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A lo largo de aquellos años sólo hubo dos clases de personas: los pesimistas y los inconscientes, siendo el elevadísimo número de estos segundos la principal causa del pesimismo de los primeros. Como el pesimismo afectaba sobre todo a las personas entradas en años, que a causa de la pandemia eran las principales víctimas, el mundo se fue poblando de inconscientes jóvenes y alegres y, en un par de décadas, la enfermedad dejó de ser una preocupación que afectase de manera estadísticamente significativa a las conciencias. La población joven se habituó a las metamorfosis del virus y a su vacuna mensual y, la adulta, a los altos porcentajes de fallecidos. Todo aquello duró doscientos años, que en términos históricos, apenas da para una época. Hoy, cuando los niños de las escuelas estudian el párrafo que los libros de texto dedican a esta llamada Édad de la inconsciencia, que redujo la población mundial a los niveles actuales, se sorprenden mucho de todo lo sucedido y la verdad es que no es nada fácil hacerles comprender que cada época se relaciona de manera directa con el diablo.
Y, a pesar de que la ponen cada dos por tres, mi mujer volverá a verla en el reclinatorio. Pero no es eso lo que me preocupa. Lo que me preocupa es que durante los interminables dos o tres días siguientes notaré en la mirada de mi mujer, cada vez que se cruce con la mía, un punto de decepción y tengo que reconocer que no le faltará razón. Yo, a Jeremiah Johnson/Robert Redford, no le llego ni a la suela de los zapatos.
Ante los casos de abusos sexuales a menores de edad algunos alegan que es dificil dictaminar si hubo o no consentimiento por parte del menor, especialmente si se trata de un adolescente. No me parece que éste sea un argumento, sino un insulto a la inteligencia. Sea cual sea la conducta del menor, nada exime al adulto de su responsabilidad. Para mi la cuestión es sencilla.
He mandado la conferencia por correo antes de darla telemáticamente.
Comienza así: "Cuando algunos sesudos pensadores se han propuesto comprender la singularidad de la vida humana han visto, con razón, que no puede comprenderse haciendo abstracción del tiempo. Estamos, obviamente, en el tiempo, pero lo importante es que el tiempo está en nosotros. El tiempo no es algo que nos pasa, sino algo que nos hace, alterando con su transcurrir nuestro ser y haciéndonos diferentes de lo que éramos. Mi biografía no sólo está en el tiempo, sino que, sobre todo, es el desarrollo de mi tiempo. A esta manera de ser de lo humano, tan singular, se le ha dado el nombre de historicidad.
Y termina así: “Gracias a la vida, muero.”
Cada vez estoy más convencido de que la ignorancia mueve al mundo y que un hombre de éxito es, básicamente, un ignorante con suerte.
Cuando se contempla la historia desde esta perspectiva, se añoran las teorías conspìrativas, porque suponen un mundo gobernado por malvados, sí, pero por malvados muy inteligentes y, por lo tanto, el resultado sería un equilibro de poderes forzado por las grandes inteligencias conspirativas repartidas por el mundo.
Cuando leo a un analista político -cada vez de manera más ocasional- sospecho que ha reducido la complejidad de la realidad a su conveniencia, para poner de manifiesto su inteligenca analítica. El lector acaba su artículo convencido de que ese analista le ha desentrañado alguna de las claves ocultas de la realidad, pero en realidad no ha hecho más que manipular la realidad hasta convertirla en pedestal de su ego... o mejor, en pedestal del ego común, dado que cada vez más los medios dan más realce a aquella parte de lo sucedido que despertará la empatía del lector. Cuanta más empatía lectora movilicen, más anunciantes llamarán a sus puertas.
Cuando oigo a un político... me suena todo tan repetido, tan reiterado, tan cacofónico, que siento un poco de pena por él.
Respecto a mí, ignorante convencido, dado que la ignorancia es tan reacia a la lógica, sé que me moriré sin haber comprendido nada realmente relevante de todo este gran teatro del mundo, en el que la auténtica realidad son los actores que llevan tanto tiempo con las máscaras puestas que ya han olvidado quienes son realmente bajo las máscaras. De hecho, si se las quitasen posiblemente no se reconocería. ¿Y qué somos tú y yo, sino espectadores enmascarados que se niegan a aceptar que lo son?
