Imagínense ustedes que llevan quince años buscando información sobre alguien. Imagínense que después de ganarte muchas complicidades, consigues acceder a la memoria de una persona que te abre sus recuerdos sobre ese "alguien" casi... de par en par. Imagínense que la confianza entre los dos va en aumento y que este "casi" reticente va siendo sitiado astutamente... hasta que finalmente vuestro confidente os dice: "Te contaré una gran historia a condición de que tú no se la cuentes a nadie, porque es algo muy íntimo". Imagínense que, con la curiosidad desbocada dices que sí y saltas de alegría mientras estás oyendo lo que te están contando pero, al acabar, te das cuenta que has dado tu palabra y que debes retener como puedas el sañudo hormiguero que han sembrado en tu corazón.
Me siento como el barbero del rey Midas, que un día descubrió que su señor tenía orejas de burro y como no podía guardar el secreto, hizo una agujero en la tierra y lo dejó allí, susurrado y enterrado. Pero quiso la ventura que fueran a crecer allí mismo unas cañas indiscretas, que pregonaban lo que sabían cada vez que el viento las mecía.