En este país se compite denodadamente por la copa del rey y quien la gana la luce con orgullo en sus vitrinas; pero hay algunos que consideran muy reivindicativo quedarse con la copa al mismo tiempo que le silban al rey en la final, a la que tan orgullosos están de haber llegado. ¿Lo reivindicativo no sería renunciar a competir por una copa que lleva el nombre del rey al que silbas? ¿Los silbidos al rey no rebajan la categoría del premio que recibes? Pues resulta que no. Resulta que esa copa puede salvarte la temporada. Aquí el principio de contradicción nos lo pasamos por el superior principio del antojo y nos quedamos tan agustito.
Pasa lo mismo con el premio fin de carrera que te da el ministro de educación. Si no te gusta que te lo entregue un señor que está ahí no por ser un señor sino por la autoridad institucional que representa, lo lógico -y educado- es no ir a recibirlo; pero eso de quedarse con un premio que muy probablemente llevará el nombre de quien te lo ha concedido y posteriormente enmarcarlo en el cuarto de estar para lucirlo ante las visitas junto a la foto del momento heroico del desplante al ministro, me parece una conducta infantil, aunque, por lo que se ve, cada vez más común.