Lo comienzo en la plaza de Cataluña, en Abacus, convencido de que tendría trabajo. Pero lo que he tenido es a un par de mediáticos al lado, de cuyo nombre no se me antoja acordarme, que no paraban de firmar. Las pilas de libros desaparecían a su alrededor como si se evaporasen. Y yo, mirando al mar, soñé. Una señora mayor ha pasado varias veces a mi lado mirándome con cara de pena. Finalmente se ha presentado ante mí con un papel blanco en la mano que ha debido de encontrar por el suelo. "Como veo que usted no firma nada", me ha dicho, "si quiere puede poner su autógrafo en este papel". El día ha sido largo, agotador y entretenido. A resaltar las fans de Miguel Ríos, reverdeciendo sus libidos otoñales sin pudor alguno; el encuentro con Marina; el Albert Rivera, al que sus seguidores le llevaban los libros a firmar de tres en tres; una autora muy joven a la que sus admiradores le regalaban de todo, desde mermelada casera hasta un sombrero; el Javier Urra, con el que me he coincidido al finalizar la tarde y con quien he creado un entorno foral que no sé cómo se nos ha llenado de navarros: de Buñuel, de Ablitas, de Pamplona...
Durante un rato he tenido a mi izquierda a Albert Ribera y a mi derecha a la monja Maria Victòria Molins. La conocí hace un par de años y me dijo que se dedicaba a tratar con el mal ladrón. Respondiendo a mi curiosidad me añadió que el mal ladrón es aquel que mientras le ayudas a vomitar, aprovecha para robarte la cartera. Le he recordado la anécdota y ella me ha contado cosas que no se pueden escribir.
En las Ramblas, hablando frente a la Virreina con una señora a la que le estaba firmando un libro, hemos descubierto que su abuela era de mi pueblo y que tenemos el apellido Luri en común. ¡Si es que la sangre no es agua!
El día me ha regalado algunos momentos entrañables, pero no se los voy a contar.