I
Pasé ayer por la Calle Esperança, aquí en El Masnou. Hacía mucho calor, pero no había nadie sentado en los bancos, a la sombra de los plátanos. A esta calle solíamos venir con nuestros hijos al atardecer cuando eran pequeños porque era peatonal, había bancos, sombra y, sobre todo, otros niños jugando. Ahora sigue todo igual, pero el ayuntamiento le ha catalogado de "refugio climático".
II
Hoy he pasado por la plaza Jaume Bertran. Es una plaza tranquila, bien sombreada, sin otra circulación que la de una brisilla refrescante Durante unos años viví cerca de allí y guardo un muy buen recuerdo de los vecinos. Es uno de los rincones más pintados y fotografiados del pueblo. Lo han convertido también en "refugio climático".
III
Detesto esta neolengua que, por una parte, permite a nuestros políticos considerarse nuestros salvadores -¿cómo hemos podido vivir hasta ahora sin refugios climáticos?- y por otra autoriza a los ciudadanos a considerarse víctimas -si necesitamos refugios es porque ahora alguien nos agrede climáticamente.
IV
Me temo que esta cursilería ha venido para quedarse. Pero no es inocente. Forma parte de la moderna sociedad terapéutica en la que el hombre político está en retirada para permitir la ascensión vertical del nuevo bárbaro, el hombre psicológico.