O quizás sí haya comprendido una cosa: que la política puede soportar sin problemas la ignorancia, pero es incapaz de digerir el cinismo.
La "Farruca" de Pablo Sorozábal.
Y de postre, para que se vea la versartilidad de este genio, el fox-trot Si tu sales a Rosales.
Suelo decir, más de veras que de bromas, que uno sabe, fatalmente, que es viejo cuando esá más pendiente de sus rodillas que de las rodillas de la vecina.
Pero, en realidad, ahora sé que este de las rodillas es sólo el primer síntoma de una completa metamorfosis existencial.
Hay otros muchos síntomas que no dejan de sorprenderme, y no siempre para mal. Por ejemplo: encuentro hoy más intensidad musical, mucha más, en un pasaje cualquiera de La del manojo de rosas o de La tabernera del puerto que en la obra completa de Led Zeppelin. Y, para muestra, un botón (un botón sublime, ciertamente).
"Auzolan" significa en euskera “trabajo vecinal” y es una noble virtud republicana en la medida en que, como decía Cicerón, “res publica, res populi” (los asuntos públicos, son los asuntos de la gente).
El "auzolan" es una colaboración voluntaria y gratuita de los vecinos en una tarea común de cuyo resultado se deriva un beneficio colectivo, por ejemplo, la apertura o el mantenimiento de un camino, la construcción de un edificio público... o la limpieza de la nieve acumulada en las aceras.
Ráfagas de lluvia intermitente contra los cristales, formando regueros de lágrimas que la gravedad arrastra caprichosamente; las copas de las jacarandas sacudidas por un viento arremolinado, que les arranca esas hojillas minúsculas e insidiosas que irán apareciendo misteriosamente por la casa durante los próximos días; las nubes bajas, densas, desfilando lenta y pomposamente; el mar revuelto; la manta sobre las piernas y un libro entre las manos. Frente a los desplantes de la naturaleza anónima, la resistencia del paso de las hojas. Estoy entretenido con la maravillosa coleccción Medio Siglo de Historia, publicada por la Editorial Purcalla en los años cuarenta. Cada tomo es una delicia, bien escrito, riguroso, bien documentado, ameno, con una combinación precisa de lo anecdótico y lo categoríal y, sí, de vez en cuando, con una pleitesía a los tiempos.
En el número 1 de Gedeón, Silvela aparecía ya caracterizado como "la daga florentina".
Se decía que no había intervención suya en el Parlamento en la que no hubiera que lamentar desgracias personales.
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Ando con Silvela un político tan inteligente y trabajador como débil para enfrentarse a los vértigos de la política. Cánovas lo captó muy bien. Ayer, por la noche, mientras andaba subrayando párrafos enteros, el eco de la casa me trajo dos frases de no sé qué una película que echaban en no sé qué cadena de la tele:
- "¡Cuidado con la mediocridad, es un parásito de la mente!"
- "Un tonto, por definición, es el que convierte todo lo que no comprende en un chiste".
Por supuesto la mediocridad acechante no es la ajena, sino la propia, la que nos acompaña nativamente como nuestra sombra. Respecto a la segunda frase, adviértase que la ironía no hace chistes.
Antes, las revoluciones las dirigían revolucionarios profesionales que hacían de la conspiración y la clandestinidad un modo de vida. Ahora se hacen con el móvil en la mano y no hay revolucionario de bolsillo que no quiera ver su foto en las redes sociales asaltando el despacho de la Pelosi (que a mí me parece una Trump de izquierdas).
Más allá de lo obviamente condenable, hay algo profundamente ingenuo en esos seguidores de Trump -perroflautas maveriks- que iban dejando huellas inconfundibles de sí mismos por el Capitolio; ingenuidad que se vuelve dramática cuando Trump los condena intentando salvar su propio pellejo de la inevitable quema.
Resalto otro punto: la prisa que han tenido los populistas de izquierdas para decir que ellos no son así. Es decir, que ante la posibilidad de verse a sí mismos retrospectivamente entre los asaltantes del Capitolio, se han dado una prisa inusitada en cerrar los ojos. Ya se sabe que el pueblo cuando en vez de manifestarse como clase se manifiesta como nación, es de ultraderecha.
