A veces me da por leer cosas que intuyo que no me van a gustar. No lo hago por masoquismo (espero), sino porque me digo a mí mismo que hay que saber lo que piensan otros y hacer lo posible por entender lo que dicen. Quizás, si tienes suerte, te obliguen a pensar contra ti mismo. No ha sido el caso del último libro que he leído,
The School Revolution, de Ron Paul (publicado el pasado septiembre en los Estados Unidos), un libro de digestión fácil, comenzado y acabado en el tren que me llevaba a y me traía de Pamplona. Esto no significa que no me dé que pensar el fenómeno de estos amantes radicales de la libertad, que son tan tan amigos tan amigos de eliminar restricciones, que están dispuestos a autorizar a todo el mundo a dormir al aire libre en las noches de invierno, sean ricos multimillonarios o pobres miserables.
Ron Paul se propone ni más ni menos que la abolición de la escuela y la universalización de la educación en casa (el
homeschooling), entendiendo que Internet permite hacer ambas cosas y que ambas serán altamente beneficiosas para la salud colectiva. Añado que para Ron Paul los padres deberían tener derecho a diseñar el curriculum de sus hijos con lo cual lo que está eliminando también es, de paso, la cultura común... Eso sí, a cambio, y por si acaso, ofrece a los padres, sus propios cursos
on line.
Lo que más me llama la atención de todo este fenómeno -que lo tengo en sí mismo por un fenómeno serio- de la extensión de la educación en casa (no lo duden: irá en aumento, dada la lógica individualista de nuestro tiempo), es que si en los años sesenta era defendida por los contraculturales y practicada fervorosamente por los hippies, hoy es el refugio de cristianos conservadores, musulmanes occidentales ricos, ultraliberales y, en general, de los defensores acérrimos de la autonomía ideológica de la familia (que no es mi caso).