Inmediatamente después de leer al sagaz
Ferran Caballero, que se pregunta por lo que queda del 15-M, alguien con mando en plaza me comenta que "la voluntad de los ciudadanos está por encima de la ley". Y yo pienso que este poso quincemesino del desprecio a la ley bien podría llamarse postdemocracia.
La democracia nace en Atenas como resultado de la victoria de las clases populares (y de sus aliados aristócratas: efectivamente, la historia es muy poco original) sobre los potentados, que consigue imponer la ley como principio rector al que se someten todas las personas en igualdad de condiciones. Por eso en democracia la ley es la que manda. Νόμος βασιλεύς: "la ley es la autoridad": esta es la utopía de los demócratas cabales. Los atenienses sabían muy bien que la alternativa al imperio de la ley es el imperio de las personas, como era el caso de los regímenes orientales en los que quien manda de manera absoluta es el rey. El pueblo necesitaba la ley porque, sin su protección, siempre acaba pagando los platos rotos.
Cuando estamos regidos por la ley es cuando más cerca estamos de la utopía.
Los filósofos griegos sabían una cosa más: que en realidad no son los hombres los que hacen las leyes, sino las leyes las que hacen a los hombres, y que por eso convenía tocarlas muy poco y tratarlas con la veneración debida a lo sagrado; pero dejemos esto aparte porque hoy ya no se lo cree nadie. No es que seamos menos crédulos, es que tenemos preprogramada en otro canal nuestra credulidad.
Los que sostienen tan convencidos (y eso es lo peor) que la voluntad es el principio de autoridad, debieran recordar el
Triumph des Willens, guste o no guste la comparación. Y debieran recordarlo para explicarnos con claridad qué es exactamente lo que quieren decir, porque por encima de la ley no hay ciudadanía.
La voluntad liberada de la constricción de la ley es, como descubrió el gran Max Stirner, la nada. Claro está que la nada también nos iguala, pero para lo peor.