"Gustavo Bueno no tenía reflejos mundanos y en esas situaciones en las que la ironía es necesaria, él estaba perdido. Una vez, en Granada, mediados los 90, estábamos en un congreso con otros profesores de su generación a los que él respetaba mucho. Uno de ellos era Valls Plana, el socarrón catalán gran especialista en Hegel (...). En las largas veladas de las madrugadas tras los congresos no tenía par en ingenio. Pues allí estaba en la Plaza de la Audiencia con Gustavo Bueno en medio de un corro, gesticulando sobre lo mal que estaba la filosofía en España.
"Al hegeliano Valls aquello le parecía, como casi todo, algo unilateral. Para demostrar que nunca había estado mejor en España, Valls lo puso a él como ejemplo. ¿Cuándo un filósofo había sido tan popular como él?, le dijo. Para demostrarlo, detuvo al azar a un grupo de señoras mayores que paseaban por allí. Nos separó a todos y dejó a Gustavo Bueno en el centro, solo, frente al grupo de otoñales granadinas. Bueno se quedó un poco parado, como si le hubieran arrebatado a su público. Pero de repente se vio allí, escrutado por el grupo de señoras que intentaban responder a las preguntas de Valls. Señoras, ¿a que ustedes conocen a este hombre?, les dijo, señalando a nuestro colega. Ellas se quedaron mirando a Bueno y, un poco tímidas, contestaron que sí, que lo conocían. Valls respondió pletórico. «Lo ves, Gustavo, ¡te conocen!». Bueno se sintió feliz de ser reconocido. «¿De dónde lo conocen?», siguió Valls. Una de las señoras se atrevió y dijo: «De la televisión». La felicidad de Gustavo Bueno le hizo romper en una amplia y bondadosa sonrisa.
"Él vestía siempre de manera muy sobria, con tonos grises y oscuros. Su aspecto era el de un ibero de Cameros, aguerrido y pequeño, enjuto y con rostro anguloso, de expresión dura, numantina, pero que sabía ofrecer de vez en cuando una sonrisa desvalida. Cuando finalmente Valls hizo la pregunta definitiva, el silencio se hizo a nuestro alrededor. «¿Y qué profesión tiene este hombre?». La dificultad de la pregunta las mantuvo calladas y, para ese momento, también estaban intrigadas. Finalmente, la más audaz, convenientemente animada por Valls, se atrevió a dar la respuesta oportuna: «Es un obispo», dijo".
José Luis Villacañas, Gustavo Bueno, in memoriam.