Tengo en casa un Hugo Pratt original. Es una de mis joyas, después de mis nietos, mi gata Bacallà Salat, algunos discos y algún libro antiguo (mujer e hijos no cuentan). Me lo dibujó en el reverso de un cartel electoral en el que figuraba mi imagen de jovencito en la inopia. Pero tras disfrutar de unos pies de cerdo en mi casa que, modestias a parte, me salen muy bien, el hombre sacó un rotulador y en un plis-plas, me hizo esto. Mi amigo Jaume Marzal, que estaba presente, es testigo de este hecho central de mi biografía. Os lo cuento porque sí, a ver si os doy un poco de envidia... porque me costaría creer que por este café el único fervoroso seguido de Pratt soy yo.