Leyendo a Ruiz Quintano, que escribe hoy sobre La Canina, he recordado un sarcófago romano que juega irónicamente con el precepto délfico que tanto impactó a Sócrates, "Conócete a tí mismo". Conocerse a uno mismo es, entre otras cosas, aceptar la propia mortalidad sin aspavientos. Pero hoy, mientras que no tenemos reparos en mostrar la carne viva en cualquier circunstancia y de cualquier manera, ocultamos la carne muerta. No se debe, por ejemplo, enseñarla a los niños, no sea que se vayan a traumatizar. El pecado de la carne es hoy el de la impudicia de la carne muerta. En los funerales ocultamos el cadáver y contratamos a músicos, para hacer de la muerte algo sentimentalmente etéreo. Nos cuesta entender que alguien esté dispuesto a dar la vida por nosotros, especialmente si después hemos de decidir qué hacer con su cadáver.
¿Cómo afecta todo esto a la percepción de lo noble? La nobleza se ha entendido tradicionalmente como la dedicación en cuerpo y alma a algo que es más grande que uno mismo. En la posibilidad de esta dimensión finalista de la existencia humana se encuentra la singularidad de lo humano. Si la eliminamos o la reducimos nos vemos abocados a tener que explicar lo humano a partir de lo infrahumano. Por ejemplo a partir de Darwin. Parece evidente que para preservar la integridad del cuerpo es del todo imprescindible resistirse a entregar la propia fidelidad a causas que nos exijan "demasiado".
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