Ignacio Ruiz QuintanoAbc
Lo escribió, a propósito de la dictadura socialdemócrata que asola Europa, el único pensador español presente en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos: “La pasión de parecer iguales (por miedo a la clase obrera) hizo perder el gusto por la distinción, es decir, por la libertad”.
Gregorio Luri es un profesor que tiene el buen gusto de la sabiduría… y la libertad. Igual hay más, pero yo no los veo entre esa clerigalla reaccionaria, heredera de la peor iglesia antiliberal del XIX, que es nuestra Universidad. (Y la europea. Y la americana, con mayor delito, por ser la única tierra donde la libertad política cuajó).
Pemán, que achaca a la Contrarreforma nuestro alejamiento del “mejor tono europeo”, sitúa el origen del “buen gusto” como expresión (“le bon goût”) en la corte granadina de Isabel la Católica, un ballet de educación y buenos modales casi pre-dieciochesco para significar todo lo moderado, elegante y exacto.
–Luego quedó como característica muy francesa, pero nació del espíritu culinario y de “ama de casa” de Isabel, que celebraba la perfección de un gesto con esa expresión tomada del “punto” exacto de un guiso o un almíbar.
Luri ha escrito un libro milagroso (en estos tiempos) para leer frente al mar: “¿Matar a Sócrates? El filósofo que desafía a la ciudad”). Abre con una hermosa cita de Plutarco sobre la lectura lenta de Platón: la broma de Antífanes sobre una ciudad donde las palabras se helaban por el frío nada más ser dichas, y luego, desheladas, la gente oía en verano las cosas de las que habían hablado en invierno.
El nazismo, dice Luri, fue el intento programado de borrar a Jerusalén de las raíces de Europa. Se apropió de Platón (“tenía sangre nórdica”), pero con Sócrates no supo qué hacer; al rechazarlo, lo declaró de “raza oriental”, alógeno a la raza griega, que sería (¡haga juego, Varoufakis!) una raza aria. Y Rosemberg le lanzó la peor injuria imaginable: “socialdemócrata internacionalista”.