer a la vez dos libros: La abolición del hombre, de C.S. Lewis y Escrito en España, de Dionisio Ridruejo. Del libro de Lewis, que es en realidad una relectura profunda, tengo que hablar el próximo dia 12 en Madrid, en la IV Edición del programa Young Civic Leaders de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. El libro de Ridruejo forma parte de un proyecto personal que comenzó de una manera hace un par de años y está derivando a otra muy distinta. Me ha pasado más de una vez: tengo una idea en mente y voy acumulando materiales para darle forma precisa, pero a medida que estos materiales crecen me van pidiendo que cambie la forma del proyecto, porque la realidad es más compleja de lo inicialmente sospechado y, sobre todo, más amena.
Me voy a pelar patatas y cebollas.
Comida, gratísima, como siempre, con F., en el lugar de siempre y, como siempre, hablamos de editoriales, de autores, de libros... y de jóvenes promesas. Hacemos planes y, como diría Herralde, "gossipeamos" un poco.
F. es una persona que se gana espontáneamente lealtades. Yo quisiera ser él -al menos en este aspecto.
Como llego pronto a Barcelona, entro en el Corte Inglés, donde estoy seguro de que encontraré lo que busco, en la planta de caballeros. Una dependienta muy amable me atiende. Le explico lo que deseo: calzoncillos y camisetas El abanderado, los más clásicos que tenga, los de algodón de toda la vida, sin florituras, estricta comodidad. La chica se me queda mirando y me suelta -ah, la espontaneidad culpable!:
- Está usted muy joven para llevar calzoncillos de abuelo.
Es muy triste lo que estamos haciendo con los jóvenes. No les estamos enseñando las virtudes de la santa hipocresía y sin ella naufraga la civilización.
Antes de volver al tren, me paso por la librería Laie, a ver libros que no leeré. Me compro La mirada cínica, de Ambrose Bierce. Aquí el aforismo con el que me encuentro al abrir el librito al azar: "Si al menos la opinión pública estuviera determinada por el lanzamiento de una moneda, a la larga acertaría la mitad de las veces".
Escribe B: "Merci à vous amis qui me souhaitent une meilleure santé. J'en suis touché".
Ayer por la tarde mantuve una charla telemática en el Instituto Juan de Mariana con Quintana Paz sobre conservadurismo. Era, de hecho, la continuación de otra anterior que se nos quedó corta. Esto de las pantallas en un sustituto necesario, pero muy torpe y muy limitado, de la relación fundamental, que es la relación cara a cara. Cuando dos personas discuten sobre algo en el mundo real es todo su cuerpo el que se expresa; cuando discutimos mediados por las pantallas, el cuerpo es un testigo no diré que completamente mudo, pero sí bastante tartamudo y excesivamente pudoroso y eso, curiosamente, resta verosimilitud y, sobre todo, presencia, a los argumentos que intercambiamos. Cuando Sócrates dialogaba con los jóvenes atenienses utilizaba con frecuencia dos expresiones: "ponte en tensión" y "volvamos atrás". Con la primera estaba diciendo que nuestra actitud ante el diálogo es la parte esencial del mismo y, sobre todo, aquello que con mayor claridad nos llevamos a casa; con la segunda, animaba a recuperar la tensión y la frescura inicial que puso en marcha el diálogo y que siempre está amenazada por las divisiones, definiciones, diferencias y sutilezas de la discusión. Parece que quiere decir: o intensidad (y entonces el sujeto que habla es, todo él, el que dialoga) o claridad (y entonces el logos se independiza de nosotros y se acaba perdiendo, hasta el punto de que podemos dudar de si nos reconocemos o no en las palabras que decimos). En el primer caso nos jugamos, sobre todo, el acuerdo o desacuerdo cono nosotros mismos; en el segundo, nos ocultamos tras nuestras palabras.
El tiempo sigue antojadizo, es decir, infantil, que es lo propio de la primavera. Al generoso sol de ayer le ha sucedido una mañana insípida, de grises desvaídos, azules sucios y lechosos, un vientecillo insidioso que me ha pillado mal abrigado y lloviznas a ráfagas que han dejado una fina película de tierra amarillenta en la terraza. Mi cuerpo, barruntándose el cambio, me ha mantenido toda la noche rondando por la casa, como alma en pena, descentrada e incapaz de dar con su destino.
