22026 temas (21834 sin leer) en 44 canales
Estos días de finales de invierno son siempre revoltosos. Al invierno le gusta despedirse con algún portazo. Es su naturaleza desabrida. Más de una vez, cuando creemos que ya se ha ido, regresa súbitamente con una nevada y arroja sobre nosotros el frío que se ahorró en enero. Durante el fin de semana nos ha regalado un epílogo de nubes densas y bajas, lloviznas caprichosas, intérvalos de chaparrones furiosos y unas esporádicas ráfagas de viento que, tal como ahora mismo estoy viendo, parecen empeñadas en arrancar de sus pinzas las ropas puestas a secar y convertirla en cometas del caos. Pero el espectáculo verdadero está en el mar, en esas olas blanquísimas que rompen en espumas dehiscentes, en ese horizonte remoto que se diluye en el cielo, en esos grises plateados que las olas le arrancan al agua. Son días estos para mirar por la ventana, con la nariz pegada al cristal, observando embobado lo indefinido y perdiéndose en vaguedades mientras el cristal se va empañando con tu aliento. En ese gesto vuelve también un poco el niño que fui, que sale de su escondite a acompañarme un rato.
Vuelvo a publicar, aunque corregido y muy ampliado (y esta vez llegará a las librerías), el libro que me encargó la Compañía Nacional de Teatro Clásico sobre el Siglo de oro. Se tituló El recogimiento y llevaba como subtítulo La aventura del yo. Ahora lo publicará la Editorial Rosamerón con el título de El eje del mundo y el subtítulo de La conquista del yo. El mes que viene estará en las librerías. Un adelanto: Termina con sor María de Ágreda. Hoy me he pasado el día corrigiendo el texto. A estas horas ya puedo decir, con confianza, que todo está en orden.
En la editorial las cosas marchan mucho mejor de lo previsto y para celebrarlo haremos una especie de fiesta inaugural en la Bodega Saltó de Poble Sec (Blesa, 36), el día 30 del presente mes de marzo. Tendrán cumplida información en los próximos días, pero ya les aseguro que están ustedes invitados.
Sigo sintiendo la necesidad, casi el imperativo moral, de entregar un artículo o una colaboración periodística varios días antes de la fecha que me han marcado. Y, si puedo, me adelanto varias semanas. La voz de mis padres insistiéndome en no dejar nada para el último momento, sigue viva en mí. Y siento que, con mi anticipo, me concedo a mí mismo un premio y les rindo un pequeño homenaje a ellos. Es un gozo íntimo y gratuito que me temo que no comprenderá mucha gente, pero que es real y se llama pundonor.
Viaje ayer por la tarde a Santpedor, al norte de Manresa, a pasar un rato con un grupo de profesores en la escuela Llissachs que acabó con una cena serena y cordial. Mucho podría hablar de estos docentes, pero lo que quiero resaltar es el texto que me encontré sobre la puerta de entrada: "Para alcanzar la verdad es necesario hablar bien y razonar correctamente". Efectivamente son cosas elementales como estas las que hoy es imprescindible recordar. Un consejero de educación me pidió recientemente mi opinión sobre lo que debería de hacerse en las escuelas. "Back to basics", le respondí.
Al terminar la cena eché una mirada al móvil. Tenía un mensaje de José Ángel González Sainz. Ya les decía ayer que a Soria siempre se vuelve. Entre otras cosas me decía: "Hablamos de tu, nuestra, Sor María de Agreda. Si te apeteciera, estaría encantado de poder contar contigo para un LEER a Sor María de Agreda".
Es posible dudar de muchas cosas. De hecho la historia de Europa es (también) la de la metamorfosis de sus dudas, de Pirrón para aquí; pero es difícil negar que estás a gusto en la compañía de alguien cuando la buscas precisamente por el bienestar que te proporciona. Con la edad vas descubriendo que merece la pena seguir el rastro de las personas luminosas tanto por lo que te iluminan por sí mismas como por la luz que reflejan de otras personas luminosas con las que te ponen en contacto. En definitiva, que si los amigos de Encuentro Castellón me dicen "Ven", lo dejo todo. Sé que volveré a casa con las alforjas a rebosar de buenos recuerdos.