Trump se ha hecho un flaco favor a sí mismo y ha hecho un flaquísimo favor a su partido, al que ha dejado calcinado.
Este Cuento posnavideño lo escribí ayer antes de la "trumpada" y ha aparecido hoy en El Subjetivo, cuando la actualidad sólo tiene un nombre, Trump.
Contestando a las Cartas a un Príncipe, de Emilio Romero, Mariano Granados escribe desde el exilio mexicano las Cartas a un escritor (1965), donde entre otras interesantísimas cosas, dice: "La democracia es la forma de gobierno de un pueblo adulto. Pero la democracia no es todo. 'Democracy is not enough': es el afortunado slogan de Scott Nearing. Las ideas del siglo XIX acerca de la democracia están sujetas a revisión. El hombre libre en el Estado libre interviniendo mediante el sufragio en el régimen político del Estado, o contribuyendo a formar eso que Rousseau llamó 'la voluntad general' es sólo una entelequia".M. Granados fue, entre otras muchas cosas, Secretario de la Agrupación al Servicio de la República. La pregunta que nos sugieren sus palabras es de calado: ¿Necesita la democracia un plus de sentido que no parece capaz de darse ella democráticamente a sí misma?
Llego al punto final de las memorias de Niceto Alcalá Zamora.
Lo primero que me pregunto es por qué alguien que fue Jefe del Estado -Presidente de la República-, es hoy tan ignorado. Desde luego, no se merece nuestro olvido. Pero nuestro olvido está ahí y dice mucho sobre los caprichos y sesgos de nuestra memoria histórica. No nos deberíamos permitir el lujo de olvidar ciertas cosas.
A don Niceto se le descubren pronto sus puntos flacos. Es demadsiado orgulloso, demasiado seguro de sí mismo. Es, en suma, un tremendo narcisista. Pero aunque pudo equivocarse en sus decisiones puntuales, el proyecto que lo guiaba era noble: sumar a la República el apoyo de las derechas españolas. No quería verse a sí mismo como el ala derecha de los republicanos, sino como su centro. Sin duda, al asumir la Presidencia se incapacitó para hacer la política partidista que le hubiese permitido crear un partido capaz de realizar su sueño. Para la estabilidad de la República española fue un mal negocio la presidencia de don Niceto.
Es esta una de las biografías -todas memorias tienen mucho de biografías- más tristes que he leído, porque todo se transparenta y se anuncia en ellas. Todo cuanto vendrá está llamando a la puerta. Es especialmente doloroso comprobar la continua fragmentación del mapa político. La Restauración se hundió sin que hubiera tiempo para que el liberalismo transitara ordenadamente hacia el socialismo liberal (a la británica) y sin que el conservadurismo liberal consiguiera hacerse con un líder capaz de emular a Cánovas. Pudieron haberlo sido Maura, e incluso Cambó, pero faltó alguien que hiciera de Sagasta y, en un país tan cainita como el nuestro, las dinámicas centrífugas pudieron más que las centrípetas.
Hay tantos errores, tantas meteduras de pata, tanta improvisación, tanto ideal hiperbólico ocultando lo posible -"en política lo imposible es inmoral", decía Cánovas- que convendría no olvidar nuestra enorme capacidad para hacernos daño a nosotros mismos. Esta, de hecho, debiera ser nuestra primera preocupación cuando hablamos de la memoria histórica porque lo más probable es que todos nosotros tengamos a nuestros abuelos repartidos entre los dos bandos de la guerra civil.
Ha sido este un año complejo. A las incomodidades, temores y perplejidades del coronavirus he de añadir una sucesión muy molesta de achaques personales. Pero, haciendo el recuento, no ha sido un mal año.
He publicado dos libros: La escuela no es un parque de atracciones y Mi familia es bestial.
He escrito los prólogos a las siguientes obras: Eduardo De Filippo, Les veus interiors; Roger Scruton, Breve historia de la filosofía y Platón, La defensa de Sòcrates.
En las próximas semanas saldrán dos libros más con prólogos míos de los que les informaré en su momento.
He terminado un libro sobre el Siglo de oro que saldrá en primavera.
Ha aparecido la segunda edición de ¿Matar a Sócrates? y pronto aparecerá la de La escuela no es un parque de atracciones.
