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El café de Ocata
"Pourquoi les philosophes aiment-ils tant les vaches?", me pregunta B. desde París. Le respondo con un artículo que publiqué en el diario ARA el 25 de marzo del 2012, titulado "Las vacas como ejemplo":
Seamos justos y ecuánimes: las vacas también tienen derecho a ser tomadas como ejemplo, incluso por los metafísicos. Son unos animales mucho más sutiles y espirituales de lo que pensamos, como lo puso de manifiesto a principios del siglo XX Ben Scott, un granjero de Montana que instaló en sus establos unos altavoces conectados a una radio. Enseguida comprobó su especial sensibilidad para los valses y, lo que era más interesante para él, que su productividad láctea estaba directamente relacionada con su satisfacción musical. Recientemente, unos científicos de la Universidad de Leicester han demostrado empíricamente que las canciones con más potencial estimulador de las glándulas mamarias bovinas son, por orden decreciente, las siguientes: Everybody hurts, de REM; What a difference a day makes, de Aretha Franklin; Bridge over troubled water, de Simon & Garfunkel; Moon river, de Danny Williams; Perfect day, de Lou Reed, y la Sinfonía Pastoral de Beethoven. Parece un poco extraña la postergación de la Sinfonía Pastoral por parte de las vacas, pero los hechos son los hechos y científicamente van a misa. A pesar de su curioso eclecticismo, no se les puede negar a las vacas el buen gusto.
Dejando de lado a la mitológica Ío y al singular Jacques Vache (el único surrealista que osó vivir y morir de forma surrealista), el escritor argentino Omar Vignole fue el humano más cercano al vacuno. Era uno de esos literatos marginales que se pasan la vida anunciando maravillas literarias... que nunca escriben y, por tanto, se mueren dejando los tinteros a rebosar de buenas intenciones. Vignole no ponía un pie en las calles de Buenos Aires sin su vaca. La llevó incluso a un congreso del Pen Club en el Hotel Plaza de la capital argentina, haciendo una entrada solemne (que, dicho sea de paso, no hizo mucha gracia a la presidenta del congreso, Victoria Ocampo) justo cuando los congresistas analizaban las relaciones entre el sentido griego y el sentido moderno de la historia. Los detalles se pueden encontrar en las memorias de Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Pero aunque Vignole fue conocido como el filósofo de la vaca, yo le reservo este título al gran Kojève, que invirtió todo el dinero que pudo sacar clandestinamente de la Unión Soviética en acciones de La Vache Qui Rit. Lo perdió todo en la crisis del 29, pero la filosofía salió ganando. porque la pobreza lo empujó a impartir su famoso seminario sobre Hegel en la École Pratique des Hautes Études, donde, en definitiva, describía una humanidad bovina emigrando fatalmente hacia los verdes prados posthistóricos de la sopa boba estadounidense. ¿Qué es la posthistoria? Pues muy sencillo: es un mundo en el que son posibles, impunemente, movimientos como el Happy Cow Life Coaching, del que me niego, por respeto a las vacas, a dar más información.
Deleuze, otro filósofo vacuno, presentó así su curso del año 1983: "Quisiera hacer filosofía a la manera de las vacas". Dice esto teniendo presente a Nietzsche, que en Así habló Zaratustra asegura: "Mientras no nos convirtamos y no nos comportemos como las vacas no entraremos en el reino de los cielos". Tanto buscarlo por todas partes y resulta que "el reino de los cielos está entre las vacas". Yo no soy tan sabio como Nietzsche y no osaría nunca decir cosas así, pero sí hago mío aquel párrafo de La genealogía de la moral que dice que "para practicar la lectura como un arte se necesita en primer lugar algo que hoy en día es precisamente la más olvidada ... algo para la que se ha de ser casi vaca y, en todo caso, no un hombre moderno: pensar".