Llegué a Castellón, con retraso, el sábado a las 16:15 de la tarde y ya me estaba esperando un coche que me llevó al casino, donde Ferran Riera, en la puerta, mostraba impaciencia por mi tardanza. Mantuvimos los dos un diálogo muy cordial y creo que honesto ante una audiencia que, por su atención, se merecía alguien con más carisma que nosotros que les multiplicase el pan y los peces de la caridad. Nosostros solo pudimos darles un bocadillo de mortadela.
¡Qué gente más admirable! Tras el diálogo, una entrevista y cena en Benicasim, en una casa situada cerca del que, para mí, es uno de los hoteles más bonitos del mundo, el Voramar. Llegué a mi hotel en Castellón, muy tarde. Me costó dormirme y me desperté muy pronto. En el restaurante del hotel me encontré con J. A. González Sainz, que estuvo hablando en Encuentro de su admirable libro La vida pequeña. Congeniamos pronto y quedamos en que, tarde o temprano, iría a Soria (a Soria siempre se vuelve) a hablar de la correspondencia entre sor María de Ágreda y Felipe IV. Volví a casa a mediodía, con el tiempo justo para despedirme de mi mujer que partía a Pamplona.
En la inefable LOMLOE se estableece (articulo 10, punto 3) que en educación primaria se impartirán a los alumnos "contenidos referidos a la ciudadanía mundial". Me pregunto cómo demonios debemos interpretar hoy esto.
Comida cordialísima en el antiguo restaurante Rilke, que ahora tiene un nombre del que no quiero acordarme. ¡Ojalá sean así todas las comidas de empresa! Estamos viviendo un momento dulce y es hermoso paladearlo. Las ventas van muy bien, el nombre de la editorial se va haciendo un hueco y nos llegan manuscritos muy interesantes hasta de México. Tenemos buenas perspectivas para los próximos meses y vemos con orgullo de padres primerizos cómo el proyecto va tomando cuerpo. Queremos ser, sin embargo, sumamente realistas e incluso un poco conservadores. Me imagino que esto es como los primeros meses de vida en común de unos recién casados que han entrado a vivir en un piso sin muebles y poco a poco van comprando sus primeras sillas, su primera mesa, su primer colchón de espuma, sus primeros cubiertos... En los momentos fundacionales no hay tiempo para las rutinas. Somos a la vez humildes y ambiciosos. Humildes porque sabemos dónde estamos, pero ambiciosos porque sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y qué es lo que debemos hacer.
Tras una serie de llamadas telefónicas de gente con altas responsabilidades en el mundo educativo, cada una más estrafalaria que la anterior, he llegado a la conclusión de que nuestra educación se sostiene gracias a que en realidad nadie hace lo que le mandan y la mayor parte de los que mandan, lo saben.
A veces se necesita la contundencia de un enemigo para saber quiénes somos y, sobre todo, quiénes tenemos que ser. La mirada de enemistad, como la mirada erótica, tiene la capacidad de dotarnos de una figura concreta. Son acicates del autoconocimiento, porque nos fuerzan a preguntarnos qué tengo yo que me hace objeto de semejante mirada.
En ambos casos me pregunto también qué tengo en mí para corresponder a quien me mira y, sobre todo, qué debo tener para o merecer el amor o protegerme contra la enemistad.
Sí, efectivamente, estoy pensando en la Unión Europea, Ucrania y Rusia.
Uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo es el de los muchos notarios que han viajado al futuro y han vuelto para decirnos qué competencias se necesitarán en el 2030, en el 2050 o no importa en qué año. El caso más notable de estos viajeros del tiempo es el de la Agenda 2030.
En educación, las llamadas competencias son cajas de muñecas en las que debemos encajar la escuela presente para que dé de sí, bien moldeados, a los alumnos del futuro. Lo que no cabe en esas cajas, se considera irrelevante, porque los futurólogos no es que hayan visto el futuro, sino que han visto, sobre todo, lo que realmente importará en el futuro. La LOMLOE es, fundamentalmente, la obra de estos visionarios. Por supueesto, los argumentos que usan para convencernos de la inmaculada bondad de las competencias que ellos han seleccionado como pertinentes, no es que sean buenas en sí mismas, sino que si no nos amoldamos a ellas, nos quedaremos anticuados.
