- El primer año aprendió (es decir, memorizó y estudió) el Pentateuco.
- El segundo año, el Micrá, el Misná, el Talmud y un gran número de leyendas.
- El tercer año, los detalles mínimos de la aplicación de la ley y de las enseñanzas de los escribas.
- El cuarto año, lógica, astronomía y aritmética.
- El quinto año aprendió lenguas, en concreto la de las palmeras, de los ángeles, de los diablos y de los zorros.
- Sus estudios culminaron el séptimo año, sin dejar nada, por pequeño que fuese, sin estudiar.
Un plan de estudios que garantice el dominio del habla de palmeras, ángeles, diablos y zorros merece todo mi respeto. Se puede dudar de su utilidad práctica, pero échese una mirada a la formación de nuestros alumnos antes de juzgar demasiado severamente a Ben-Sirá.
Ben-Sirá alcanzó tanta sabiduría que era capaz de saber los granos de trigo que había en un celemín simplemente con una mirada, dominaba el arte de depilar las cabezas de las liebres y, sobretodo, supo rechazar el trono de Israel.
¡Ben-Sirá, Ben-Sirá! ¿Dónde te habías metido que yo no te conocía?