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El café de Ocata
Llevo toda la tarde intentando resolver un problema que me ha despertado una nota a pie de página de un libro al que he acudido siguiendo una nota de pie de página de otro libro. Redescubro así que quien acumula ciencia, no hace más que ampliar el perímetro de la conciencia de su ignorancia. Me imagino que habrá cientos de personas felices que habrán pasado esta tarde plácidamente sentados en un sofá viendo la tele. Y no los critico. Hacen muy bien. Pero para mí el infierno es un sofá muy cómodo, un mando a distancia y un televisor con tres millones de canales. Simplemente ocurre que para algunos la felicidad es no tener problemas y para otros es meternos en problemas... que tenemos la intuición de que podemos resolver. Pero mientras vamos dando vueltas a la solución (en este caso el encuentro de un brigadista internacional polaco y Jorge Mercader en un campo de concentración en Alemania) nos van surgiendo nuevos problemas y vamos amontonando notas, citas y referencias. Hasta que un día encuentras una respuesta, a veces donde menos pensabas encontrarla, y te sientes plenamente satisfecho... al menos hasta que la conciencia de los problemas pendientes te devuelve otra vez al tajo.
No estoy seguro que sea la satisfacción de la respuesta lo que busco, más bien me parece que lo que me hace feliz es la satisfacción de ir abriéndome camino mientras la busco.
Decía Tertuliano que había que ir al cielo para poder gozar desde allí del espectáculo de los tormentos del infierno, que sin duda, superarían a los de cualquier espectáculo de gladiadores. Creo que Santo Tomás dice algo también sobre esto, aunque él no habla de gladiadores. Yo espero, que si voy al cielo, me dejen llevarme mis papeles y que no se me ofrezca nunca una respuesta de manera gratuita. Mas aún, que no se me ofrezca nunca una respuesta sin que con ella vengan aparejadas nuevas preguntas.
La felicidad para unos es no tener problemas y para otros, resolver problemas. Y me temo, entonces, que la felicidad de unos es el infierno de otros.