He dado una gran cantidad de conferencias tanto por España como por Hispanoamérica (México, Colombia, Venezuela, República Dominicana, Perú, Chile, Argentina).
He hecho incluso mis pinitos en el teatro con L’esperança cega, monólogo dirigido por Glòria Balanyà y representado por Pepo Blasco en el TNC del 1-10-2020 al 25-10-2020.
Y el Gobierno de Navarra me ha dado una medalla que el coronavirus me ha impedido (por ahora) recoger, la Medalla de Carlos III el Noble.
El saldo, por lo tanto, muy a mi favor y por ello me siento agradecido.
Se suele decir que en las tragedias de Sófocles se pone de manifiesto el πάθει μάθος (páthei máthos), o sea, que el sufriendo es una fuente inevitable de aprendizaje. Estoy en condiciones de asegurar que es cierto. Con este cólico nefrítico, que parece que ya va remitiendo, rindiéndosse a pesar de algún conato de rebeldía, he aprendido algo sumamente importante: que el Nolotil no está hecho para ser bebido.
II
Vaya por delante que a mí me gusta la Navidad y su jaleo, pero llega un momento en que estás esperando que pasen los Reyes y vuelva la rutina cotidiana, con sus horas tranquilas y sus ritos pausados. En el ajetreo hay también un aprendizaje.
III
Estoy leyendo las memorias de don Niceto Alcalá Zamora. Creo que es uno de los testimonios más tristes de nuestra historia. Todo está en ellas como anuncio de la inevitabilidad de una guerra civil cuya memoria debiera ser la de una profunda vergüenza colectiva. La memoria adolorida debiera permitirnos aprender algo, no meramente conmemorar nuestros desastres nacionales.
IV
Le pregunto a mi mujer si volveremos a viajar como viajábamos. Me dice que sí y yo asiento a su sí con idéntica desconfianza.
Yo pensaba en aquel mayo en que nos fuimos a remontar andando el río Tundja, en Bulgaria. Comenzamos la aventura en la ciudad turca de Edirne y la culminamos en el santuario de Shipka. ¿Volveremos a hacer viajes como éste? No lo creo, pero nos queda la memoria literia de aquel viaje:
En esta memoria hay también un resignado πάθει μάθος.
He comenzado el año de manera inolvidable, con un rabioso cólico nefrítico que me ha obligado a llamar a un médico de urgencias. Pero mientras daba vueltas por la casa intentando hallar una postura que me hiciera má soportable el dolor, ha amanecido, y no he podido resistirme a la tentación de la foto.
El anónimo autor del De lo sublime dejó escrito que "la naturaleza no nos ha creado a nosotros, los hombres, como un ser bajo y vil; nos ha traído a la vida y al mundo como a un enorme espectáculo, para erigirnos en espectadores de todo lo que en ella ocurre”.
Sin el hombre, la naturaleza sería muda, sorda, ciega. Y un cólico nefrítico sería tan anodino como un agujero negro -pura física- si no hubiese alguien que lo sintiera como su dolor.
Feliz año, amigos.
Imposible no volver a ver El hombre tranquilo. ¿Por qué resistirse a su atracción? Además, no importa cuántas veces la hayas visto ya. Siempre sorprende, siempre emociona, siempre hace reir, siempre toca la fibra sensible, siempre descubres matices nuevos en esta historia tan conocida. Innesfree es el lugar en el que sabemos que no podremos vivir y, sin embargo, es una utopía sencilla, que casi está al alcance de la mano... y por eso su imposibilidad es más dolorosa.
Una frase: "Ah, yes... I knew your people, Sean. Your grandfather; he died in Australia, in a penal colony. And your father, he was a good man too".
Otra cosa. Hoy Irene Vallejo me ha dejado el ego satisfecho para varios días. "Sus libros -me ha escrito- suelen estar a mi lado mientras escribo. En el «Manifiesto por la lectura» cito algunas reflexiones suyas (hubiera querido reproducir párrafos enteros)".
Hay que sembrar. Uno nunca dónde puede germinar una semilla que ha lanzado al aire.
Trabajo intenso y ameno pero, sin embargo, poco productivo. No lo lamento.
