Reseña de "Eduqueu els infants ben aviat en les lletras" de Daniel Capó en el
Diario de Mallorca de hoy mismo. He de reconocer que me emociona la referencia a Rémi Brague.
¿Qué actualidad puede tener un viejo opúsculo sobre la educación infantil escrito hace ya cinco siglos por el insigne filólogo renacentista Erasmo de Rotterdam? ¿Se trata acaso de una curiosidad académica, de una pieza de museo más, reciclada en ese escaparate del todo a cien intelectual que cambia a cada estación? En nuestra época, el prestigio del presente se levanta sobre un olvido hipócrita del pasado, lo que facilita que sea utilizado por los doctrinarios de cualquier ideología. La destrucción del pasado permite la reescritura del presente, del mismo modo que la 'museificación' embalsama la memoria, malogrando cualquier posibilidad de un diálogo creativo y constructivo. Frente a esta tierra árida, carente de un humus cultural auténtico, Erasmo nos invita en Eduqueu els infants ben aviat en les lletres (Ed. Adesiara, 2015) a frecuentar la conversación con los maestros del pasado.
"Hem conclòs –escribe el pedagogo Gregorio Luri en su magnífico prólogo al libro– que el passat no té res de rellevant a dir-nos sobre nosaltres mateixos, sinó que són els nostres interessos cojunturals els que s'han d'erigir en els jutges de la història." Así, por ejemplo, hemos llegado a una situación tan absurda como que una determinada clase política se apreste a tildar de genocidio el descubrimiento de América, incurriendo en una banalidad asombrosa, casi criminal. En cambio, un filósofo tan perspicaz como el francés Rémi Brague se enorgullece de pertenecer "a una nación de traidores", en referencia a sus antepasados galos que decidieron hace dos milenios abrazar la civilización romana. La idea de Brague, escandalosa, si se quiere, para las mentalidades puritanas, sugiere un principio común a todo el humanismo clásico: la profunda conciencia de la imperfección humana. "L'home d'Erasme –prosigue Luri– està inacabat, però funda la seva grandesa en la consciència de la seva manca d'acabament i del seu acabament possible. [?]. El seu home és imperfecte, però té voluntat i per això mateix necessita enteniment. En aquest sentit, la formació intel·lectual és per a Erasme un deure moral."
Sin duda, en una época como la nuestra abocada a la extraña idolatría de la inmadurez, los consejos pedagógicos de Erasmo de Rotterdam –el cultivo de la lectura reflexiva, de la atención constante, del esfuerzo virtuoso, del ejercicio repetido, de la coherencia en el itinerario educativo– suenan a provocación sin sentido, anticuada y obsoleta. Al igual que el ruso Pavel Florenski, Erasmo cree en la necesidad de frecuentar la belleza, severa maestra del buen gusto y de la dignidad. Con Aristóteles comparte que la imitación social moldea nuestro carácter, por lo que defiende el valor cívico de la ejemplaridad. En efecto, es la convivencia con los compañeros la que nos forma y deforma, como el influjo del clima, para más tarde insertarnos en el mundo. El diálogo con el pasado, a su vez, actúa como un antídoto de la perversidad de un dogmatismo rígido, excluyente, siempre dispuesto a soslayar las zonas de sombra del pensamiento, el juego de matices que delimitan el fructífero espacio de la duda.
Lo asombroso, en todo caso, es que la evidencia científica parece argumentar a favor de muchos de los postulados de la educación clásica. Hoy sabemos lo que ya sabía Erasmo mucho antes. Por ejemplo, que leer en voz alta y de forma habitual a los niños constituye el mejor cimiento para el futuro académico de un alumno o que la influencia de los iguales –los compañeros de curso– resulta con frecuencia determinante. Hoy sabemos que una de las claves del éxito de las escuelas finlandesas reside en la excelencia de sus profesores, lo cual a su vez nos habla del papel de los buenos modelos. O que, si en Singapur la enseñanza de las matemáticas resulta ejemplar, se debe tanto a la eficacia del método como a las muchas horas de esfuerzo que ponen los alumnos. "Nosaltres –concluye Gregorio Luri en su prólogo– volem una felicitat que ens amagui els nostres límits, volem una felicitat que ens faci innocents". Erasmo, en cambio, nos propone "una felicitat possible", aquella que no esconde nuestros límites, sino que pretende paso a paso, con una reflexiva lentitud, perfeccionarnos a lo largo de toda una vida.