Yo, se lo confieso sin orgullo, voy poco a la iglesia. De vez en cuando entro, me siento en la última fila y, más que rezar, medito un padrenuestro, intentando sacarle el mayor jugo posible a cada palabra. Quienes practiquen este ejercicio estarán de acuerdo conmigo en que da para mucho. Para compensar esta frialdad, soy muy muy devoto de otros templos, como por ejemplo el de la Librairie Guillaume Budé, del boulevard Raspail de París. Entro, por supuesto, con el respeto y el recogimiento debido y lo primero que hago al cruzar el umbral es pedirle al buen Dios que sea buena gente y me apunte esta piedad en la lista de oraciones. Él sabrá como convalidar la cosa. Si por mi fuera pondría a la entrada de cada librería una especie de pila bautismal, con la
Iliada -es un decir- de manera que al entrar pudieras tocarla con la yema de los dedos y después, por ejemplo, dibujarte una lechuza en el pecho.