Mi Agente Provocador ha salido a primera hora de la tarde para Pamplona y yo me he prometido aprovechar el tiempo al máximo. Me he programado unos deberes rigurosos que bien sé que no cumpliré. Aquello de Sócrates de que la peor derrota es la que se infringe uno a sí mismo, me resulta tan familiar... Pero el hombre hacendoso que yo quisiera ser se divierte imponiéndole tareas regladas al hombre real que me lleva a rastras y tampoco es cuestión de dejarlo sin voz ni voto.
Me escribe Fernando Savater y me dice que me lea esto. El autor, Shane Trotter, me sonaba... y no he tardado en encontrar la razón. Me lo encontré casualmente hace unas semanas defendiendo en un artículo la fórmula de la felicidad, con lo cual, lo aparté de mí como a un moscardón. Pero el artículo que me sugiere Fernando es interesante.
Aparece una buena reseña de La escuela no es un parque de atracciones en una revista importante, Teoría de la educación. Este libro ha ido haciendo su camino sin prisas, sin aspavientos, de manera silenciosa, pero sin parar. Recuerdo que en el último momento, después de mandarle el texto, le dije al editor que no lo publicara, que no estaba contento con el resultado y que quería revisarlo de arriba abajo. Él, con más sentido común que yo, me respondió que ni hablar. Esta reacción de pánico ante el "nasciturus" es tan habitual en mí que ya debería estar vacunado contra ella. Pero mis fantasmas se despiertan en cuanto pongo el punto final a un manuscrito con el mismo poder de convicción.
Esta tarde, a las diez, tengo una charla telemática amigable con Quintana Paz en el Instituto Juan de Mariana. Hablaremos de conservadurismo.
Sin noticias de B.
Gratísima visita de dos amigos zaragozanos muy queridos, Iris y Rafael, que se presentan con esa inefable felicidad que los recién casados llevan prendida en la piel y en los pequeños gestos. Todo en ellos tienen un aire de cálida intimidad desvelada. Hemos vermuteado en la Plaza de Ocata y comido en casa. Comido y bebido, porque con el transcurso de la comida el vino se nos iba pegando al paladar y a los parpados. Hemos hablado de Marías, de Ortega, de Unamuno y de mil cosas más. ¡Qué cosa asombrosa es la amistad! ¡Qué clima de confianza se crea entre los amigos! ¡Qué bueno sabe el maridaje cordial de vino y risas!
B. me escribe, deprimida, tras la operación, dejándome en el lomo bien clavadas las banderillas de una terrible interrogación: "Franchement, cher philosophe, tout cela vaut-il le coup?"
Tras mucho rumiarlo, me decido a contestarle que sí, que vale la pena y que tengo dos argumentos irrefutables que lo demuestran:
El primero: Tenemos todavía muchos correos que intercambiarnos y así B. podrá continuar dando envidia a sus amigas con su correspondencia con su amigo filósofo español.
El segundo: Gracias a nuestra correspondencia puedo fardar ante mis amigos de mi amiga B., parisina. Ninguno de ellos tiene una amiga parisina. Es, por lo tanto, de sentido común querer mantener mi superioridad cosmopolita sobre ellos. La perturbación de nuestra correspondencia me rebajaría al nivel de su miseria relacional, disminuiría mi dignidad y, en consecuencia, implicaría una grave merma de mi amor propio.
He comenzado De historia y política, de Luis Díez del Corral (1956). Lleva una dedicatoria manuscrita del autor: "A Carlos María González de Heredia y Oñate". Me gustan estas dedicatorias de los libros de segunda mano. Me permiten, de alguna manera, situarme a espaldas del receptor original, para prolongar su eco. ¿Dónde acabarán todos estos libros míos cuando sean de tercera mano? ¿Se les brindará la oportunidad de llegar a serlo?
Larga entrevista con un periodista de El periódico. Quiere conocer mi opinión sobre los datos que sugieren que los adolescentes cada vez se muestran más desinteresados por el deporte.
