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El café de Ocata
Gran día ayer en Pamplona. Lo bueno que tenemos los navarros es cuando invitamos a alguien lo primero que hacemos es llevarlo a comer. Bien, por supuesto. A media tarde le ofrecemos un pica pica y a la noche, lo llevamos a cenar. Una cena consistente, obviamente. Disfruté mucho de la muy grata compañía de Francisco López Rupérez (Presidente del Consejo Escolar del Estado), Pedro González (Presidente del Consejo Escolar de Navarra), y de toda la buena gente que estaba por allí. Pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino de la vuelta a casa en taxi a las doce de la noche.
Nada más entrar en el taxi me sorprendió el volumen de la música. El taxista lo bajó y, aunque seguía alto, no tuve valor para decirle que lo bajara aún más. Pero como, por una parte, la música se alternaba con diálogos y extraños sonidos y, por otra, el taxista no paraba de mirar al asiento del copiloto, levanté la cabeza y confirmé mis sospechas. El taxista conducía y veía la tele al mismo tiempo. Me quedé tan perplejo que estuve a punto de decirle que parase para bajarme, pero pensé que probablemente no encontraría otro taxi y continué con él hasta el final.
Fui a Pamplona para hablar de educación. Quiero creer que el taxista no e sola respuesta, sino la excepción.