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Ustedes ya saben que yo oigo "Shostakovich" y saco el reclinatorio. Pero nunca les he contado que un mes de marzo, camino de Soria, se me apareció Dios. Estaba ascendiendo a la meseta y dejaba el Moncayo a mi izquierda, completamente nevado. El cielo era de un azul homogéneo, luminoso y próximo. Parecía que si uno se pusiera de puntillas podría sacar la mano del mundo y saludar al cosmos entero. Y de repente, en la radio comenzaron a sonar los Sonetos de Petrarca de Liszt. No seguiré por no parecer cursi. Pero les aseguro que aquel fue uno de los momentos más intensos de mi vida. Y sólo por ese momento estoy en deuda permanente con el Círculo Filosófico Soriano. Bueno... por ese momento y porque al recibirme uno de sus componentes me advirtió: "¡A ver de qué vienes a hablarnos, porque aquí sólo nos interesa lo eterno!".