Cada vez me gusta más perderme por los caminos que se me insinúan por los márgenes de la investigación que estoy llevando a cabo. De repente descubro un autor hoy olvidado, un poema escrito en el exilio, una reflexión que está pidiendo a gritos un desarrollo actual... y me pongo a seguir esos caminos que sé que me alejan de mi ruta, pero que me proporcionan horas de descubrimientos gozosos. Así que trabajo mucho y avanzo poco, porque no paro de dar vueltas. Pero, por otra parte, pienso que el camino que atraviesa en línea recta un territorio no nos muestra bien las singularidades de ese territorio y que es mejor andar dando vueltas para perderse y encontrarse así con lo inesperado, con todo cuanto la línea recta oculta.
Emblema de Las Españas
Esta mañana, por ejemplo, la he dedicado por completo a una magnífica revista, Las Españas, editada en el exilio mexicano por un grupo de intelectuales poco dispuestos a odiar a ninguno de sus compatriotas. Entre otras cosas me he encontrado con un magnífico artículo de Eduardo Nicol sobre Suárez, el filósofo de Salamanca.
No tengo prisa. Lo importante, para mí, no es correr mucho sino cumplir con aquel propósito atribuido a Plinio el Viejo: Nulla dies sine linea.
No hay nada más productivo que la constancia.
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¡Para qué les voy a engañar! Me ha gustado esto de El Confidencial Digital:
Manuel Barrios
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Obra Completa, Manuel Chaves Nogales. Libros del Asteroide
3. Fake. La invasión de lo falso, Miguel Albero. Espasa
4. Filósofos de paseo, Ramón del Castillo. Turner
5. Los enemigos del traductor, Amelia Pérez de Villar. Fórcola
6. El concepto de amor en Arendt, Antonio Campillo. Abada
7. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
8. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
9. Morir o no morir. Un dilema moderno, Jordi Ibáñez. Anagrama
10. Ese famoso abismo, Anna María Iglesia. WunderKammer
Miguel Cano
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Obra Completa, Manuel Chaves Nogales. Libros del Asteroide
3. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
4. El honor de los filósofos, Víctor Gómez Pin. Acantilado
5. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
6. Una violencia indómita, Julián Casanova. Crítica
7. Galdós: una biografía, Yolanda Arencibia. Tusquets
8. W. G. Sebald en el corazón de Europa, Cristian Crusat. WunderKammer
9. Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad, Virginia Moratiel. Fórcola
10. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
Rafael Núñez Florencio
1. Filosofía y consuelo de la música, Ramón Andrés. Acantilado
2. Galdós. Una biografía, Yolanda Arencibia. Tusquets
3. Sobre lo que no se ve, Enrique Lynch. Abada
4. El sueño del tiempo, Carlos López Otín y Guido Kroemer. Paidós
5. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
6. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
7. Desde las ruinas del futuro. Teoría política de la pandemia, Manuel Arias Maldonado. Taurus
8. Madrid, Andrés Trapiello. Destino
9. Una violencia indómita, Julián Casanova. Crítica
10. El honor de los filósofos, Víctor Gómez Pin. Acantilado
Bernabé Sarabia
1. El síndrome de Woody Allen, Edu Galán. Debate.
2. La nueva masculinidad de siempre, Antonio J. Rodríguez. Anagrama
3. La escuela no es un parque de atracciones, Gregorio Luri. Ariel
4. Sobrevivir al naufragio, Félix Ovejero. Páginas Indómita
5. El dominio mental, Pedro Baños. Ariel
6. El infinito en un junco, Irene Vallejo. Siruela
7. El país de los sueños perdidos, José Manuel Sánchez Ron. Taurus
8. Dime qué comes…, Blanca García Orea. Grijalbo
9. La tela de araña, Juan Pablo Cardenal. Ariel
10. Más allá de los mares conocidos, Ignacio Ruiz Rodríguez. Dykinson
Sí, es cierto, tengo bastante abandonado este café, que tan buenos momentos me ha dado y que a tantas personas entrañables me ha permitido conocer. Reconozco -con un pelín de mala conciencia- que ando trasteando por Twitter, pero no quiero dejar pasar la Navidad sin desearles... ¿el qué? ¿qué deseo puedo tener hacia ustedes que sea sincero y no rutinario? En cuanto me hago esta pregunta me respondo que no hay nada malo en los deseos rutinarios porque ponen de manifiesto una voluntad de mantener una frecuencia en el trato. Pues les deseo eso, que no perdamos la frecuencia en el trato. A ver si me enmiendo.
