Cuando me invitaron de una importante ciudad catalana a hablar sobre la escuela de la República les advertí que si me invitaban a mi corrían el riesgo de oír cosas que nos les gustasen e intenté explicar por qué. Desgraciadamente creo que no me expliqué bien.
Comencé diciendo que, en sentido estricto, sólo podemos hablar de una vida escolar republicana hasta el 18 de julio de 1936. A partir de este momento, y como es perfectamente comprensible, Cataluña estaba sometida a una economía de guerra con prioridades claras. Además los maestros cambiaban con mucha frecuencia porque unos se iban al frente, otros eran purgados (a menudo tan arbitrariamente, que el ministro Manuel de Irujo protestó ante el consejero de cultura Antoni Sbert) y otros contrataban de manera irregular sustitutos para poder dedicarse a otras actividades mejor remuneradas. Añadamos que ningún profesor sabía a ciencia cierta cuántos alumnos tendría en clase al día siguiente. Piénsese en los miles de refugiados que llegaban a Cataluña y en las familias catalanas que optaron por el exilio.
Es indudable que existió en Cataluña un formidable movimiento de renovación pedagógica, pero no nace con la República, sino que es heredero de las experiencias pedagógicas que se ponen en marcha a principios de siglo y, especialmente, de la Mancomunitat. Lo que normalmente se entiende por "escuela republicana" es la herencia de la Mancomunitat. En esta herencia hay contenidos muy heterogéneos. Para comprobarlo basta con leer una conferencia impartida en abril de 1933 por una de las grandes renovadoras pedagógicas de la época, Concepción Sainz-Amor, titulada "La escuela italiana actual", en la que se ensalza el activismo pedagógico de la escuela fascista italiana diseñada por Giovanni Gentile, Ministro de Instrucción Pública de Mussolini. "Causa verdadero placer ver el entusiasmo con que se trabaja en estas escuelas", dice. "Lástima", añade, "que tengan una finalidad militarista". Algún día, por cierto, habrá que estudiar la influencia de Reale en la escuela activa.
Los conflictos educativos en el seno de la Cataluña republicana posterior a julio del 36, especialmente entre la UGT y la CNT estaban a la orden del día y ponen de manifiesto las divergencias políticas a la hora de interpretar el papel redentor de la escuela. Ahora bien, ni los anarquistas partidarios de la escuela racionalista (la de Ferrer y Guardia), ni los anarquistas partidarios de una escuela centrada en el desarrollo del sentimiento (la de Puig Elias) ni, mucho menos, el PSUC con su "escuela de pioneros" (¡que libro se podría escribir con las cartas que los pioneros le envían a André Marty!), dudaban que la escuela debía educar contra la familia. Eduardo Zamacois escribía en 1938: "Lo más beneficioso para la sociedad sería que el gobierno confiscara los niños recién nacidos, y no los volviera a sus padres hasta pasados quince años".
Frente a la escuela de Puig Elias, el PSUC se posicionaba de manera rotunda en Treball, su periódico, criticando el "prejuicio pequeñoburgués de creer que en la escuela todos los niños son iguales y que por medio de una educación amable todos los niños serán buenos".
Una nota más, y no la menos importante: la República no ayudó mucho a dignificar el sueldo de los maestros. Diferentes artículos de Solidaridad Obrera ironizan sobre "los cuarenta durillos del maestro" y aseguran que "en su casa no ha entrado aún la revolución, que bien pudiera ser un mendrugo de pan con que mitigar la miseria de este tan traído y zarandeado maestro" (5 de enero de 1937). Otro artículos aseguran que "el maestro de escuela no se ha redimido". Se le ofrecen grandes palabras mientras se le escatima el pan (30 de diciembre de 1937). En este punto, anarquistas y comunistas están de acuerdo. Leemos en Treball que "los maestros se encuentran en condiciones económicas muy inferiores a la del resto de la clase trabajadora".
En definitiva, que tuve poco éxito.