Ayer comencé a leer el último libro de Rémi Brague. En los primeros párrafos me confirmó mi tesis de que hoy este filósofo decididamente católico es el primer filósofo antisistema de Europa. Nadie se empeña más que él en hacer emerger las preguntas que nuestra cotidianidad satisfecha oculta entre las raíces de las rosas del huerto. Somos modernos, nos dice Brague… pero no sólo modernos. Para muestra, un botón: "la democracia no es viable más que en la medida en que los ciudadanos son animados por virtudes que no son de origen democrático, sino que son heredadas de épocas más antiguas que la democracia".
Para nosotros -dice Brague- la tarea de definir qué es el hombre se nos ha puesto difícil. La humanidad premoderna, fuera pagana o cristiana, fundaba la dignididad humana en una referencia, mientras que la modernidad pretende librarse de cualquier referencia externa al mismo hombre. Para indicar el problema que se nos presenta en esta situación, Brague nos muestra esta tabla:
Época Figura del sujeto ReferenciaAntigüedad Alma NaturalezaCristianismo Persona DiosModernidad Yo (
self) ?
El punto de interrogación final es para Brague el problema mismo de la modernidad: ¿Dónde funda su legitimidad el hombre del humanismo moderno?