Justo cuando estoy leyendo Ladrones de cruces, uno de los cuentos del joven escritor búlgaro Miroslav Penkov recogidos en su libro Al este de Occidente, la cartera me trae un libro que había pedido hace tiempo. Su autora es Alejandra Soler una superviviente. Fue, entre otras cosas, maestra de aquellos niños españoles refugiados (a la fuerza en más de un caso) en la URSS. Ya les hablé indirectamente de ella cuando les dije en un apunte anterior que había conocido a una señora muy mayor que asistía a las manifestaciones en taxi. El libro de Alejandra Soler lo dice todo en los meandros de su título: La vida es un río caudaloso con peligrosos rápidos. Al final de todo... sigo comunista.
El contraste entre los dos libros no puede ser mayor. Transcribo algunas frases del cuento de Penkov, que retrata una manifestación anticomunista en Sofia contemporánea del derrumbamiento del muro de Berlín:
"'¡Basura comunista!', canta Gogo, y avanzamos con la masa torrencial. Es excitante, como ir de camino a un buen partido de fútbol. Es gracioso que piense eso, porque algunos de los cánticos, ahora me doy cuenta, son en realidad cánticos de fútbol. Sólo que hemos sustituido el nombre del equipo rival por el del Partido, el del árbitro, por el del primer ministro. La mayoría de la gente que va con nosotros es joven. Justo delante una niña pequeña protesta ante su padre. 'No puedo respirar', gimotea'. Él la sube a los hombros (...) y la niña grita: '¡Basura roja! ¡Mierda roja!' y todos los que hay alrededor se ríen (...). 'Di: ¡rojos, hijos de puta!', le dice Gogo y ella grita: 'Cherveni putki' (...). Alguien ha clavado una bandera en lo alto, blanca, verde y roja, pero la bandera se ha helado como unos calzoncillos en un tendedero (...). '¡Comunista el que no bote!'. A nuestro alrededor todo el mundo empieza a saltar (...)."
Creo que ya han intuido ustedes que lo que a mi me interesa, fundamentalmente, de la política es la teología, es decir, la fe.