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Cuando John Locke intentó fundamentar teóricamente el capitalismo poniendo como principio de los principios el derecho de propiedad, no podía imaginar que al cabo de los siglos tendría tantísimas devotas dándole la razón enfervorizadamente al grito de "mi cuerpo / útero / bombo / … coño es mío" o de “mi coño, mis normas”. Estos eslóganes reflejan el triunfo de un curioso neo-individualismo que, creyéndose alternativo, va a buscar sus argumentos a las fuentes mismas del liberalismo. Lo que vienen a decir es, a fin de cuentas, que el sustento de los derechos de la mujer es la capacidad de ésta para poseerse a sí misma, al menos parcialmente.
Como es difícil creer que la mujer se defina por una sinécdoque, parece lógico pensar que lo esencial de los eslóganes se encuentra en lo que todos tienen en común: el posesivo. Más allá de la provocación estentórea, propia de nuestros tiempos mediáticos, el acento en el derecho de propiedad quiere dejar clara una oposición frontal a las teorías del derecho natural, o sea, que no es la voluntad la que ha de someterse al derecho, sino que el derecho ha de cumplir el papel de guardián de mis posesiones. En el caso que nos ocupa, la mujer, como gestora de sus propiedades, sería la única capacitada para decidir lo que es bueno y lo que es malo para salvaguardar sus bienes. En consecuencia, un hipotético individuo sin propiedades no sería sujeto de derechos.
Esta concepción del derecho repugnaría a un liberal de los de antes, porque no se contenta con preservar para la intimidad del hogar el disfrute de las posesiones del individuo propietario, sino que lleva a la plaza pública los deseos corporales sin ningún tipo de vergüenza y, en realidad, con un indisimulado orgullo. Resulta así que el exhibicionismo de la intimidad se ha convertido en una conducta moral, cosa que sería vista con reticencias por aquellos antiguos propietarios que aconsejaban ser moderado con la exhibición de los propios bienes. Esto tiene una explicación sencilla, aunque paradójica: lo que se exhibe es algo más que un título de propiedad. Lo que se exhibe es la condición de víctima.
Hoy un amigo, y gran psiquiatra, me ha enviado un mail comentando el artículo y entre otras cosas me dice:La plaza pública se ve cada vez más ocupada no por aquella razón común en la que soñaban los antiguos republicanos, sino por sujetos que pugnan por hacer visible su condición de víctimas para ganar legitimidad política y visibilidad. La razón pública se nos ha hecho una razón victimológica porque hoy el vómito es más espectacular que el apetito.
Me ha gustado la tesis que recuerda la idea freudiana y lacaniana del hombre como un propietario apurado y embarazado por su temor fálico. Su condición de propietario lo convierte en alguien obligado a proteger su bien y con temor a perder, de allí que le sea más útil y fácil el goce masturbatorio - y ahora el cibersexo- que no el encuentro real.
Tu has captado el giro actual de las que -en simetria- hacen de la propiedad de sus atributos no un temor sino una reivindicación de su condicion de victimas. Freud a eso le llamaria la salida del penisneid.
(...) resérvame las entradas para cuando te asen en la hoguera de los Politically Incorrect.