Efectivamente, el desinterés es real y creciente. Los sucesivos estudios del Consejo Superior de Deporte sobre los hábitos deportivos de la población escolar así lo vienen señalando al menos desde el 2011. El sedentarismo crece, especialmente entre las chicas. Parece que el momento en el que el flujo del abandono se convierte en cascada es el de los 12-13 años. Curiosamente, a esa edad los chicos -sobre todo ellos- abandonan la lectura de libros.
¿Por qué? ¿A qué se debe este abandono? Los argumentos que aducen los adolescentes para justificarse son inquietantes porque recuerdan mucho a sus quejas en la escuela: la práctica deportiva es aburrida, no les gusta sentirse humillados cuando pierden, el entrenador no los motiva... Curiosamente, la práctica de deporte parece fomentar tanto la capacidad atencional como el trabajo en grupo.
Desde que en los años 50 el sociólogo norteamericano James Coleman descubrió la emergencia de una específica cultura adolescente, con sus propios rituales, lenguajes, modas, aspiraciones, etc., ésta ha ido, al mismo tiempo, creciendo (cada vez se expanden más sus márgenes cronológicos), diversificándose (se habla de la atomización del ocio adolescente) y buscando su identidad a espaldas de los adultos. Hoy en torno al 40 % de los adolescentes cree que tiene mejores cosas que hacer que practicar deporte o ver deporte en la televisión.
Ha aparecido en El Mundo una entrevista que me hizo el sábado pasado Olga San Martín. Lleva una foto de Javier Barbancho, hecha en la Cuesta de Moyano (creo que, de aquí en adelante, sólo me voy a dejar fotografiar con gafas de sol):
En el suplemento cultural del ABC Luis Alberto de Cuenca reseña el magnífico libro de J.M. Sánchez Galera, La edad de las nueces. Afirma, entre otras cosas, que "está enriquecido con un estupendo prólogo, como todo lo que escribe, de Gregorio Luri". A nadie le amarga un dulce, especialmente si viene de un poeta como Luis Alberto.
Aparece también la segunda entrega de mi Locutori en El Tribú.
Releo despacio algunas páginas de Ideas para una filosofía de la historia de España, de Manuel García Morente (1943) y me quedo, especialmente, con su sutil y clarificadora diferencia entre sujeto y persona.
Comida en familia para celebrar el cumpleaños de mi segundo nieto, Gabriel. Siete años, nada menos nos hace hoy. ¡Santo Dios, los nietos crecen muchísimo más rápido que los hijos!
Todo es política. Nadie está más convencido de eso que yo. Pero la vida no cabe en los esquemas de los debates políticos habituales. Hay que reducirla mucho para hacerla encajar allí. La política es inevitable, pero la vida personal tiene más dimensiones políticas que lo que se suele entender por política. Y hay que preservarlas.
Lo sorprendente de este libro no es que nos muestre un Valera liberal, socarrón y escéptico en pleno dominio del nacionalcatolicismo, sino que petenezca a una colección pensada para alumnos de bachillerato.
La mañana, curiosa, ha comenzado con una llamada desde las Cortes y ha acabado con otra de un periodista que me entrevistará a las 17:30.
Cada vez me interesan menos las novedades literarias. Prefiero dejarme llevar por la lectura que se insinúa en el libro que estoy leyendo, es decir, me gusta que las lecturas futuras respondan a un reclamo de las presentes. Cada libro convoca a otros y así se va estableciendo un diálogo entre ellos. Leer sin intención de novedad no significa que no encuentre en los libros insinuaciones muy potentes de algo nuevo. Lo que se ha quedado atrás no ha exprimido, en modo alguno, todo su significado; muchas veces recluimos a las estanterías de lo viejo a autores que dejaron insinuadas en sus obras ideas que en su tiempo no encontraron la posibilidad de desarrollo y que ahora, vistas desde el presente, ofrecen pistas interesantes para la comprensión de lo que nos pasa. Se trata pues, de ir tirando de los hilos sueltos de los libros viejos. La experiencia, lo aseguro, merece la pena. Te permite liberarte del círculo encantado de las palabras en boga, que acaban imponiendo su propio horizonte de sentido.
Tras dejas a Valera he tomado el tomo de Balmes de la Nueva Biblioteca Filosófica (1932).