El caso es que los viajeros al futuro muy perspicaces no se mostraron con respecto a la Covid, y no se puede decir que haya sido un acontecimiento menor. Y ni tan siquiera han sido capaces de prever la chulería guerrera de Putin, que parece estar a punto de introducir la competencia ofensiva como competencia elemental del siglo XXI.
No me molestan las nuevas tecnologías. Al contrario, me gustan. Y me gusta también que mis nietos se familiaricen con ellas. Al fin y al cabo son solo cacharros que nos sirven como prótesis antropológicas. Lo que me inquieta es la mentalidad tecnológica que se cree capaz de derivar de una determinada y muy sesgada visión del futuro, el orden geométrico que debe regular nuestra educación presente.
Volviendo de Madrid, Nuria Azancot me pidió un texto de 524 palabras sobre los derechos de los animales para el Cultural del Mundo. Hoy se lo he enviado, con el orgullo de haber escrito exactamente 524 palabras. Mañana tengo que envíar mi colaboración para The Objective y tengo pendientes un artículo largo sobre la amistad para un diario de Barcelona y dos prólogos, uno para el último libro de Alain Minc, que publicará Herder, en el que reivindica la ambición teórica de Marx y otro para la editorial Siltolá, de mi amigo Javier Sánchez Menéndez, que ha decidido publicar un libro memorable de nuestro siglo XVIII, del que en su momento daré más detalles.
Hoy, comiendo, le contaba a mi familia que Carlos Fernández Liria se sorprendió, en Madrid, de que yo leyese a autores con los que no coincido ideológicamente. Le contesté que eso, exactamente, era para mí ser conservador. Acabo de releer El sentido humanista del socialismo, de Fernando de los Ríos y he dejado los márgenes repletos de notas, en muchos casos laudatorias.
En estado de descompresión.
Mi hábitat es el sofá, mi querido sofá, tan hecho a mi cuerpo, y mi estado vital, el de la modorra y el sueño.
Vegeto felizmente en el duermevela de mis cosas, sin hacer otra cosa que pasar la vista por ellas, disfrutando de la levedad de nuestra copresencia.
Me han pedido de El Mundo 525 palabras, pero no me apetece escribir nada. Hoy 525 palabras se me antojan más extensas que la Iliada. Mañana tendré que despertar de este dulce limbo de calma y pereza y ponerme a recuperar el pulso de los días.
Putin sigue haciendo de las suyas. Mi amigo K. me informa diaramente de la situación en Moscú. Y ese es mi único contacto con la deprimente realidad exterior.
Dejo a mis espaldas un Madrid lluvioso y gris, un Madrid para verlo desde la ventanilla del tren que me lleva a Ocata. Para despedirme como el día requería, me he levantado temprano y he ido a desayunar a la Chocolatería San Ginés, chocolate y churros, naturalmente. A las 9:00 está a rebosar. Hay una mezcla un tanto pintoresca de obreros de la construcción, un grupo de sindicalistas rollizos (me ha parecido entender que eran camioneros), turistas de mediana edad que cumplen religiosamente con los rituales de la guía, como hemos hecho todos algua vez, y jóvenes parejas enternecidas por su copresencia.
Voy a Atocha bordeando -cuando puedo- los charcos de las aceras.
Cuando eres joven, si vas a la cama cansado te levantas con sueño (si eres joven siempre te apetece dormir un poco más) y descansado. Cuando tienes mi edad, para las 6 de la mañana ya tienes los ojos como platos buscando entre las rendijas de luz que se cuela por la ventana una excusa para levantarte. Ya no tienes sueño, pero estás cansado, porque el cansancio cotidiano es acumulativo.
Volveré pronto.
Mientras Putin humilla a Europa, yo madrileo.
