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La Migraña salió del mar enfadada y con ganas de dar guerra y nuestro Señor Jesucristo vino a su encuentro y le dijo:
“¿A dónde vas, migraña, con intención de provocar dolor en la cabeza, en el cráneo y en los ojos, inflamación, lágrimas, leucoma y mareos?”
Y la migraña respondió a nuestro Señor Jesucristo:
“Voy a aposentarme en la cabeza de Tu siervo Fulano de Tal”.
Y nuestro Señor Jesucristo le dijo:“No se te ocurra ir a importunar a un siervo mío, vete si quieres a las montañas y métete en la cabeza de un toro. Allá podrás comer carne, beber sangre, herir los ojos, hervir y retorcerte. Pero si no me haces caso, acabaré contigo haciendo arder la montaña donde ningún perro ladra y ningún gallo canta”.
Tú que has puesto límites al mar, detén el dolor de cabeza y el dolor en el cráneo y entre los ojos y en los párpados y en la médula de tu siervo, Fulano de Tal.”