Dos libros me han llegado hoy por correo:
De Rosenzweig no hay que decir nada. En este café, como los parroquianos asiduos saben muy bien, tiene una hornacina reservada para él en la que nunca falta una gardenia fresca.
Este otro libro es del doctor Lauro Cruz Goyenaga, que fue agregado de la legación del Uruguay en la URSS en 1944 y frecuentó a los refugiados españoles, especialmente a Carlos Díez (el que dio la orden de dinamitar Montserrat). Llegó a Moscú casi comunista y salió con este libro de denuncia bajo el brazo, una descripción desoladora de la patria del socialismo.
Un ejemplo:"Criticar cualquier cosa, discrepar en lo más mínimo, sin la correspondiente ortodoxa explicación favorable al régimen, es indisponerse con el mismo."Y así las conversaciones y el periodismo, se hacen sobre moldes inmodificables que enferman. No elogiar es ya una falta."
Lauro Cruz confirma algo que ya me había confesado un exiliado, pero a lo que, por excesivo, no hice mucho caso: que tras el pacto entre Stalin y Hitler a los comunistas españoles se les prohibió calificar de fascista al gobierno de España. La única denominación admitida, tal como se les sugirió, era la de franquista.