Comencé el día desayunando en muy buena compañía y firmando libros en una terraza de la Plaza Ramales. El sol iba aposentándose de la ciudad con su cosquilleo cálido. A eso de las 11:00 me dirigí a Museo Arqueológico (2,4 km), con la intención de visitar la exposición titulada "Tesoros arqueológicos de Rumanía". En buena parte ya conocía las piezas, porque las anteriores a lo que fue la Dacia son inequívocamente tracias. Las tribus tracias posiblemente nunca tuvieron conciencia de pertencer a una misma etnia y se referían a sí mismas con diferentes nombres, pero su arte inmediatamente se reconoce por una mezcla singular de lo escita, lo persa y, posteriormente, lo griego. Mi rencuentro con el rey tracio Kotys fue especialmente emocionante .
Al terminar me llevaron en coche hasta la Puerta de Toledo y de allí, en compaía de una profesora del IES, Teresa, me fui andando hasta la Puerta de Alcalá (3 km), porque en el Patio de los Leons había quedado con Ricardo y dos amigos más.
A las 12, agotado, dejé a los jóvenes con su cordialidad y sus risas y me fui, caminando, claro, hasta el hotel. 2,4 km más.
Mientras tanto, Putin, a lo suyo.
Día soleado en Madrid, primaveral, risueño. He dejado las cosas en el hotel (en la Plaza de Oriente) y he ido caminando mansamente hasta la Complutense. Mi destino era la Escuela de Agricultura, pero me he perdido por el campus y he llegado a la cita un poco tarde. Me esperaba un debate con Carlos Fernández Liria que me ha sabido a poco. He tenido la sensación de que hemos estado surfeando sobre lo importante. Después una cena magnífica en el Alcaravea Gaztambide con los jóvenes de la Fundación Tatiana y regreso caminando al hotel en una noche templada con poca gente en la calle.
Sigo intentando poner en práctica mi lema: "Cuando vayas al mercado, no olvides de volver con un amigo".
Estoy escribiendo un artículo largo sobre la amistad, por cierto.
Llevo meses sin que me duela nada. Los acúfenos parecen sosegados y los mareos, controlables. Hace buen tiempo, tengo muchas cosas para leer y bastantes más para escribir y voy entregando todo a su tiempo.
Disfrutar de las pausas de calma es una maravilla. La salud es un don, amigos. Y el sol de estas mañanas tan cordiales... Echarse para atrás en la silla del Petit Café, estirar las piernas, dejar caer los brazos y la cabeza y sentir el calor vivificante de este sol invernal. Que tu única preocupación sea si pedir un vermut blanco con patatas o una Alhambra. Los vecinos tienen, todos, su conducta predecible y tranquilizante -¡benditas rutinas!-, como las nubes y los plátanos, que ya empiezan a dejar sentir su rumor germinal. Y el mar, allá lejos, que reclama mi imaginación desde el horizonte. Todo está en orden. Todo encaja.
Segunda competencia ESPECÍFICA del área de matemáticas en secundaria obligatoria:
"Desarrollar destrezas sociales reconociendo y respetando las emociones y experiencias de los demás, participando activa y reflexivamente en proyectos en grupos heterogéneos con roles asignados para construir una identidad positiva como estudiante de matemáticas, fomentar el bienestar personal y crear relaciones saludables".
A mi modo de ver esto es DESOLADOR. ¿Se dan ustedes cuenta de que, según nuestra normativa, el estudiante de cuarto de ESO ignorante, pero feliz, ya ha dominado esta competencia específica de matemáticas?
Simone Weil: “Cuando ofrecemos ayuda a seres desarraigados… y recibimos a cambio malas maneras, ingratitud, traición, padecemos simplemente una parte pequeña de su desgracia”.
Creo que era Gramsci el que hablaba del partido político como de un intelectual colectivo. Lo leí a finales de los 70. Al poco tiempo, PSUC y el PCE se suicidaron, coincidiendo con el suicidio de UCD. Estos casos de idiotas colectivos nos dicen mucho sobre la racionalidad política.
