Tras devorar las 600 páginas de la biografía de Diderot de Jacques Attali, me lanzo a por las 500 de la de Leopardi escrita por Pietro Citati. Del primer libro me han interesado muchas cosas pero, especialmente, el empeño de los enciclopedistas por susurrar sus consejos en los oídos de los déspotas. Déspotas que, por supuesto, no les hacían mucho caso. Conversaban con los ilustrados, pero obedecían a Tácito. Y aquí hay mucho que rumiar. Del segundo libro poco puedo decir, puesto que voy en la pagina 47, pero les contaré un par de cosas del padre de Giacomo, Monaldo. Giacomo cuenta en el
Zibaldone que su progenitor no sólo no podía soportar la realidad, sino que ni siquiera podía admitir la idea del menor acontecimiento. ¿Me creerán ustedes si les digo que a mi me está comenzando a pasar eso mismo? Miro a mi alrededor, a mi familia, a mi mujer, a mis hijos, a mi nieto de cuatro años, a mi segundo nieto que está a punto a punto de llegar, a mi gata Bacallà Salat y… quizás alguno de ustedes me comprenda sin necesidad de añadir nada más. Era un tipo admirable, este Monaldo. Un ejemplo: En su lecho de muerte llamó junto a sí a sus hijos para exhortarlos a que aprendieran "cómo se muere en conversación".
Por cierto, esto de leer biografías tiene que ver con un proyecto de cuatro conferencias que tengo programadas para el invierno próximo y del que ya les mantendré informados.