Una vez acabado el libro sobre la interioridad en el Siglo de oro, me he puesto en otro sobre el que ya tenía abundantes materiales recogidos. Hay una paz en la rutina del trabajo que no puedo encontrar en el mero pasatiempo de la televisión, que cada vez me aburre más. Tampoco me atrae mucho la literatura contempoánea y, como estoy en condiciones de dedicarme a lo que me apetezca, no reprimo mis apetencias. Ando leyendo a autores conservadores: Vegas Latapie, Pemán, Vigón... sí, son muy, muy conservadores y están, además, muy olvidados, pero me ayudan a entender, y eso es lo que me importa.
"Don Quijote es el descubridor del alma como aquella instancia desde la cual lo que postulamos como lo mejor que podemos llegar a ser, se dirige a lo que somos. Por eso es cima y resumen de un Siglo de oro que duró doscientos años. No estoy seguro de que pueda servirnos de mito nacional, pero sí me parece que Cervantes nos ha mostrado en su novela inmortal cómo se construye un mito, el mito necesario para ver reflejado en él aquello que nos obliga a estar a la altura de lo mejor que podemos llegar a estar".
Explicarse, con frecuencia, es contradecirse. El silencio es un remanso lógico que se convierte en remolino en cuanto intentas aclararte en voz alta ante la mirada atenta de otro.
Se ha sostenido alguna vez que eso de pensar consiste en poner un "pero" en el lugar adecuado. Efectivamente es así en muchas ocasiones, pero no en todas. Con frecuencia, al menos en mi caso, discurrir es escurrir, esto es: sacar partido a lo que tienes delante. Y esto es lo que más me cuesta, exprimir lo que ya sé hasta sacarle su jugo. Claro que... ¿si no sé exprimirlo, lo sé?
Largo paseo por la playa. 10 quilómetros que a la vuelta se han hecho pesados, por el fuerte aire en contra que se iba enfriando por momentos, a media que el sol se escondía tras Collserola. Ravel en los auriculares. Cada vez me parece más grande, más sutil, más rico, más íntimo. Más mío.
El paseo era mi particular celebración del final del libro sobre la interioridad en el Siglo de oro que me encargó la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Estoy satisfecho del resultado. El reto era difícil porque tenía que conseguir encajar sin apreturas los doscientos años del siglo de oro -he optado por iniciarlo con la gramática de Nebrija y por cerrarlo con la muerte de Molinos- en 130 páginas. Creo que lo he conseguido y que el contenido respira. Aún tardaré en enviarlo un par de semanas, para darme tiempo a una ultima revisión, pero será, en todo caso, cuestión de detalles.
El trabajo ha sido intenso y satisfactorio. Hay encargos que son un auténtico regalo... especialmente si están bien pagados. De hecho, he estado viviendo en el Siglo de oro desde la primavera pasada, dedicándole muchas horas diarias. No me quejo, que quede claro. Han sido horas gozosas.
Hace unos días me entrevistaron unos alumnos de bachillerato de un instituto catalán. Les expliqué lo que estaba haciendo y concluí asegurándoles que el trabajo es la felicidad y creo que me entendieron.
Comemos en casa de L. Su nieto, de primero de ESO, se sienta a mi lado. Le pregunto qué está haciendo en el instituto y esta es la conversación que hemos mantenido. Les ahorro gestos, interjecciones y silencios.
- Un proyecto.
- ¡Qué interesante! ¿Y sobre qué trata?
- De tres países.
- ¿Cuáles?
- Rusia.
- ¿No eran tres?
- A mí me ha tocado Rusia.
- ¿Pero de qué has hablado?
- No sé... hemos hecho un powepoint. Más de 40 páginas.
- Sí, pero tú... ¿de qué has tratado?
- De la comida.
- ¿Y qué comidas tienen?
- La ensaladilla.
Y ya no le he podido sacar nada más. Por eso insisto tanto en que un trabajo escolar que no deje ningún residuo en la memoria, no es un trabajo educativo.