Hay un singular placer en hablar bien en público de alguien que ha hablado mal de ti en privado... y que seguramente te está oyendo. Es una especie de venganza que parece indicar que se puede utilizar la bondad para humillar. Se puede ser malo siendo bueno... pero no creo que se pueda ser bueno siendo malo... aunque a veces nuestras malas intenciones tengan efectos inesperadamente beneficiosos para aquel a quien pretendemos perjudicar.
Dos versos de Fernando de Herrera:
Ya siento el dulce espíritu del alba
que mansamente murmurando expira.
Y otros dos de Lope:
Estaba el sol apenas matizando
las plumas de las alas de los vientos.
Ayer mantuve una agradable tertulia pedagógica con los profesores de la Escuela Universitaria de Osuna. Buena gente y profunda añoranza de Andalucía. Nos lo pasamos bien aunque el acto comenzó con cierta tensión. El presentador comunicó a los telemáticamente presentes que, con mi permiso, la sesión comenzaría cinco minutos más tade de la hora indicada, por los famosos cinco minutos de cortesía. Protesté inmediatamente y dije que tal cosa se haría, en todo caso, sin mi permiso. Si íbamos a hablar de educación debíamos dar ejemplo tomándonos en serio los horarios y la cortesía con los puntuales.
Encuentro en Felipe Vivanco una idea poderosa que me obliga a rumiar: "La emoción es sedimentación".
He enviado mi segunda colaboración para el Tribú, la revista digtal de Feran Caballero. Me gusta cómo va quedando mi sección.
Me escribe B:
On m’opère à 13h. La hâte que ce soit fait est plus forte que la peur de passer sur le ‘’billard’’. Ces dernières journées, et surtout les nuits, ont été cauchemardesques.
Voilà, ‘’alea jacta est’’!
Portez-vous bien. Salud!
A mí, B., no me importaría portarme mal de vez en cuando, pero no se me presenta la ocasión. Suelo ser bueno no tanto por mérito propio como porque me ha tocado en suerte un demonio perozoso que con tal de no trabajar, ni me tienta. Soy bueno sin mérito. Claro que mi edad -¿para qué engañarnos?- algo tiene que ver con la mandra del demonio.
A primera hora de la tarde he acompañado a mi mujer a Badalona. Le han puesto la vacuna contra la Covid. Por ahora, sin problemas. En casa respiramos un poco más profundamente.
He comenzado a leer La España real de Julián Marías. Tengo amigos muy apreciados que son entusiastas de Marías y entre ellos uno, especialmente querido porque nos une San Miguel de los Navarros, que es biógrafo suyo. A todos les parece muy razonable y a mí es eso, precisamente, lo que me aleja de él. Efectivamente: todo en Marías es razonabilísimo. Todo convence. Todo es mesurado, sensato, tranquilo. Todo está bien argumentado y bien escrito... pero nunca te pone una zancadilla, nunca te da un susto, nunca te asoma al abismo, nunca te provoca una malestar, te contagia una perplejidad, te obliga a apartarte de su escritura para emerger y tomar una bocanada de aire...
Día frío, desangelado. Llovizna intermitente y un cielo sucio y bajo. Ni un rayo de sol. Mi cabeza se empeña en dar vueltas por entre las líneas del libro de Eugenio Noel que intento leer, sin éxito.
Mail de B., que espera ser operada mañana: "Quoi qu’il en soit, je veux vous dire à quel point j’aime notre correspondance, et qu’elle a été toutes ces dernières années un vrai rayon de soleil dans ma vie". Emocionado, le contesto inmediatamente, para asegurarle que una amiga es aquella persona que tiene plena autorización para llamar a la puerta de casa a cualquier hora del día o de la noche. Y siempre será bien venida.
La mirada se me clava, de sopetón, en esto de Eugenio Noel: "Quevedo, el enorme Quevedo, más grande a medida que se le va olvidando, decía en aquella lengua insuperable suya: ... y Bruto se perdió porque quiso ser malo con templanza" (España, fibra a fibra, 1960). A la cita le falta la primer aparte. La busco en la Vida de Marco Bruto y no tardo en dar con su despiadada clarividencia: "Y al fin Antonio prevaleció contra Bruto, porque supo ser malo en extremo; y Bruto se perdió, porque quiso ser malo con templanza". Quevedo es un enorme filósofo político.
