Tú rúcula, no estás meramente ahí como está el aire. Ni te limitas a contemplar desde tu condición residual mi ser-ahí. Estás ahí como testigo, como mojón, como brújula, rúcula. Estás ahí para recordarme que eres mí último bien. La última esperanza de mi ser en el mundo. Con tu humildad has desbancado al jamón, a la butifarra, a la chistorra, al chorizo, a la morcilla, a la hamburguesa con bacon. Tú, ridícula rúcula, pura epifanía de la sinsubstanciación, deberías ser la sagrada forma de la comunión laica, porque no es un drama haber matado a Dios si nos queda tu presencia.
Santa Rúculaora pro nobis