El primer libro que firme en Sant Jordi fue para mi amigo Antonio Medrano, de ancestros riojanos -como yo- y virtudes inconfesables -no digo nada más-. El segundo, para Marimar y Feliciano, que son riojanos de pura cepa, valga la redundancia. ¡Y maestros catalanes! Y después tuvo lugar la luminosa epifanía del gran Arrebatos, enólogo de vocación, y quedamos para ampliar sus saberes. En el apartado de los recuerdos memorables, dos mujeres familiares de Caridad -dos "del Río"- que aparecieron con unas sonrisas enormes, tan generosas que por un momento pensé que había merecido la pena escribir el libro sólo por merecerlas. Quedamos también para contarnos cosas. Sospecho que Caridad y yo aún tenemos un largo recorrido que hacer juntos. Tras el chaparrón de media tarde, se me acercó un sobrino de Carmen Brufau. Por supuesto, también nos veremos en un próximo futuro -espero.
Pero he de hacer una mención especial al joven bachiller de 16 años, que me pidió que le firmara el libro porque pensaba que podía ser una buena introducción para comprender el fenómeno de los totalitarismos. Y al amigo Ramón Alcoberro... y a tantos otros. A Ramón Alcoberro y a su mujer los conocí haciéndoles de guía en la exposición sobre los tracios que comisioné hace ya años. Y los encuentros marcan de alguna manera el destino de las amistades.
No me puedo olvidar tampoco de los que me comentaban sus preocupaciones educativas y me animaban a seguir adelante. Lo haré. A diferencia de otros yo no tengo un espíritu pedagógico misionero. Sí -quizás- diplomático.
Una tarde de Sant Jordi da para mucho. Por ejemplo para descubrir admirado la fauna de los "youtubers", que arrasaban en la FNAC de la Diagonal, donde sólo firme un ejemplar en los tres cuartos de hora que estuve admirando las colas infinitas e irremediablemente ajenas. Vi llover, vi gente correr, no estabas tú, y los jóvenes de aquellas filas permanecían como espartanos, guardando su posición.
Una tarde de Sant Jordi da también para discutir con los puristas que, por lo visto, quisieran que en este día la gente comprara las obras completas de Musil y Proust. ¡Pero es el día del libro, no de la lectura, que la lectura no tiene día! Es, de hecho, el día del fetichismo del libro. Y la gente, a la que con tanto afán animamos a ser autónoma en las escuelas, elige autónomamente a Belén Esteban. Y hace bien. Quizás debieran publicarse las listas de los libros efectivamente más vendidos.
Un día de Sant Jordi da, por ejemplo, para saludar a los que tienes al lado: a los que firman mucho más que tú y al que firma mucho menos que tú. Es divertido contemplarlo todo mientras te dices a ti mismo que en cuatro días todos estaremos igualmente olvidados, como debe ser. Todos, hasta Belén Esteban. Sólo quedarán en pie los poco leídos, como Proust o Musil. Y así debe ser.