Lectura intensa. Sol contundente. Sobre la mesa, en la plaza de Ocata, la taza del café con leche se ha juntado con la copa de cerveza. Leer es ir ampliando las dimensiones de la propia ignorancia. Afirmar, entonces, como a veces he afirmado con vehemencia, la necesidad de disponer de una imagen fiable de la propia ignorancia es una quimera. La ignorancia es la materia oscura. Está rodeándote, pero también anda acechando en el corazón mismo de cuanto crees saber. Sólo tienes de ella noticias epidérmicas, algo así como una sombra. La salud está en el hombre sencillo que sabe lo que sabe y lo que ignora porque no se ha problematizado ninguna de ambas cosas. La sabiduría consistiría, entonces, en encontrar el camino de regreso a ese hombre. Es, claramente, un proyecto imposible. Cada libro que abrimos nos aleja un poco más de él pero, al mismo tiempo, nos hace comprender la importancia de los prejuicios terapéuticos de la gente corriente.
Se detiene a junto a mi mesa un vecino grande con alma de niño. Me dice que me ve leer y que quiere darme un aplauso, porque no hay nadie que lea más que yo. Le digo que en vez de un aplauso me gustaría un cesto de cerezas, que sé que tiene un cerezo magnífico en las afueras de Ocata. Me contesta, airado, que ni hablar, que "las cerezas valen dinero".
Regreso a casa y reencuentro con las cosas.
Los objetos familiares que me rodean, con su sencillez, su docilidad, su asequibilidad, forman un horizonte protector en cuyo interior siento más leve el peso del mundo. Aquí están mis libros esperando que les llegue su turno de lectura, mi sofa, mis zapatilas, los recuerdos que he traído de algunos viajes, las fotos, mi mesa de trabajo, las ventanas... los lápices que me gustan, el mar, allá... El baúl del tesoro, que sólo podemos abrir mis nietos y yo. Sólo nosotros podemos gozar de sus tesoros. Todo está como acomodado a mi cuerpo y a mis dimensiones. Todo está tan domesticado que parece que me estaba esperando y cuando abro la puerta de mi estudio siento como una alegría de bienvenida en el silencio acogedor.
Me escribe B., que en los días pasados me ha echado unas broncas considerables por mi frecuentación de Ruano, hasta el punto de hacerme sentir un poco culpable por andar reviviendo su vida entre las páginas de sus libros. Me dice: "Cher G. Je suis à l’hôpital depuis ce matin. Je suis tombée et me suis cassé le col du fémur." Quisiera poder dar forma material a mi dolor solidario y enviárselo tal cual, casi como un complemeto del suyo. Pero lo único que consigo hacer es redactar frases que no sé cómo evitar que parezcan de compromiso. Aunque por otra parte, pienso, también es importante saber que cuentas con las sinceras frases de compromiso del que lejos de ti vive su vida sin tus dolores pero pensando en ti.
Día largo y provechoso. Hasta me ha dado tiempo para subir la cuesta de Moyano, echar una ojeada a los puestos de libros de viejo y hacerle una visita a don Pío, que está, donde debe, en lo alto.
No voy a repasar todos mis trajines. Me limitaré a señalar que he comenzado la mañana, a las 8:30 con una entrevista de la periodista Olga R. San Martín, que he tenido que interrumpir para viajar al Juan Pablo II de Parla, y que he recuperado a las 19:00. Quería Olga, entre otras cosas, que le contase una experiencia escolar de éxito. Le he hablado, para no señalar a nadie de por aquí, de la New Dorp, de Staten Islan (un centro cuya trayectoria sigo desde hace tiempo), de la Writing Revolution y de Judith Hochman. Otro día comentaré despacio por qué la New Dorp representa perfectamente lo que para mí es una escuela que domina su oficio.
He comenzado a leer Descargo de conciencia, de Pedro Laín Entralgo y he enviado a la CNTC este texto corto para la contraportada de mi ensayo sobre el Siglo de Oro:
Este libro es una invitación cordial a mantener vivo un patrimonio del que somos inevitablemente descendientes, pero quizás, también, unos herederos descuidados, ya que no parecemos muy predispuestos a pleitear contra el olvido en defensa de nuestros derechos de sucesión. Se trata del increíble patrimonio de nuestro Siglo de Oro.