El lunes pasado en el Colegio de Doctores me hicieron una pregunta que presuponía que el poder es omnipotente, inteligente y maquiavélico. Contesté que es consolador pensar que el poder es inteligente, aunque sea perverso. Mejor pensar eso que aceptar que la inteligencia política es siempre escasa y que, como le dije a Santi Vila el martes, la virtud de un político la decide su fortuna (la frase es de Maquiavelo).
Hoy he tenido una larga charla con un grupo de pedagogos de Uruguay. Alguno de ellos tenía varios libros míos. Siempre siento una especial responsabilidad ante estas situaciones. ¿Y si estoy equivocado? En cualquier caso, intento animar a la gente a ir, como pedía Sócrates, por donde la razón los lleve. El encuentro ha sido muy cordial y me ha permitido reivindicar al gran Felisberto Hernández. Les he dicho, entre otras muchas cosas que el beato pedagógico es la plaga del sistema educativo. Es beato el que quiere tanto a un alumno que no lo pone a prueba para evitarse la posibilidad de sentirse defraudarlo.
El lunes y el martes he andado de presentaciones. El lunes presentamos en el Colegio de Doctores y Licenciados el número 200 de la revista Valors. Una inmensa alegría encontrarme con viejos amigos a los que no veía desde antes de la pandemia. Creo que nos lo pasamos bien. Debatí con Begoña Román sobre cuestiones del presente moderados por Jordi Sacristán y después me fui con el gran Miquel Seguró Mendlewicz a cenar. ¡Qué bien se está con la gente que quieres! Discutimos sobre la filosofía política de Suárez y nos quedamos tan a gusto.
Ayer Sergio Vila-San Juan, al que tanto admiro, me invitó a comer al Círculo Ecuestre, hablamos de la correspondencia entre Felipe IV y sor María de Ágreda y de mil cosas más. A las 19:00 tocaba presentación del último libro de Santi Vila.
Hace unos años estaba yo sentado a una mesa en la ceremonia de entrega de los premios Planeta y a mi izquierda había una silla libre. Poco después de comenzar a cenar apareció, presuroso, Santi Vila. Al hombre se le veía muy tocado. Solo lo había visto una vez, cuando los dos presentamos un libro de nuestro común amigo Jordi Amat. No sabía muy bien de qué podíamos hablar, así que tanteé el recurrso de un libro de Pla, su Cambó, que me parece un libro profético. Aquello tuvo un efecto balsámico. Él no se lo había leído, yo le recomendé encarecidamente su lectura, él se lo leyó, le sentó como una medicina salutífera y, a consecuencia de aquello vino la invitación para esta presentación. Había mucha gente importante, desde Mas a Collboni pero yo me enamoré de la madre de Santi Vila por razones que no hace falta decir aquí. Me sorprendió muy gratamente la libertad de palabra de Vila y llegué a la conclusión que hay político para rato.
... con ojos del presente.
He salido de Barcelona a las 12 de la mañana y estaba de vuelta a las 21:20. En la estación de Atocha me esperaba un taxi que me ha llevado a una zona industrial de Getafe, donde están los estudios de una productora de televisión. Me esperaban para grabar un programa sobre literatura infantil con Sánchez Dragó. No lo conocía personalmente y, la verdad sea dicha, me ha caído muy bien.
En mi infancia no hubo otros libros que los escolares, pero está llena de relatos orales, comenzando por las historias de mi abuelo y siguiendo por los romances y cuentos de mi madre, que era una magnífica narradora de cuentos y todos eran terribles, de mucho miedo, de esos que hoy yo no me atrevería a contar a mis nietos sin el permiso escrito de sus padres. Pero en aquel tiempo, todos mis primos estaban deseando quedarse a dormir en mi casa para temblar de miedo.
Por ejemplo, el cuento del higo y medio. Una niña huérfana tiene que ir a vivir con su malísima abuela que la tiene trabajando como una esclava sin apenas alimentarla. Un día la abuela deja a la niña sola en casa, advirtiéndole severamente que no se le ocurra ni tan siquiera probar una miga de pan, que todo lo tiene contado y medido. Estando la niña sola, se presenta un pobre mendigo muerto de hambre que le pide una limosna. La niña, apiadada, le da un higo y medio, pensando que su abuela no notaría su falta. Pero ¡y tanto que la nota! Enfadadísima con la niña, la arrastra hasta los campos y la entierra viva. Pasan los meses. En esos campos se siembra trigo que, a su debido tiempo, es segado. Y allí están los segadores en el tajo cuando uno de ellos oye una voz muy débil que canta:
Segadores que segáis,
no seguéis mi lindo pelo
que la tuna de mi abuela,
me ha "enterrau" por higo y medio.
