Recoge la prensa un estudio sobre la relación entre resultados escolares en PISA y deberes que, como suele pasar en estos casos, se puede interpretar de maneras opuestas. Asegura, por ejemplo, que los estudiantes que más deberes tienen son los de Shanghai y, como los resultados de Shangai son estratosféricos, la conclusión lógica debería ser que para estar arriba del todo, los deberes son imprescindibles. Lo mismo podríamos deducir si examinamos las horas que dedican a los deberes en los Estados Unidos los alumnos de procedencia oriental, los anglosajones, los hispanos y los negros.
Si de este estudio se puede deducir cualquier cosa, es porque es un estudio sesgado que afirma, por ejemplo, que los alumnos de Corea del Sur no tienen deberes. ¡Claro que no! ¡Se pasan las tardes en academias asistiendo a clases de refuerzo! También asegura que los finlandeses no hacen deberes en casa. Algún día tendremos que hablar de la calidad de las actividades extraescolares en Finlandia y su incidencia en los resultados del país.
Pero, en fin, los titulares de la prensa nos dicen que hacer deberes no sirve para nada, que es exactamente lo que quieren oír los que aseguran que los deberes incrementan las diferencias sociales, ya que a los niños ricos los padres pueden ayudarles, mientras que los pobres tienen que hacerlos solos. Esta es una de las mayores tonterías pedagógicas que se pueden decir, pero se dicen con la convicción de que se esta defendiendo la equidad. En pedagogía se pueden decir impunemente tonterías desde la atalaya de la superioridad moral.
Miren ustedes: los niños que pertenecen a familias culturalmente ricas, están SIEMPRE haciendo deberes: se mueven en un medio lingüístico sofisticado, tratan con los amigos de sus padres que son especialistas en diferentes campos, tienen en casa libros (el número de libros que hay en casa es el mayor predictor del éxito escolar de los niños), revistas, periódicos... van a exposiciones, teatros; viajan por el extranjero... Por eso los niños de Barbiana -¿recuerdan?-, que eran niños pobres que hacían lo posible por dejar de serlo, constataban que los ricos siempre están repitiendo en casa los contenidos de la escuela, mientras que los pobres sólo repiten curso.
Una cosa diferente es valorar qué tipo de deberes mandamos (¡se mandan unas cosas...!) y, sobre todo, cómo los corregimos.