"In uno lugare manchego, pro cujus nomine non volo calentare cascos..."
Así comienza la traducción del
Quijote al latín macarrónico realizada por el indomable cura don Ignacio Calvo. Tal proeza no fue fruto del placer, sino de la imposición disciplinaria de su rector mientras era seminarista en el seminario conciliar central de Toledo. Hubo, pues, tiempos en que a un joven se lo podía castigar a traducir el
Quijote al latín. Claro que si este joven es el seminarista Ignacio Calvo, el resultado es la
Historia Domini Quijoti Manchegui, una obra de arte de la ironía.
Para enterarnos de a cuento de qué vino este castigo, voy a cederle la palabra a Juan Luis Francos, que nos lo explica en su libro
Personajes de la Alcarria. Ignacio Calvo y Sánchez:
"Estaba nuestro alumno en su mejor época de travesuras y procacidades, cuando hizo una de tal tamaño a la que le correspondió la tremenda penitencia de perder la beca...... estaba mandado que todos los seminaristas tuvieran a la cabecera de la cama un crucifijo, y el joven de Orche, siempre apretadillo de dineros, llevaba a Cristo en el corazón, pero no tenía dineros para comprar la efigie. Amonestado reiteradamente, acabó por construir con unos pedazos de hojalata un lamentable Cristo. Al pie del cual escribió:
El que tenga devoción verá en esto un crucifijo, pero el rector, ¡quiá!, de fijo, cree que es el mal ladrón".Y lo vio el rector.
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