Los segadores se quedan quietos y al poco rato vuelve a sonar la voz. Acuden al lugar del que sale, escarban en la tierra y se encuentran con la niña, viva. Me ahorro el castigo que infligen a la abuela.
O aquel romance cantado en el que un niño de cinco años, "la cosa más picotera", le cuenta a su padre que en cuanto se va a trabajar, su madre se las entiende con "el señorito Alfredo". La madre mata al niño y "pone lengua en sartén /y la cabeza en cazuela". Llega el padre y pregunta por el hijo. "Le he dadito pan y miel / y se ha ido a casa su abuela", contesta la desalmada madre. El padre se sienta a cenar y el primer trozo que coge es un trocito de lengua. "Padre mío, no me comas / que soy tu riquita prenda", le dice la lengua. Me ahorro también lo que le pasa a la madre.
He terminado el ensayo que estaba escribiendo. Mejor dicho, le he puesto un punto final... provisional. Sé que tengo que dejarlo descansar un tiempo, quizás un mes, en un cajón, donde no lo vea, y permitirle reposar antes de darle un último repaso... que siempre corre el riesgo de ser el penúltimo.
He acabado agotado. No tengo ni idea de qué les pasará a los demás, pero a mí, pensar, me cansa. Hablo de pensar, no de dejar pasar ideas por la inteligencia como nubes que adorman sin dejar rastro. Hablo de constatar, una vez más, que el pensamiento avanza sobre su propio cadáver. Y yo, al menos, no sé otra manera de hacerlo avanzar.
Este es el libro que más me ha costado escribir. Lo inicié a comienzos del verano, camino de Las Escalonias, en Sierra Morena, y me ha arrastrado hasta aquí.
Por otra parte, una vez acabadas sus 200 páginas, me asalta una sospecha que no por familiar es menos intensa: ¿Y esto a quién demonios le puede interesar?
Ha sido guardarlo en el cajón y dormir 10 horas seguidas.
Mañana me voy a Madrid, tengo un encuentro sobre literatura infantil con Sánchez Dragó para un programa de televisión.
He pasado unos días muy a gusto en Sevilla y Cádiz, capitales de la España leve, y no por eso menos profunda; porque es esta una España que lleva la profundidad a flor de piel.
En Sevilla me alojaron en un hotel cómodo y funcional, que daba al Guadalquivir, justo en frente del puente de Triana, y de su mercado, uno de los lugares en los que mejor se come de España. Les aseguro que unas humildes zanahorias aliñadas son aquí un manjar exquisito, propio de una cultura que ha ido recogiendo con cuidado lo mejor de su heterogénea historia culinaria. A la izquierda tenía la mágica plaza de toros de la Maestranza y más allá la Torre del Oro, con sus misterios.
Hablé y me acogieron, me dieron de comer, de cenar, de desayunar, y di un largo paseo con mi hermano, Javier Sánchez Menéndez, poeta sevillano (valga la redundancia) de los que son capaces de hacer poesía con su escucha atenta. Con él siempre tengo motivos cordiales para recoger el hilo de lo que decíamos ayer. El sol templó las compañías y todo estuvo bien, alegre, sereno, entrañable. Me quedo con las caras alegres que me dieron la bienvenida a su mundo, que ya es un poco también el mío. Estoy seguro de que nos volveremos a ver.
De Sevilla a Cádiz, donde me esperaban 200 inspectores de educación para que les hablara de la lectura; profesionales serios, preocupados por lo que hacen, que aman la profesión, y que se sienten, con razón, el rompeolas de la educación española.
