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El café de Ocata
Lo peor de la corrupción, tengo que reconocerlo, es, al menos entre nosotros, la envidia que produce en mucha gente. La semana pasada asistí atónito al consenso de mis compañeros de tren que reconocían que si ellos pudieran también meterían mano en la caja. Es decir, que el que no es ladrón es porque aún no puede. Hoy me ha defendido esto mismo una persona en la Plaza de Ocata, que yo creía un paraíso de incontaminada pureza moral. Me da más miedo esta corrupción moral sociológica que la otra, la que merece portadas en los medios de comunicación.
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El café de Ocata
Con la corrupción pasa algo curioso: los casos que menos alarma social generan son los que no se descubren.
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El café de Ocata
Cuando me puse a escribir tenía clara la tesis que iba a desarrollar. Pero a medida que iba escribiendo iba haciéndome nuevas preguntas que me hacían ver lo que mis seguridades ocultaban. He terminado y lo que he escrito es impublicable, porque me pasa como al mismo Sócrates del Fedón, que voy modificando mis propias tesis. Al final me ha parecido entender dos cosas fundamentales: que el alma es una realidad natural (por naturaleza los hombres tenemos alma) y que si bien es importante saber lo que nos espera más allá de la muerte, es más importante aún vivir intentando aclarar nuestras ideas hasta el momento de beber la cicuta. Y sospecho que cuando ya los efectos del veneno paralizaron la lengua de Sócrates, se le iluminó en la inteligencia borrosa una última pregunta que ya no tuvo tiempo de responderse.