Me preguntaban la semana pasada por los nuevos fenómenos políticos que en mi opinión resultan más interesantes y con mayor proyección de futuro en Europa. "La emergencia del catolicismo político en Francia", contesté. Mi entrevistador se quedó perplejo. Pensaba que estaba bromeando. Pero no, estaba hablando completamente en serio.
Yo no soy profeta y no tengo manera de saber cómo evolucionará este fenómeno, sin duda inesperado, del renacimiento del catolicismo político en un país que había hecho de la laicicidad su principal sacramento. Pero me da la sensación de que va a dejar huella. En primer lugar porque pone de manifiesto que un Estado laico no necesariamente tiene que significar una sociedad laica. En segundo lugar, porque los católicos franceses han encontrado su propia liturgia para la "cato-pride", a pesar de que los medios de comunicación se han mostrado más bien reticentes a la hora de informar sobre las masivas manifestaciones que han protagonizado. En tercer lugar porque han visto que su poder de convocatoria es mucho mayor del que ellos mismos suponían. En cuarto lugar porque han puesto en marcha un proceso desacomplejado de extensión de su fe a dominios cada vez más amplios de la vida. Ya he hablado aquí alguna vez del crecimiento de la escuela católica francesa, que está abriendo centros de éxito en las barriadas socialmente más conflictivas, allá donde lo que queda de la vieja escuela republicana francesa intenta mantenerse a flote como buenamente puede.