Cádiz se te queda adherido a la memoria, especialmente si te alojan en la plaza de San Francisco y te llevan a cenar al Casino. Cada detalle vivido ocupa su lugar en el espacio de los recuerdos buenos. Visité librerías de viejo, comí en el mercado (santuario gastronómico que no se queda atrás del de Triana), me encontré con otro poeta andaluz, Tomás Rodríguez Reyes y con Paula Fernández de Bobadilla, que me invitó a las bodegas de Jerez, pero yo estaba ya sin fuerzas. No tuve fuerzas ni para visitar a una queridísima amiga, Nacha Juanarena, compañera de estudios, allá en la Pamplona de finales de los 70. No me quedaban fuerzas, pero estaba lleno de entusiasmo y de cansancio feliz por los largos paseos de la madrugada y del atardecer.
Estando en Cádiz salió mi última colaboración en El locutori.
Un comentario de Tom Waits que me ha interesado mucho: "El mundo es un lugar infernal y la mala escritura está destruyendo la calidad de nuestro sufrimiento. Abarata y degrada la experiencia humana, cuando debería inspirar y elevar".
Pocas cosas más humanas, más necesarias y más sutiles que la expresión exacta del sufrimiento. Quizás hablar aquí de exactitud sea excesivo, pero precisamente por ello, porque mi sufrimiento no se encuentra en una definición, sino en mi experiencia, hay que atraparlo como bien se pueda en el lenguaje. Para ello es imprescindible disponer de un bagaje de palabras que nos permitan darle un rostro para mostrárnoslo a nosotros y a los demás. O para callar sabiendo lo que callamos.
Si por algo la educación emocional, tal como la veo practicada en muchas escuelas, me produce suspicacias, es porque, posiblemente sin ser consciente de ello, está fomentando una estabulación sentimental. No sería de extrañar que dentro de unos años gravaran con un impuesto de lujo cualquier expresión diáfana de un sufrimiento genuino.
Hay que volver la mirada hacia los clásicos, porque siempre nos guardan alguna sorpresa. No importa cuántas veces hayas leído un texto de Platón o de Aristóteles. Si lo lees de nuevo con atención, encontrarás ese término preciso que hasta ahora te había pasado por alto.
Es lo que me acaba de ocurrir con la aristotélica Ética a Nicómaco, donde el estagirita define al hombre como "syndiastikós" (1162 a).
Podemos traducir este término como "emparejado", pero en griego el nexo de unión de la pareja está reforzado por el prefijo "syn-" (junto, unido) y la raíz "-dúo-" (dos).Estas son las palabras de Aristóteles: "La relación (philía) entre marido y mujer parece darse por naturaleza. El hombre, por naturaleza, es antes un "syndiastikós" que un "politikós".
Leer es (caer en) un abismo.
Tenía ya bastante adelantado el ensayo que estoy escribiendo cuando me di cuenta de que necesitaba más información sobre un punto aparentemente secundario que no me ocupaba más de media página, pero que en su formulación quedaba muy ambiguo. Así que comencé a leer y caí en la trampa.
La lectura me proporcionó, sí, la luz que yo buscaba, pero, al hacerlo, me iluminó tinieblas de las que no era consciente y que afectaban, estas sí, a algunos de los puntos centrales del ensayo. Así que decidí aparcar la redacción y leer más. Y el foso de las incertidumbres fue creciendo.
Por si fuera poco, la lectura me empujó a la relectura y descubrí, con sorpresa, lo mal que había entendido a Eugenio Trías, lo poco que aproveché a Helmuth Plessner, las vías que me abre el gran Juan David García Bacca, el cuidado con el que hay que tratar a Eduardo Nicol, etc.
Finalmente, he tenido que decir: "¡Hasta aquí he llegado!" En caso contrario no acabaría nunca el ensayo. Es lo que hay que hacer, pero someter tu propio pensamiento a una orden que no tiene que ver con la busqueda de la verdad, sino con asuntos de orden práctico tiene algo de sofístico.
Desde el Parador Nacional de Lleida, donde me están cebando con gran mimo. Me está tentando la idea de okupar la habitación que ya ocupo y no salir de aquí en unos meses.
Mientras tanto, El Locutori acude puntualmente a su cita con sus muy selectos lectores.