Cada vez que se comparan nuestros resultados académicos con los de los países orientales, aparece algún listillo pidiendo calma, porque, como todo el mundo sabe, el precio que estos países tienen que pagar por someter a tanta presión a sus alumnos es un altísimo porcentaje de suicidios.
¿Lo sabe esto todo el mundo?
Lo sepa o no, lo cierto es que se acepta como una evidencia que no hace falta justificar con datos.
Sin embargo, lejos de ser una evidencia, es una grosera falsedad.
La tasa de suicidios entre los jóvenes de Japón, Corea, Hong Kong o Singapur, aunque siempre es demasiado alta, es más reducida que –por citar sólo algunos países- la de Lituania, la Federación Rusa, Luxemburgo, Noruega, Canadá, Austria, Finlandia, Bélgica o Islandia.
El estrés estudiantil es más bajo en Japón o en Taiwan que en los Estados Unidos y en este último país la tasa de suicidios entre adolescentes latinos es mayor que entre los orientales. La tasa de suicidios juveniles en Francia dobla la española y eso no se debe, en modo alguno, a que su sistema escolar sea el doble de exigente que el nuestro.
Podrá confirmar lo que digo cualquiera que quiera consultar las estadísticas de la OMS. Sin embargo no tengo ninguna duda de que este mito seguirá en pie por mucho que los psiquiatras apunten como la variable de mayor riesgo de cara al suicido a la debilidad de las relaciones afectivas de los suicidas. ¡Es tan reconfortante pensar que aunque nuestros niños no sepan hacer la o con un canuto son felices!
Añadiré algo de una superlativa incorrección política: las estadísticas certifican también que el mejor antídoto contra el suicidio es la pertenencia a una familia con fuertes convicciones religiosas. ¡Toma ya!