La perspectiva elegida para mostrar esta herencia es la del recogimiento, entendido como una apasionada exploración colectiva del yo. España era un hervidero de adelantados en la conquista del alma. De ahí el clamor de yoes que nos llegan desde el pícaro, el místico, el filósofo o el conquistador y que culmina en las páginas del Quijote con la más orgullosa autoproclamación del yo de toda la literatura del Siglo de Oro: «Yo sé quién soy».
Sostenía Valera que la edad de la razón no empieza ni con Bacon ni con El discurso del método, sino el día en que Juan Sebastián Elcano llegó a Sanlúcar de Barrameda, el 6 de septiembre de 1522. No le falta razón precisamente porque Elcano es el símbolo de tantos circunnavegadores del alma como había en España.
Hoy he estado en un centro educativo de 1.300 alumnos en el que no he visto ni un papel por el suelo ni una raya en las paredes y, lo más soprendente: los alumnos se levantaban cuando entraba a una clase y me hablaban de sus ambiciosos proyectos con toda naturalidad. Pensaba que cosas así ya no existían.
Estaba sepultado por una tonelada de trabajo, aislado del mundo y abducido por la pantalla del ordenador, cuando han vuelto a visitarme de improviso los mareos y vómitos. El hombre propone y la naturaleza, que es la propietaria en exclusiva de toda soberanía, dispone. En cuestiones de soberanía, lo que no es la naturaleza es una vicaría. Cuando me encuentro atravesando estos episodios me siento tan frágil, tan poco dueño de mí mismo, tan en manos de la debilidad, que el horizonte vital se me restringe hasta las siguientes náuseas. En estas circunstancias un sentimiento de agradecimiento se apodera de mí, por la suerte que tengo de no estar solo, de tener a mi mujer al lado. Pero, al mismo tiempo, me pregunto si el amor del débil es fiable. Posiblemente el amor de verdad, el que vale, es el que no está enmascarado en la necesidad, el amor de la salud, el amor que expresas cuando te sientes fuerte y dueño de ti mismo y amas no porque necesites la ayuda de quien amas, sino porque la salud es eso: amarla.
He salido un poco esta mañana a la Plaza de Ocata, pero sin ganas de leer, ni de hablar, ni de desayunar. Por eso cuando el llorón (algún día, quizás, contaré su historia) me ha venido a saludar, lo he recibido sin simpatía. No ha servido, por cierto, de nada. Además, un anciano que andaba merodeando por la plaza sin mascarilla se nos ha acercado para contarnos que nació en el 29.
Me llegan a la vez las galaredas de La mermelada sentimental, que publicará Encuentro a principios de junio, y de El recogimiento, subtitulado La aventura del yo, que, si todo sale como está previsto, se presenta el mes que viene en Madrid. Del primero no me acaba de convencer la portada. Del segundo, me decepciona la maquetación. Hay que revisarlo de arriba abajo. Es lo que haremos. Tiene que salir un buen libro y estamos empeñados en que así sea.
He tenido fuerzas para escribir el artículo para El Subjetivo. Se titula Intermedio taurino. Lo acabo de enviar. Espero que no se note demasiado mi debilidad.
Se pone en contacto conmigo un ya viejo amigo del que siempre me he sentido muy cerca, J.S.M., inmenso poeta sevillano. Nos intercambiamos los cromos de nuestras penas y nos prometemos mantener abierto entre nosotros el teléfono rojo.
Esta tarde me ha llegado un ejemplar de la segunda edición de mi ¿Matar a Sócrates? Salió en octubre pasado y hasta hoy no la he tenido en mis manos. Efectos secundarios de la pandemia. Le añadí un epílogo que he vuelto a leer y me ha gustado. Son tres páginas, pero tres páginas sinceras que creo que le dan un tono diferente al conjunto del libro.
Me han pasado más cosas estos dos días, pero tengo que parar aquí. Me he comprometido a escribirle un prólogo a un buen amigo soriano, Borja. Un amigo sólo es amigo de verdad si lo consideras con derecho a llamar a tu puerta de madrugada para pedirte cualquier cosa.
Aplastado por una tonelada de trabajo insperado y urgente que me ha caído encima paso por aquí para decir "¡Hasta mañana!". Hay que pasar porque un diario muere cuando lo abandonas un par de días.