Me levanto temprano para poner una gran cazuela de cocido al fuego. A los pocos minutos comienzan a expandirse por la casa los efluvios del chup-chup. Esto, para mí, es la esencia de un hogar. En mi caso se produce, además, un efecto colateral muy beneficioso: nunca trabajo con más rapidez e inspiración que cuando uno de estos guisos de cuchara inunda la casa con aromas de infancia.
Hay días en que nada más abir los ojos ya sabes que el ánimo va a hacerse el remolón y va a ir a la suya. Los viejos de mi pueblo hablaban del "temple." "¿Cómo va hoy el temple?", se preguntaban unos a otros al saludarse. Pues hoy ando con el temple así así. Y sin razón alguna para ello. Mis estados de ánimo son tan agrestes y voltarios que no saben nada de educación emocional.
Hasta ahora, cuando acompañaba a mi nieto al colegio iba con él hasta la misma puerta del centro. Hoy, al doblar una esquina, ante la fila de los niños de su clase que esperaban que se abrieran las puertas, mi nieto se ha despedido de mí de una forma que no admitía dudas: quería seguir en solitario. Lo he entendido. Yo también fui preadolescente. Llega un momento en que tienes una necesidad existencial de proclamar tu autonomía ante los ojos de tus semejantes, de que te has librado de la tutela de los adultos. Pero la comprensión de las cosas no necesariamente nos hace más felices.
Ayer traje a este café una foto que me habían enviado del Ártico mostrando La escuela no es un parque de atracciones. La foto tiene su historia, porque es de un venezolano que se encuentra en la península de Guida, en la costa siberiana del mar de Kara, en el océano Ártico. Escribo esto buscando en el recuerdo una tirita afectiva para mi herida narcisista.
Scribere qui nescit nullum putat esse laborem
tres digiti scribunt, cetera membra dolent
Es decir:
Quien no sabe escribir piensa que no hay ningún
esfuerzo; escriben tres dedos, los demás miembros duelen.
Juan de Arce de Otálora, Coloquios de Palatino y Pinciano, segunda mitad del XVI
Parábola de los talentos. Al volverla a escuchar me he preguntado con Dostoievski y Lev Shestov: "¿Qué humano ha podido escribir esto?"
Estoy leyendo, intensamente, a Lev Shestov, en los ratos que me deja libre el Siglo de oro y gracias a él creo que por primer avez he comprendido cabalmente la diferencia entre el místico y el teólogo. Es la diferencia que existe entre Jerusalén y Atenas. Irreconciliable, como el aceite y el agua. No somos conscientes de la inmensa pérdida que supondría para nuestra humanidad la desaparición del puesto de vigía del místico. No hablo de la desaparición del teólogo porque, tal como están las cosas, es inimaginable.
La felicidad es hacer una inmensa cazuela de arroz y que no quede ni un grano. Es ver que se prolonga la sobremesa mientras tu discretamente subes a refugiarte a tu cuarto con tus libros y tu sofá. Es ver cómo va declinando la tarde y sube tu nieto a despedirse de ti, lamentando que se tiene que ir, pero es culpa del papa... La felicidd es poder contar esto... Bueno, sí, quizás le deba algo mi beatitud a las tres gotas que disuelvo cada mañana en medio vaso de agua. Pero no ha sobrado ni un grano de arroz.
Ya sé que se repite, pero siempre se repite como nueva. Me refiero a esa sensación de desánimo que me invade cuando estoy acabando un libro. Siento que no he estado, ni mucho menos, a la altura de lo que soñaba inicialmente con realizar, que me falta por consultar montones de bibliografía, que las ideas no son claras y distintas, que los capítulos están desorganizados, que la lectura no es suficientemente fluida, que sobra mucho de esto y aún falta más de aquello y... al fin y al cabo... ¿estoy diciendo algo interesante?
Después, el tiempo se me echa encima y como hay que cumplir con las fechas de entrega lo envío a disgusto.
Finalmente el editorme llama y me dice que le ha gustado y empieza a gustarme a mí también. Claro que un día... puede no ser así.
Hoy, además de sufrir con lo que acabo de escribir, he terminado el prólogo de un libro sobre la infancia en Roma y se lo he enviado al autor. Me estoy especializando en escribir prólogos y epílogos. No se sufre nada.